* Juan Arturo Brennan *

Soldados, violines, diablos

Dicen que, en ocasiones, la percepción temporal del espectador respecto de un hecho escénico es una buena medida de su éxito o fracaso. Si algo hay de cierto en esta afirmación, puede decirse entonces que la puesta en escena de La historia del soldado (1918), de Stravinski y Ramuz, que se presenta en el Foro Experimental del Centro Nacional de las Artes es exitosa en sus propios términos. Y si he mencionado el asunto de la percepción temporal, es porque no pude evitar la comparación entre esta propuesta músico-teatral y la que vi hace un par de años en Guanajuato durante el Festival Internacional Cervantino.

En aquella ocasión, la parte musical del espectáculo tuvo algunos aciertos debidos sobre todo a la inteligente conducción de José Luis Castillo. Sin embargo, la componente teatral resultó falta de ritmo, desvinculada del discurso musical y, sobre todo, eternizada en la plácida contemplación de los andares del soldado que mucho caminó. A diferencia, la versión vista y escuchada en el CNA tiene como una de sus principales virtudes la agilidad escénica lograda a partir de un buen sentido del ritmo. Pero sobre todo, se agradece a los responsables del proyecto el haber puesto en práctica una vinculación estrecha entre música y teatro, vinculación sin la cual es imposible concebir una buena puesta en escena de La historia del soldado.

El nexo mencionado se da, por ejemplo, desde la presencia misma de los músicos, colocados en una posición escénica importante, ataviados con vestuario que los hace formar parte de la historia, y participando directamente en algunas acciones teatrales. El fascinante y complejo texto de Ramuz es presentado aquí en una traducción que quizá pueda ser cuestionada por algunos puristas, pero que tiene el mérito de ser, más que una simple transliteración, una verdadera adaptación en la que abundan las expresiones coloquiales y algunos localismos que ayudan al buen fluir de la palabra.

Asimismo, hay en la dirección escénica y los apuntes coreográficos de Victoria Gutiérrez una serie de referencias multiculturales que, además de ampliar el espectro expresivo de la pieza, le dan un toque de atemporalidad que le va muy bien al texto. En este sentido habría que mencionar, por ejemplo, que si bien la danza de seducción ejecutada por Djahel Vinaver está concebida en términos hasta cierto punto abstractos, la bailarina no niega la cruz de su parroquia y en ciertos gestos y movimientos hace patente su profundo conocimiento del Odissi, el Khatakali y el Bharatanatyam, los estilos clásicos de la danza de la India. Comedia, teatro del absurdo, cabaret, carpa, performance, son algunas de las herramientas utilizadas aquí para contar la historia de un soldado que camina, un libro engañoso, un diablo truculento y un violín que, en este caso, es más un poderoso emblema que un simple instrumento musical.

En el plano puramente sonoro destaca el hecho de que el conjunto instrumental que interpreta esta Historia del soldado ha sido conformado por siete músicos de alto nivel, seis de la Filarmónica de la Ciudad y uno más de la OFUNAM, cuyo rendimiento como ensamble de cámara es admirable. Los ensayos y la preparación a cargo de Jorge Mester, director artístico de la OFCM, han permitido que el grupo ejecute esta endemoniada partitura sin la presencia física del director en el escenario. Esto, además de ser un logro evidente en lo que se refiere a la disciplina en el trabajo de conjunto, permite una mejor integración de los músicos al discurso teatral, en el entendido de que en ocasiones la presencia de director, podio y batuta suele ser un elemento que hace mayor la distancia dramática entre músicos y actores. Este septeto de buenos instrumentistas logra una lectura clara y transparente de la partitura de Stravinski, con un buen sentido para proyectar todo el humor (a veces muy negro) que música y texto ofrecen como hilo conductor de la pieza.

La atención del ensamble a ciertas constantes estilísticas permite, además, encontrar sin dificultad los puntos de contacto entre La historia del soldado y otras composiciones de Stravinski, algunas de ellas puramente abstractas, como Ragtime (1918), y otras concebidas para la escena, como es el caso de Renard (1915-1916).

En suma, una atractiva sesión de teatro musical de cámara, escénicamente divertida y musicalmente sólida, que permite al espectador recordar que hay pocas experiencias más satisfactorias que el teatro con música en vivo, sobre todo cuando la música es protagonista. Una buena versión de La historia del soldado, que amerita ser vista y oída en alguna de las siete funciones que aún quedan por delante.