La Jornada miércoles 26 de abril de 2000

Orlando Delgado
El debate y el futuro económico

El debate presidencial, como era de esperarse, resultó desigual, dedicándose grandes espacios al enfrentamiento personal, particularmente entre Francisco Labastida Ochoa y Vicente Fox Quesada, que pretendieron reducir la discusión a sus desempeños como gobernadores. Ambos desperdiciaron la oportunidad de plantear, con firmeza, a la nación su proyecto económico, su propuesta de futuro para todas y todos los mexicanos; se engolosinaron con sus propios "logros": uno, por que supuestamente encabeza las preferencias electorales; el otro, por que él sí es el pretendidamente cambio verdadero.

Sin embargo, hubo pronunciamientos importantes que deben reconocerse, dada su pertinencia: la frase de Gilberto Rincón Gallardo de que México es mucho más que dos, derrota cabalmente la idea panista del voto útil; los señalamientos escuchados advierten a la ciudadanía que Fox ahora propone abrir los expedientes del Fobaproa, cuando él y su partido se han negado sistemáticamente a hacerlo y ahora olvida que propuso la privatización de Pemex, aunque luego cambió de opinión; ilustra que el candidato del oficialismo propone resolver lo que su propio partido ha creado: 40 millones de pobres, salarios precarios y desempleo e informalidad generalizados, sin mostrar sus diferencias de política económica respecto a aquella que precisamente ha producido estos resultados.

Desde que se empezó a plantear la posibilidad de un debate entre los candidatos a la Presidencia de la República, se fueron creando expectativas polares: de un lado, como lo formuló inicialmente Fox, se entendía como una especie de eliminatoria, en donde primero debatían seis, luego tres y finalmente los dos mayores; de otro lado, el evento parecía rígido, distinto a un debate real y, más bien, se presentaba como seis monólogos, presumiblemente sosos. Sin embargo, los mismo equipos de campaña y sus fuerzas electorales, generaron sus propias expectativas, a partir de la ubicación de cada candidato en las supuestas preferencias electorales y en el desempeño durante su particular campaña.

Así, de Fox se esperaba que intentase superar su lenguaje coloquial y que pretendiera aparecer como el estadista que no es, pero que piensa que los que atendiesen el debate quisieran ver; el producto que con rapidez se adecua a lo que piensa que el mercado demanda. De Labastida se esperaban sonrisas estudiadas, vacuidad en el mensaje y algunos ataques al panista, para mostrar su capacidad de respuesta al ataque simplón; el que piensa que debe hacer pensar que es el seguro ganador, para que si triunfo resulte creíble.

De Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano se esperaba un desempeño audaz, que mostrara una propuesta congruente con un proyecto histórico, expresado con menor sobriedad de la usual; el eterno opositor dispuesto a seguirlo siendo, aunque la presión de convertir a la elección en referéndum sea feroz. Los otros tres aspirantes iban de pesca: ninguno cuenta con la autoridad moral para constituirse en una opción verdadera; uno ha estado dispuesto a todo para ser presidenciable, otro salinista redimido y el último comunista convertido en rosa oficialista.

Las líneas fundamentales de la propuesta económica de los tres candidatos con mayor presencia electoral, habían sido establecidas con anterioridad; en algunos aspectos, como en la meta de crecimiento del producto, la disputa fútil era sobre cinco o siete por ciento.

El debate no sirvió para que los aspirantes precisaran: Labastida Ochoa ni siquiera se ocupó del tema en el espacio que los otros dedicaron a sus planteos económicos, habló de su declaración patrimonial; Fox defendió su gestión en Guanajuato, con los empleos creados, muchos provenientes de procesos de descentralización y no de una política deliberada; Cárdenas Solórzano mencionó aspectos básicos para realmente crecer con rapidez, como dedicar el uno por ciento del producto interno bruto a la obra pública y el tema de una reforma fiscal justa; Rincón Gallardo añadió al crecimiento del empleo, la necesidad de que crezca también el consumo, lo que introduce un matiz crucial que habla del carácter del crecimiento mismo.

El sabor final es que los artificios predominaron, el cretinismo de Vicente Fox Quesada se sublimó y la falta de una propuesta sólida de Francisco Labastida Ochoa resultó evidente. Con sobriedad, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano planteó una posibilidad, la de votar de acuerdo con nuestra conciencia, ese es ciertamente el real voto útil, el que puede llevar a que el futuro de cada uno, siendo uno de exclusión, o bien a que iniciemos una nueva etapa económica donde no sólo se creen empleos estables y bien pagados, sino también que el Estado sea responsable de protegerlos.