JUEVES 20 DE ABRIL DE 2000

El debate

 

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

La prolongada negociación para concertar el debate llevó a un acuerdo previsible: los candidatos tendrán el mismo tiempo que un partido de futbol para anotar o irse al abismo. El formato será rígido, cuidadoso, evitando que alguno pierda la figura a manos de la espontaneidad. Tal vez por ello, previendo un bajo rating, la televisión transmitirá el acontecimiento estelar de las campañas por un canal subalterno. En fin, con todo eso, y a pesar de las dudas previas y las reiteradas tentaciones excluyentes de los "grandes", el debate del próximo martes marcará un punto de avance en esta contienda y tendrá un resultado útil. Si al fin prevalece el tono menor, la línea del no compromiso o la trivialización que están de moda, eso no impedirá que la ciudadanía, sobre todo esa enorme capa de indecisos, compare y decida quién le parece mejor.

Frente a las cámaras, los candidatos no pueden desperdiciar la oportunidad de decirnos de una buena vez qué piensan sobre ciertos asuntos de interés general que no asoman en las campañas por temor a disipar el voto del "centro", esa imaginaria presencia que sirve como coartada para guardar con celo mercadotécnico las verdaderas opiniones de los aspirantes con posibilidades de ganar. Algunos llevarán bien aprendida de memoria esa fatigosa retahíla de frases, fichas y estadísticas que sustituye los verdaderos conocimientos con el propósito de confirmar que saben de todo, pero en realidad eso no es lo que espera de los seis candidatos una parte numerosa de la ciudadanía, que se resiste a vivir la democracia como un circo clandestino o una pelea de perros en un callejón miserable.

Ya sería un éxito notable que el encuentro sirviera para comprobar que la polarización entre Fox y Labastida (la cargada oportunista) es una mala inversión política, pues reduce el pluralismo partidista a la rivalidad entre personajes creados por el poder del dinero y los medios. Bajo las circunstancias actuales, los partidos, que son portadores de propuestas diferenciadas, se ocultan bajo el velo de los caudillos y sus plataformas quedan reducidas a la imagen de un candidato situado por encima del partido. Sin embargo, esta vuelta al pasado tan celebrada por algunos es una ironía de la historia, acaso la más peligrosa de nuestra transición. El debate tiene que dar cuenta de la realidad plural de México, que no se reduce, como quiere la tradición autoritaria, a los más fuertes o poderosos. Allí estarán representadas con toda legitimidad otras opciones surgidas de la diversidad que nutre al pluralismo democrático, aunque no les guste a los que ya se sirvieron con la cuchara grande.

Una discusión seria (si el formato lo permite) entre los seis podría revelar a los ojos de la ciudadanía que hay otros proyectos, ideas, propuestas y compromisos que van más allá del bipartidismo creado artificialmente para zanjar la transición al estilo estadunidense. Tendremos la ocasión de comprobar si en nuestra tardía pero incipiente democracia persiste alguna vocación reflexiva o se impone el pragmatismo de la imagen que anuncia el nuevo caudillismo. Es difícil prever en este punto un resultado, pero una cosa es obvia: los pequeños partidos no tienen nada que perder y sí mucho que ganar, por eso se les pretende excluir de la segunda ronda en la que pretenden repartirse el pastel los tres más grandes.

En cuanto al fondo de los temas, son absolutamente previsibles las rondas sobre seguridad y justicia, así como las críticas a la economía "macro" que no aterriza en la "micro", esto es, en el bolsillo de las familias mexicanas, pero sería lamentable que los candidatos se quedaran en ese registro, sin decirnos, así fuera en apretada síntesis, cuáles son sus ideas maestras (si las tienen) sobre la reforma política e institucional que el país exige a gritos, sus opiniones sobre el futuro de México en la globalización y las perspectivas del desarrollo sustentable. Más que discursos o frases efectistas, quisiéramos evaluar el criterio, la madurez y, por qué no, el buen sentido común que anuncia al mejor gobernante.

Además de ilustrarnos sobre los grandes asuntos de la agenda nacional, algunos quisiéramos conocer de viva voz los argumentos a favor o en contra de la despenalización del aborto, una cuestión que ha sido dramáticamente actualizada por el caso Paulina; qué piensan los candidatos del conflicto universitario y el futuro de las universidades públicas o, para no ir muy lejos, su opinión sobre la decisión de aplicar toda la fuerza del Estado en el combate a los grupos armados en un clima de creciente deterioro del estado de derecho.

Un debate serio debería dejar sentada la opinión de los candidatos sobre el destino de Pemex y la reforma obligada del sistema financiero, la política fiscal y la reducción de la pobreza. Pero cualquier propuesta estaría del todo incompleta sin hablar de la educación, la cultura y el cuidado del medio ambiente.

El debate será la oportunidad para demostrar al país que todavía es posible esperar de los políticos profesionales algo más que el insulto, las ocurrencias y las trapacerías que lamentablemente han distinguido a estas campañas. *