Iván Restrepo
Un deslucido Día Mundial de la Tierra
El sábado pasado se celebró el Día Mundial de la Tierra. En México no hubo ceremonia oficial alguna. La causa: las autoridades resolvieron adelantar la celebración una semana por el inicio de las vacaciones. De todas formas hubo, como es costumbre en estos casos, discursos, promesas y actos deslucidos que, como muestra la experiencia, no resuelven los problemas que afectan a la tierra, algunos de ellos muy graves en México. Veamos.
Según datos confiables, cada año se erosionan entre 150 mil y 200 mil hectáreas. Se calcula que en las últimas tres décadas ha habido una pérdida de suelo mayor que la registrada en toda la historia del país. Sin embargo, los programas para evitarlo no funcionan y los recursos fiscales para detener la desertización son magros. Esa pérdida de la capa vegetal, y lo que sobre ella existe, se da muy especialmente en el sector rural debido a una agricultura y una ganadería que no disponen de los insumos indispensables, afectando también flora y fauna.
La desertización y su hermana mayor, la sequía, cada año hacen emigrar del campo a casi un millón de personas. Se van como jornaleros a las áreas de riego, a Estados Unidos o a conformar los cinturones de miseria de las ciudades en busca de ingresos que les permitan subsistir, pues las cosechas que obtienen en suelos "cansados", con pobre capa vegetal y poca agua, no alcanzan para llevar ni siquiera una vida de subsistencia.
La erosión de la tierra es un viejo problema, que bien conocen nuestras autoridades como también saben lo que ocasiona: una pérdida anual de 600 mil hectá-reas de bosques y selvas, con lo cual otro elemento básico para la vida en el planeta, el agua, ve amenazada su existencia. De paso, cuando las lluvias caen sobre suelos sin capa vegetal protectora, la tierra se desprende y termina en las cuencas de ríos y arroyos, en lagos y presas, azolvándolos.
Esas cuencas hidrográficas se encuentran contaminadas por los aportes de la industria y los asentamienos humanos y la agricultura. A pesar de tantas promesas sexenales, ninguna muestra signos de recuperar su salud. Ni siquiera la del Lerma-Chapala-Santiago, si confiamos en los datos que revelan la lenta muerte del lago de Chapala al cual alimenta. Otro lago, Pátzcuaro, y su otrora bello entorno, va en picada en medio de programas de recuperación más lentos que la velocidad con que se destruye un patrimonio que los purépechas supieron cuidar con esmero y convirtieron en un pa-raíso.
Por lo que hace a nuestras áreas costeras, recientemente se dieron a conocer datos oficiales que muestran su vulnerabilidad debido al cambio climático. Podría pensarse que estarían ya en marcha estrategias para evitar lo peor; todo lo contrario: la ocupación de la franja costera, tanto en el Golfo, el Caribe y el Pacífico, se realiza sin la planeación mínima, a merced de ecosistemas valiosos, como los manglares, tulares, lagunas y zonas de inundación. Los asentamienos humanos, los proyectos de "desarrollo" turístico e industriales imponen su ley, que no es precisamente la del respeto a la naturaleza.
En fin, podríamos agregar el deterioro ambiental de las ciudades, la generación de basura, incluyendo desechos tóxicos y peligrosos, que por millones de toneladas se depositan en los sitios menos adecuados; los efectos de la contaminación en la salud pública. La lista es larga. Digamos entonces que al adelantar la fecha de celebración del Día Mundial de la Tierra nuestras autoridades no solamente quisieron evitar que los discursos sobradamente conocidos cayeran en el vacío por carencia de auditorio; quizá aprovecharon la ocasión para enviar también a la ciudadanía el mensaje de que no pudieron con la encomienda, y será la próxima administración la que trate de enderezar las cosas.