La Jornada lunes 24 de abril de 2000

Adolfo Gilly
UNAM: un año después

A un año del inicio de la huelga de la UNAM, con la universidad todavía ocupada por la tropa a pedido del rector (apoyado por más de un millar de investigadores y profesores), este Domingo de Pascua me parece oportuno para anotar algunas reflexiones.

Punto de partida.-Es bueno recordar, en este aniversario, que la línea divisoria en este conflicto prolongado no pasa entre violentos y pacíficos, o entre institucionales y rebeldes, o entre científicos y populistas. La línea divisoria pasó, desde el primer día de la huelga, entre quienes quieren una universidad pública gratuita y quienes la quieren de paga. A esas dos opciones, vigentes hasta el día de hoy, todas las demás bifurcaciones están subordinadas. Quienes el 7 de junio de 1999 propusieron y aceptaron la falsa salida de que quien quiere paga y quien no quiere no, estaban aceptando la universidad de paga como principio, aunque lo hicieran algunos de buena fe. Es decir, se ubicaron del lado de la línea definitoria opuesto a los motivos y los objetivos de este movimiento estudiantil.

Huelga larga.-Desde el inicio, los estudiantes advirtieron al rector que él sería el responsable del conflicto si se negaba a derogar el nuevo Reglamento de pagos. El rector declaró que estaba preparado para una huelga larga. La logró. Su sucesor tuvo que derogar el Reglamento de pagos, cuando ya era demasiado tarde para que la medida tuviera algún efecto. ƑPor qué no lo hizo Barnés al inicio? ƑPor qué para la mayoría del Consejo Universitario era inadmisible e ilegal esa derogación, y para esa misma mayoría fue admisible y legal aprobarla? En todo caso, dejaron pudrir el conflicto y paralizaron a la UNAM durante un año.

Objetivo.-El verdadero objetivo de las reformas del rector Barnés no es la privatización de la UNAM. No hay razones fundadas para creer que el gobierno y sus rectores quieren vender la UNAM a alguien y, por lo demás, Ƒquién la compraría? Su objetivo es que la universidad pública sea de paga y vaya excluyendo paulatinamente el ingreso y la permanencia de los hijos de sectores pobres o empobrecidos, considerados por esas autoridades como un lastre. Su propósito es sustituir el ideal educativo republicano por un sistema educativo guiado por el mercado. Su meta es convertir el derecho a la educación en un servicio pagado por las familias y, en el caso de algunos jóvenes pobres y brillantes (o con las debidas palancas), sostener sus estudios con becas especiales. Pero aquellos cuyas familias pagan, no necesitan destacarse ni brillar, nomás pagar y ya.

Conocimiento.-En términos más generales, las reformas Zedillo-Barnés-De la Fuente en la UNAM forman parte de la tendencia general a la subordinación del conocimiento al capital, al desmantelamiento de los espacios republicanos e igualitarios, a la conversión de los derechos (educación, salud, pensiones, uso de la red vial, descanso) en servicios pagados y a la concomitante trasformación de los ciudadanos en consumidores.

La educación pública, pieza vital de la constitución de los espacios republicanos, deberá seguir la senda de los medios electrónicos de comunicación (unidireccional: de allá para acá, nunca al revés) y pasar a ser pieza subordinada para la conformación de los espacios mercantiles regidos por el capital. Son dos ideales educativos diferentes y cada uno tiene sus razones y sus defensores. Es la real lógica de la absurda propuesta de enseñar inglés en la escuela primaria, cuando hay todavía y por largo tiempo que enseñar y defender la enseñanza de un buen español, en México y en las comunidades de habla hispana en Estados Unidos. Es posible que ni el propio Labastida, no siendo su fuerte el rigor en las ideas, alcance a comprender esta férrea relación entre esa propuesta y sus planes de subordinar la UNAM a los dictados del mercado.

Pensamiento.-"Pensar y enseñar a pensar" era, si mi memoria es fiel, la divisa del maestro Eduardo Nicol. Aprendemos a pensar en nuestro idioma materno y, si somos muy afortunados, después también en otro u otros. Pero el idioma es la constitución de un espacio y un modo del pensamiento (tan válido como otro, pero propio), así como ha sido desde siempre un espacio de constitución de los mercados. De ese espacio no se ha terminado aún de despojar a los pueblos indígenas en nombre de "las grandes ideas universales". La educación pública es una defensa contra ese despojo, o contra esa subordinación del espacio primero de formación del pensamiento y los sentimientos a los nuevos espacios de conformación de los mercados.

Comprendo que el área de ciencias (hasta cierto límite), teniendo a la mano lenguajes abstractos universales, pueda sentir menos apremiante para su tarea la amenaza de ese despojo, cuya forma primera sería la subordinación de la educación al mercado. (La televisión es hoy por hoy el espacio más visible de ese despojo paulatino y cotidiano del pensamiento y del idioma por una jerga pobre en expresiones y tosca como vehículo de ideas y sentimientos). Pero el área de humanidades está, sobre todo en algunas de sus ramas, bajo ese asalto de la trivialidad en el lenguaje y la consiguiente superficialidad en las ideas.

