FINANZAS: EL RIESGO MICROSOFT
Por segunda ocasión en el mes, los reveses que enfrenta Microsoft en los ámbitos legal y empresarial generaron una turbulencia inquietante en la bolsa de Nueva York, donde el índice Nasdaq, que refleja el comportamiento bursátil de las empresas de tecnología informática, experimentó un descenso brusco. Por fortuna, los movimientos a la baja no afectaron de manera significativa al indicador de corporaciones tradicionales -el Dow Jones- ni a otros centros financieros del continente, con excepción de Brasil. Sin embargo, el episodio puso en evidencia, de nueva cuenta, las debilidades y fragilidades inherentes a la economía de especulación en que se basa el conjunto de los intercambios comerciales y financieros mundiales.
La caída de las acciones de Microsoft tuvo dos razones: por una parte, la reducción en las estimaciones esperadas del crecimiento en sus beneficios, y por la otra, los rumores sobre una cada vez más posible partición de la empresa en al menos dos corporaciones distintas, una dedicada al área de los sistemas operativos (Windows) y otra a las soluciones de negocios con programas integrados (Office). En ambos aspectos la raíz de los problemas reside en el evidente carácter de monopolio que ostenta la compañía fundada por Bill Gates, carácter que le ha conferido un peso y un poder desmesurados en el contexto de la economía mundial.
Es preocupante constatar que la gestación y consolidación monopólica de Microsoft han tenido lugar en un entorno discursivo e ideológico que entroniza la libre competencia y el libre mercado como fundamento del funcionamiento económico. En ese mismo entorno, la evolución de la empresa de Seattle no es una excepción, sino la norma y el ejemplo más claro de la conformación de conglomerados empresariales que engullen y concentran en unas cuantas manos empresas de tecnología de punta, sistemas de telecomunicaciones, medios masivos, cadenas comerciales y hasta estudios y productoras de cine.
Mientras mayor es el peso financiero de tales concentraciones, mayor resulta la fragilidad e inestabilidad de las bolsas. Basta con que uno de estos grandes consorcios experimente problemas legales o empresariales para que sus acciones arrastren en su caída al resto de los títulos. Lo más grave y aberrante es que tales tropiezos no se circunscriben a un pequeño círculo de especuladores bursátiles, sino que generan una suerte de onda expansiva que puede suscitar caídas dramáticas en los niveles de vida de países cercanos o remotos pero ajenos, en todo caso, al frenesí de las apuestas en Wall Street.
Tales fenómenos hacen evidente la necesidad de que los gobiernos -y acaso también los organismos internacionales- establezcan regulaciones al crecimiento de los grandes consorcios y a los excesos especulativos.
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