EL DEBATE QUE NO FUE
El espectáculo televisivo realizado ayer por los seis candidatos a la Presidencia dio a la ciudadanía la oportunidad de formarse un retrato de la clase política nacional, con todas sus carencias, sus atrasos e inercias y sus tropiezos ante una modernidad mediática asimilada sólo en sus aspectos más frívolos y distorsionadores, mas no en sus potencialidades reales de comunicación política. Así fuera por este único atributo, la trasmisión televisiva habría valido la pena. Pero, además, permitió airear en horarios de gran audiencia posiciones críticas, y ello representa un avance en el desarrollo político del país.
Sin embargo, lo visto ayer difícilmente podría denominarse un debate; fue, en el mejor de los casos, un ensamble de seis largos spots de campaña y, en el peor, una batalla de descalificaciones personales entre los candidatos panista y priísta, Vicente Fox y Francisco Labastida. Cuauhtémoc Cárdenas estuvo muy lejos de reflejar las energías sociales que ha convocado en distintos momentos de su lucha política y pareció empeñado en permanecer idéntico a sí mismo; llevó al evento el tema del Fobaproa -en torno al cual se expresan claramente las distintas posturas partidarias en el debate por la nación-, pero lo hizo sin el filo que era de esperarse; este asunto, sin embargo, fue retomado por el resto de los participantes, así fuera para atacarse mutuamente, y fue, a lo largo del encuentro -o desencuentro- lo más parecido a un punto articulador.
De los tres aspirantes carentes de posibilidades reales, Manuel Camacho Solís, Porfirio Muñoz Ledo y Gilberto Rincón Gallardo, sólo el tercero mostró un esbozo de propuesta política coherente; el segundo fue el único que se refirió con alguna amplitud al tema de la política exterior, pero pareció en todo momento fuera de contexto, porque la cámara televisiva requería un comunicador y no un tribuno. De las intervenciones de Camacho no hay nada que subrayar, salvo que su afán por conquistar el extremo centro del espectro político desemboca en el pleno desvanecimiento de cualquier perfil ideológico.
Si hubiera que definir un perdedor absoluto en la exhibición -cuatro monólogos y un diálogo ríspido- éste sería, sin duda, el gobierno federal y el régimen priísta: todos los aspirantes presidenciales, por mención expresa o por elipsis, tomaron distancia del desastre social provocado por las últimas administraciones y todos coincidieron en la urgente necesidad de un cambio de rumbo desde el poder público. Ni el propio candidato oficial pudo evitar las menciones críticas -al ''viejo PRI'' o a los millones de pobres generados por la política económica del gobierno del que ha formado parte-, pero sus intentos de tomar distancia con respecto a su propio grupo político podrían minar su credibilidad en lugar de acarrearle votos.
Fox, por su parte, cumplió bien las expectativas mercadotécnicas de sus asesores, suavizó su imagen rústica y se ofreció como un producto presentable ante las cámaras. Estos aciertos pueden eclipsar en alguna medida sus notorias contradicciones -ayer desmintió con la mirada fija sus propias declaraciones a favor de privatizar Pemex y en contra del laicismo en la educación- pero difícilmente le otorgan sustancialidad.
La cobertura mediática no salió mejor librada del evento que los candidatos. Antes del encuentro, los noticieros radiales se concentraron en los colores de las corbatas y las marcas de los vehículos de los aspirantes, y durante el acto, una cámara rígida y cerrada en el formato pasaporte -así acordado por los propios contendientes- contribuyó decisivamente al tedio de las audiencias que, si esperaban un debate real de ideas, propuestas políticas y plataformas de gobierno, resultaron defraudadas. Pero el hecho de haber presenciado en los medios masivos balances implacables y severos sobre el desempeño gubernamental constituye un dato alentador sobre los espacios de libertad que la sociedad se ha ganado a lo largo de muchos años e innumerables luchas cívicas.
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