A lo largo del conflicto, he terminado por preocuparme mucho más por este asalto sin tregua que por el lenguaje verbal y corporal del CGH y de los jóvenes, que tanto alarma a otros, así como me preocupa que la perjudicial cesura entre las dos grandes áreas del conocimiento en la UNAM se haya acentuado, en lugar de atenuarse, durante este periodo.

Palabra.-Tal vez uno de los mayores daños de las autoridades de Rectoría a la comunidad universitaria en este año de conflicto, haya sido la devaluación de las palabras. Después de las tergiversaciones de Barnés y de las votaciones y contravotaciones del Consejo Universitario; después de las firmas apoyando primero al rector Barnés y más tarde a los eméritos para nulificar su propuesta; después de las firmas de apoyo al rector De la Fuente, trasladado directamente a la UNAM desde el gabinete presidencial; después de las firmas de apoyo al diálogo y después al plebiscito y ahora a la entrada de la PFP en la UNAM; después de tantos discursos y desplegados de circunstancias, mientras se negaba lo más sencillo: discutir uno por uno los seis puntos del CGH; después de hacer por fin una contrapropuesta sobre esos puntos, pero negarse siempre a discutirlos; después de haber usado el plebiscito para meter la PFP y encarcelar a mil estudiantes el 6 de febrero; después de mantener aún a una decena de ellos presos, como rehenes, y a varios cientos bajo proceso judicial sin retirar las demandas; después de convocar unilateralmente a mesas de diálogo para un Congreso que hace un año era inadmisible e ilegal para el Consejo Universitario y ahora es una mascarada propiedad de Rectoría; después de todas estas vueltas y revueltas y muchas otras, de todos estos usos instrumentales de las palabras, de doce meses de tergiversaciones, confusiones y elocuciones carentes de rigor y de sentido; después de toda esta negación incesante de la seriedad académica y de la probidad intelectual en lo que toca al tratamiento de este conflicto Ƒcómo rayos, Santo Dios, quieren que uno les crea algo?

La situación actual obliga a no creer en ninguna promesa, ningún compromiso y ninguna palabra de quienes, desde Rectoría, metieron la PFP en la UNAM. Difícil situación, cuando de todos modos es necesario sentarse a discutir y negociar. Las mesas de diálogo de Rectoría fracasaron no por la violencia de pequeños grupos, sino por la indiferencia y la incredulidad de la comunidad, que quiere volver a trabajar en paz y con seriedad sin que le quiten su tiempo con "diálogos" y "consultas" al estilo priísta. Hay en la UNAM un verdadero hartazgo de estas maniobras de los unos y de los otros. El fracaso de esas mesas es un veredicto.

El lenguaje repetitivo y autorreferido del CGH que hasta ahora, a mi conocimiento, no ha producido documentos analíticos y reflexivos más allá de las denuncias y de los seis puntos, resulta finalmente menos peligroso y dañino que esta niebla espesa y turbia, tan vacía de ideas como cargada de intenciones, en que durante un año entero las autoridades nos han envuelto. El daño que esta devaluación de la palabra y del pensamiento ha causado a la vida académica ha sido incomparablemente mayor que los supuestos y nunca especificados daños materiales de que acusan a los estudiantes.

Destino.-El largo año de conflicto ha destruido el teatrillo de las reformas supuestamente neutras del rector Barnés. Ha desmitificado la mentira de las cuotas y puesto en primer plano la verdadera cuestión: el destino de la universidad pública. Muchas voces analíticas serias han escrito al respecto en estos doce meses. Esa discusión está unida a las decisiones de fondo sobre el destino de la república y de la comunidad nacional. Esta discusión no termina en una elección presidencial, aunque ésta cuente y mucho, ni se resuelve con calificativos, acusaciones o improperios. Quien piensa diferente no es enemigo, nomás piensa diferente. Acusar a alguien de "neoliberal" o de "populista" no quiere decir nada: es preciso discutir ideas y programas, no términos cuyo significado original se ha tergiversado o desgastado. No es el próximo presidente, quienquiera éste sea, sino la UNAM la que en real autonomía debe decidir su destino. Dicho esto, mucho importa si ese presidente defiende la gratuidad de la educación pública, pues también eso se votará el 2 de julio.

La universidad pública gratuita, con precisos y rigurosos instrumentos propios de evaluación para el ingreso, el egreso y la titulación; la universidad crítica, con rigor académico, sin compadrazgos, sin una aristocracia familiar convertida en casta divina del poder; la universidad de investigación abstracta y aplicada, con espacios y tiempos de reflexión y de producción genuina para sus investigadores; la universidad con rigurosa exigencia de rendimiento académico y sin la farsa degradante y cómplice de los estímulos para poder sobrevivir; la universidad al día, en sus aulas, sus bibliotecas y sus laboratorios, con las corrientes universales de pensamiento y de producción de conocimientos; la universidad republicana, espacio de enseñanza, de estudio, de libertad, de aprendizaje de la igualdad, y a la vez expresión de la multiplicidad y la vitalidad de los estudiantes de México: con esta imagen muchos estaremos de acuerdo. Pero no es el conocimiento regido por el mercado y subordinado al capital, sino el conocimiento como un patrimonio de la comunidad mexicana de historia, idioma, territorio, culturas, riquezas y destino, la regla de oro para esa vida universitaria.