JUEVES 20 DE ABRIL DE 2000
* Festival Iberoamericano de Bogotá
Teatro del Valle cumplió con decoro el montaje de Fausto
* Altibajos en iluminación, ambientación y apoyo sonoro
Renato Ravelo, enviado, Santafé de Bogotá, 19 de abril * El Fausto de Goethe como reto de la palabra y de la escena fue cumplido por Corporación Teatro del Valle, sin el total convencimiento, pero con el decoro de quien se impone retos grandes y no cae en el intento, como ocurrió en el contexto del séptimo Festival Iberoamericano de Teatro.
El grupo colombiano se formó en 1998 y un par de montajes constituyen su historia. Alejandro González Puche, su director, fue discípulo y actor de Anatoli Vasiliev en la Academia Teatral Rusa.
El texto, con la traducción en verso de Teodoro Llorente, se teje con ciertas búsquedas escénicas acertadas en su exposición. Mefistófeles es un personaje que se desdobla en tres: Marleyda Soto Ríos (quien también hace el papel de Margarita), Oscar Andrés Montes (que la hace de arcángel también) y Néstor Durán (con el color de cuya piel se hacen muchos juegos de las partes oscuras del texto). El recurso le da al texto una serie de posibilidades de plasmar al demonio en su tesitura, lo mismo de seductor que de temible o de compañero de parranda.
Fausto (Johnny Alexander Muñoz), al pactar con el diablo, no transa con una suerte de fuerza superior, sino con otra opción de vida, ante la desértica perfección del conocimiento.
El planteamiento de Goethe revela el discurso escénico de Teatro del Valle y es en realidad la base de la versión de El cielo sobre Berlín (titulada Las alas del deseo, en México) y Tan lejos y tan cerca, de Wim Wenders. Extraña obviedad que aparece mientras se define a la persona humana como el único ser excéntrico que piensa que por sí mismo es unidad.
El médico, alquimista y filósofo que es Johann Faustun sale en búsqueda del diablo; éste primero es la mujer, por el sencillo hecho de que en la noche de la confusión entre el bien y el mal quiere terminar con una pesadilla. Pero no llega el diablo mayor, sino su representante, que aspira a la maldad sencilla y que pretende ser el esclavo de Fausto, sólo para que luego le sirva con la misma incondicionalidad.
Respeto al texto, sin sometimiento
El diablo es uno mismo, sostiene el poeta alemán, sólo que sin matices. En la propuesta del grupo colombiano destaca la parte actoral, aunque no así la resolución escénica en iluminación, ambientación y música, que tuvieron altibajos. De repente por el escenario aparece el coro de ángeles que aconsejan a Fausto y la imagen de Dios (Jaime Castaño Valencia) es iluminado con focos como en estampita.
El actor se mueve de improviso por donde no hay iluminación o se carece de apoyo sonoro a la amplia recitación. Se dice que la primera parte de la obra, Goethe la escribió en 1808, inspirado por el teatro de marionetas que dio cara a la leyenda popular.
La polarización entre placer y ambición contra fastidio sostiene el desarrollo de este episodio que permaneció como único durante cerca de 25 años, pues fue entonces cuando el poeta decidió escribir la segunda parte. En ésta, el desarrollo de la historia adquiere mayor dinamismo dramático y, de hecho, su publicación fue motivo para que la obra alcanzara un valor simbólico, así como los niveles míticos con los que trascendió a la historia.
El montaje de Corporación Teatro del Valle respeta el texto sin someterse a su evidente dificultad por estar en verso, aunque le pone descansos en tonos y gestos que el público agradece.
Fue Fausto en la versión colombiana, sin dejar de ser universal.