La Jornada martes 25 de abril de 2000

Luis Hernández Navarro
Globalizar la liberación

La lista de las protestas en contra de la globalización como agenda de las grandes empresas trasnacionales sigue: Seattle, Bangkok, Davos, Washington. Lo mismo que la resistencia a las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM): el levantamiento zapatista, la UNAM y el movimiento contra la privatización de la industria eléctrica en México, Uruguay, Ecuador, Costa Rica, Cochabamba en Bolivia, Porto Seguro en Brasil. Entre unas y otras se teje una red invisible que rebasa las ideologías.

Independientemente de las diferencias nacionales que existen entre todas estas luchas, las semejanzas que las caracterizan son sorprendentes, más allá de la coincidencia en su rechazo al neoliberalismo y a las instituciones de Bretton Woods. Son movilizaciones desde abajo, alejadas de las clases políticas tradicionales, con frecuencia ajenas a los partidos, sin liderazgos reconocibles, organizadas a partir de grupos de afinidad que se coordinan entre sí, protagonizadas por nuevos actores sociales (aunque en algunas de ellas ha participado el movimiento sindical). Se oponen a la exclusión y la marginación. Exigen una ampliación generalizada de la ciudadanía. Han hecho de la reivindicación de los derechos humanos --incluidos de manera destacada el derecho a la diferencia y los derechos económicos y sociales-- y de una nueva ética, elementos centrales de su discurso mientras ejercitan la resistencia civil pacífica.

Son expresión de un nuevo ciclo de protestas planetarias que tiene como eje central de acción el rechazo hacia el modelo de globalización, que pretende hacer de la ideología del libre mercado el centro de las relaciones sociales. No se trata de acciones de resistencia surgidas de una conciencia proteccionista o nacionalista; ambas actitudes están presentes en las movilizaciones, pero no son su sello distintivo. Tampoco se trata de una moderna redición de las luchas de liberación nacional o de los movimientos contraculturales de la década de los sesenta, por más que parezcan elementos de unos y otros en las nuevas batallas.

El elemento común de esta revuelta es que en ella participan los globalizados del norte y del sur, sean integrados o excluidos, ambientalistas u obreros, estudiantes o indígenas, campesinos sin tierra o granjeros familiares. Reivindican una nueva dimensión de lo público en contra de la privatización creciente de la vida social y de la vida misma, que se expresa en la consigna de los asistentes a las jornadas de Washington "ƑDe quienes son las calles?: las calles son nuestras". Rechazan un proceso de mundialización que afecta negativamente la vida de millones de gentes, conducido por instituciones multilaterales con funcionamiento antidemocrático, que no rinden cuentas a nadie y que favorecen los intereses de unas cuantas empresas transnacionales.

La radicalidad y expansión de las protestas expresan situaciones límite dentro de la sociedad y no hechos aislados de minorías fanáticas. El malestar se extiende y crece dentro de la nación más favorecida por ella. Un estudio de opinión, realizado el pasado 28 de marzo por la Universidad de Maryland en Estados Unidos, encontró que una vasta mayoría de estadunidenses apoya la integración económica global, pero quieren que sea conducida protegiendo el ambiente, las relaciones laborales y la pobreza. Una encuesta efectuada el 12 de abril por la revista Business Week y Harris concluyó que sólo 10 por ciento de los estadunidenses se define a favor del libre comercio, mientras 51 por ciento lo hace a favor del comercio justo y 37 por ciento como proteccionista. El periódico Le Monde asegura en un amplio informe que Seattle y Washington son sólo la punta del iceberg de una oposición a la mundialización más amplia.

Cuando en enero de 1994 los zapatistas se levantaron en armas y rechazaron el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos se dijo que su protesta era una nostálgica apuesta en contra de la modernidad.

Cuando convocaron, años después, a los encuentros internacionales por la humanidad y contra el liberalismo se afirmó que buscaban impulsar la solidaridad internacional hacia su causa con fuerzas políticas marginales. A seis años de distancia queda claro que, como en tantos otros aspectos, la revuelta de la Lacandona no era un regreso al pasado, sino una anticipación del futuro. Muchos de los actores que han organizado el actual ciclo de protestas han reconocido en los rebeldes mexicanos una inspiración y tienen con ellos relaciones de solidaridad.

La globalización de la liberación entra en un ciclo ascendente. Es la hora de los cambios.