La Jornada lunes 24 de abril de 2000

Elba Esther Gordillo
El debate

Mañana tendremos la oportunidad de presenciar el debate que los seis candidatos a la Presidencia de la República llevarán a cabo como parte de la agenda para que los ciudadanos puedan decidir el 2 de julio.

La diversidad de personalidades, de maneras de entender la política, del muy rico y variado ejercicio público que han ejercido, de las ofertas que buscan privilegiar, anticipan un acto que será, si no definitivo, sí altamente significativo en la búsqueda del consenso social expresado en votos.

Mucho se ha hablado de las diferentes estrategias que habrán de desplegarse; de las posibilidades de que se utilice el foro para lanzar ataques o incluso injurias personales; de lo inadecuado del formato para desplegar plenamente las habilidades de unos sobre otros; en fin, de todo aquello que forma parte de algo que podría definirse como el debate previo al debate, pero más allá de eso el hecho es que los candidatos se presentarán ante los medios de comunicación, junto con sus competidores, para dirigirse a la sociedad, para darle a conocer su oferta, para exponerle las razones y los compromisos que asumen.

La nueva cultura política que se está construyendo a partir de la imparcialidad de los organismos electorales, del arbitrio público sobre los dineros que los partidos políticos destinan para su promoción y organización electoral, debe completarse con la capacidad para confrontar las ideas sin que ello se traduzca en incertidumbre.

En la medida que prevalezcan en el debate del martes las ideas, por más vehementemente que se defiendan, por más argumentos que se utilicen para que dominen sobre las de los oponentes, quien ganará será la democracia, que es lo que justamente se busca.

Más que la forma, lo verdaderamente importante es el fondo; más que la imagen, lo que habrá de dar la victoria a uno u otro candidato será la convicción para defender aquello en lo que cree, para transmitir en qué consiste su proyecto de país, su oferta de futuro.

Ante los problemas que se derivan de una población que ha crecido exponencialmente y que ya llega a 100 millones; ante la agudización de la pobreza y el crecimiento acelerado de la marginación tanto económica como social; ante las exigencias que la globalización nos determina como nación; ante la indeclinable decisión de seguir siendo mexicanos en un contexto internacional profundamente transformado, y en muchos sentidos agresivo, es evidente que la imagen no será lo relevante ni los giros de audacia o los lances de populismo.

Lo que está de por medio es el proyecto de nación; lo que estamos decididos a construir en los definitorios años por venir; lo que entregaremos como patrimonio a nuestros hijos, no los despliegues mercadológicos, que quizá nos pueden hacer sonreír, pero jamás serán capaces de motivarnos a entregar la confianza en quien tendrá la enorme responsabilidad de conducir los destinos del país.

Seguramente en el debate habrá de todo: ideas, agresiones, inclusive propósitos carentes de fundamento y de posibilidades de realización, pero, junto con todo ello, el debate será sin duda un enorme avance para seguir construyendo esa democracia en la que estamos empeñados y que habrá de permitirnos avanzar mucho más rápido que hasta ahora.

Bienvenido el debate; bienvenida la oportunidad de privilegiar a la política como la vía para superar los grandes problemas nacionales.

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