JUEVES 27 DE ABRIL DE 2000
* Olga Harmony *
Música, cuerpos y palabra
La nueva escenificación, en un espacio reducido (el Foro Experimental del CNA) y con una gran sobriedad de elementos, de La historia de un soldado, de Igor Stravinsky y F. (Charles Ferdinand) Ramuz, es muy interesante. De la muy conocida música, a veces escuchada con su propósito original de suite orquestal, y esta vez encomendada a cinco distinguidos músicos de las orquestas filarmónicas de la Ciudad de México y de la UNAM, bajo la dirección de Jorge Mester, poco puedo opinar porque es una materia de la que ignoro todo: sólo puedo afirmar, como cualquier otro oyente, que logró ampliamente su propósito de ser un elemento dominante en el montaje. Pero de los elementos escénicos tan cercanos al teatro ųtanto así que en general la dirigen teatristasų sí puedo fundamentar algunas apreciaciones.
Ignoro de quien sea la versión al medio mexicano de la narración, ya que no se da crédito en el programa, a menos de que sea de la violinista Noemí Brickman, alma del proyecto y productora ejecutiva del mismo. Se trata de una adaptación muy forzada, que desde el programa mismo de mano ųcon un pasaje de Juan Rulfoų nos induce a pensar en nuestra realidad, cuando lo que estamos viendo es un cuento oriental que contrasta, sin lograr la fusión cultural que se pretende, con los mexicanismos dichos por el narrador e incluso con el pulque que éste bebe y que ofrece. La sencillez de lo narrado y la sentenciosa moraleja de que hay que contentarse con lo logrado y no pretender tenerlo todo, son tan claras para cualquier público que se hacen innecesarias estas forzadas adaptaciones.
En algunos casos la dirección teatral de una coreógrafa nos remite a vanguardias muy superadas, porque no sólo los lenguajes dancísticos y teatrales son muy diferentes, aunque ambas artes sean escénicas, sino que la codificación que se hace para lograr que coincidan drama y movimiento nunca coinciden. No es el caso de Victoria Gutiérrez con La historia de un soldado, quizá porque se trata de un semiballet. En un desolado espacio arenoso y con un diminuto pueblito de madera, creado por Xóchitl González y con el intemporal ųexcepto en el oriental de la bailarina Djahel Vinaverų vestuario de Adriana Olivera y Rosa María Manzimí que sí logra la mixtura de culturas buscada en todo el espectáculo, la coreógrafa realiza un imaginativo trabajo de dirección, muy apoyada por la capacidad histriónica de Manuel Poncelis como el narrador y las dotes tanto actorales como de expresión corporal de Ari Brickman como el soldado y de Arturo Reyes como un diablo que asume diferentes disfraces, casi danzantes ellos mismos, sobre todo Ari Brickman que realiza una coreografía con la danzarina oriental.
Otro tipo de búsqueda es el que hace Alberto Lomnitz con su Teatro de sordos Seña y Verbo. Para la escenificación de Ecos y sombras, Lomnitz contó con tres actores no parlantes y un buen elenco de actores conocidos. La dramaturgia ųdel propio director, Carlos Corona, Boris Fridman y La compañíaų esta vez es más compleja que en otras escenificaciones del grupo, ampara dos historias paralelas con sus ramificaciones y no resulta muy lograda. Sabemos ųprimera lección de cualquier curso o tallerų que la vida ofrece coincidencias que en el teatro no se deben presentar. Así, que el maestro Esteban pierda el oído y que sea vecino ųsu hijo Lucio incluso es amigoų de una señora cuyos hijos y nuera no son hablantes, resulta coincidencia muy forzada. Lo mismo se puede decir de muchas escenas reiterativas, a veces muy largas y cansadas, con lo que los variados conflictos pierden su eficacia. Pero el buen teatrista que es Lomnitz prefiere sacrificar lo verosímil teatral a una tesis que sustenta: no hay que obligar a los sordos a hablar fonéticamente, porque emiten sonidos desagradables que los confunden con débiles mentales, sino que hay que utilizar los alfabetos de señas. Como todo teatro de tesis, lo dramático se debilita en aras de una propuesta ética o social. Habría que añadir la dificultad para el director, que sale muy airoso, de trabajar con actores parlantes y no parlantes.
En una escenografía muy eficaz diseñada por Hugo Heredia y con el buen vestuario de Marina Meza, con el apoyo de la música en vivo ųcontrabajo, Maximiliano Torres, y clarinete, Fernando Domínguez Legorretaų de Eugenio Toussaint, los actores encabezados por el muy profesional Luis Rábago se desempeñan. Vemos al desperdiciado Hernán del Riego en variados personajes. A la poco convincente Joana Brito, a Glenda Fur y a Taniel Morales junto a los actores sordos de muy buen desempeño, Sergio Isaac Falcón, Zaira Haddas y Lucila Olalde. Y si dramáticamente el montaje no es muy logrado, en cambio tiene todo lo necesario para que intentemos comprender el mundo de los sordos, su vitalidad que supera los obstáculos y sus intactas capacidades.