JUEVES 27 DE ABRIL DE 2000

La jihad de Fox

 

* Soledad Loaeza *

En el debate del martes pasado Vicente Fox hizo nuevamente un llamado a la guerra santa contra el PRI, que ha sido el tema fundamental de su campaña. Es sorprendente que insista en ello a pesar de que los numerosos intentos, suyos y de otros, por construir una coalición antipriísta han resultado pólvora mojada. A estas alturas tendría que haber reconocido que en el país hay priístas por todas partes y no solamente en el gobierno; más todavía, los hay, y muchos, entre los electores, como lo prueba el hecho de que el candidato Labastida mantiene la mayoría de las preferencias en las encuestas de opinión. Esta realidad le es tan amarga a la oposición que sus líderes y pensadores más distinguidos insisten en negarla, o en descalificar a los votantes priístas acusándolos de tontos, corruptos o simplemente inferiores, sin darse cuenta de la falta de respeto en la que incurren y del autoritarismo que subyace a este reproche que se traduce en: "Todo el que no vote por mí, todo el que no piense como yo, es un miserable". De esta manera Fox está invitando a que la diferencia política abra la puerta a actitudes fundamentalistas que son del todo ajenas a la democracia pluralista, que es la profesión de fe del nuevo siglo.

Los llamados de Fox a la formación de un frente amplio de rechazo habrían tenido más éxito hace quince años, cuando no sabíamos lo que significaba ser gobernados por no priístas y estábamos dispuestos a darle un voto de confianza a cualquiera antes que al PRI; sin embargo, hoy en día la experiencia con las oposiciones en el gobierno ha depurado el voto de protesta y los electores sabemos que al votar por la oposición no solamente votamos contra el PRI, sino que votamos por el PAN o por el PRD; es decir, nuestro rechazo a uno de los partidos implica que los siguientes tres o seis años estaremos representados o gobernados por otro de ellos. Panistas y perredistas en el gobierno han demostrado que no son necesariamente mejores que los priístas; incluso algunos son hasta peores. Nada más que por esta razón la evocación que hizo Fox en el cierre de sus intervenciones del martes a Nelson Mandela o a Lech Walesa resulta gratuita, porque ninguno de los dos podía identificarse con un partido en el gobierno, como es el caso del candidato de Acción Nacional. Quiéralo o no Vicente Fox su partido ha gobernado y gobierna, y el juicio que merezca su desempeño intervendrá en la decisión de los electores.

La jihad de Fox le procurará el apoyo de muchos que aspiran derrotar al PRI, pero todo sugiere que su victoria no traería el fin de algunos de los más graves pecados priístas, por ejemplo, la personalización del poder, el amiguismo, el influyentismo, el sometimiento de la ley a las razones del poderoso. De todos estos vicios que hemos sufrido setenta años, Fox nos ha dado una probadita a lo largo de su cruzada: ha prometido resolver los problemas con su sola voluntad y ha anunciado la creación de cuerpos especiales de "líderes morales", ciudadanos que para él podrán ser preclaros, que para muchos otros serán oscuros, pero que derivarán su autoridad de su relación especial con el Presidente de la República. No es ésta la única contradicción de Fox. No se puede llamar a una jihad antipriísta y después anunciar que se convocará a un acuerdo nacional para formar un gobierno plural e inclusivo. Esta confusión sugiere --al igual que su comparación con Polonia y Sudáfrica-- que el candidato panista está indigesto de lecciones de transitología.

La propuesta de Fox llama la atención por presidencialista, y parece ser el resultado de una extraña combinación: un tantito de Echeverría, otro poquito de López Portillo, algo de Clouthier y hasta una pizquita de Salinas, aunque se haya preparado bajo un signo ideológico diferente. Es posible que parte del éxito de Fox se explique precisamente porque toca en el electorado las cuerdas de un pasado político no tan remoto, cuando el presidente resolvía todos los problemas, a Dios gracias. Esta forma tradicional de hacer política apela al pequeño populista que todos los mexicanos llevamos en el corazón. Pero Fox es también un hombre de su tiempo, un político posmoderno. Según Hugo Young, el aguzado editorialista británico, la moda actual es este tipo de político, el que antepone la imagen a la sustancia, prefiere la frase efectista al contenido, privilegia la percepción frente a la realidad, cuando se le pide programa ofrece personalidad, y favorece el movimiento en relación con el partido. Su éxito estriba no tanto en estas características como en el hecho de que puede ser utilizado por los electores para darle una lección al partido en el poder, puede ser el instrumento de la arrogancia de los ciudadanos o de la ira de Dios, lo que no será es un constructor de la democracia. *