JUEVES 27 DE ABRIL DE 2000

Somos más que dos

 

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

El debate entre los seis candidatos presidenciales demostró que la vida política mexicana ya no puede reducirse a una falsa polarización transicional entre dos grandes fuerzas.

La noche del martes fuimos testigos de la pluralidad que hoy por hoy caracteriza la situación nacional. Seis candidatos hicieron ver mal, muy mal al bipartidismo en ciernes que ofrecen como panacea tanto Fox como Labastida. México es mucho más que dos, dijo Gilberto Rincón Gallardo, parafraseando a Mario Benedetti, al defender el derecho de las minorías a participar en condiciones de equidad en una contienda que hasta ahora ha sido desigual y excluyente.

Se podrá criticar a uno u otro candidato por su desempeño ante las cámaras, pero lo cierto es que la presencia de los representantes de los llamados partidos chicos fue la que en verdad enriqueció el debate, dándole el sentido y la consistencia que ya se había extraviado durante las campañas. La equidad sirvió al objetivo de ofrecer a la ciudadanía el cuadro completo de las opciones, ajustando en un sentido o en otro las preferencias electorales y lo que ha dado en llamar el voto útil, que ya no es tan obvio como parecía antes del encuentro.

Sería inconcebible que los grandes partidos prosiguieran empeñados en realizar una segunda ronda sin la participación de los demás, pues la ciudadanía ha podido reconocer que hay otras propuestas a las de PAN, PRD y PRI. La igualdad ante la ley debe traducirse en condiciones de equidad para todos, no en su negación.

En lo sustantivo sería ridículo entrar en el juego trivial de decir quién "ganó" el debate, pero sí es factible reconocer quiénes aprovecharon mejor el tiempo y la oportunidad. En ese punto es indiscutible que fue Rincón Gallardo quien destacó por su decisión de privilegiar en el debate la inteligencia de la audiencia por encima de otras consideraciones. No se salió una línea del planteamiento que llevaba preparado y eso evitó titubeos y confusiones como los de otros aspirantes. Supo dirigir un mensaje a la franja del electorado que le interesa sin perderse en el marasmo de las controversias inútiles de los últimos meses, hizo propuestas y eso rindió frutos muy positivos, como lo demuestran numerosas encuestas y opiniones recogidas al final del día.

Por lo demás, el debate del martes confirmó que aún falta un buen trecho hasta que los políticos encuentren el tono que la democracia exige para expresar las diferencias. Aunque hubo avances en este punto, no hubo verdadera naturalidad en la mayoría de las exposiciones y algunos persistieron en las poses grandilocuentes o la falsa teatralidad que recomienda la mercadotecnia. Algunos candidatos le hablan a todo el mundo y a nadie en particular. Tutean al ciudadano o lo mitifican en frases efectistas que parecen surgidas del averno político.

Todo esto debería servirnos de lección. En cualquier caso, no hay que olvidarse de que el debate es una materia esencial en la democracia, no un simple recurso auxiliar dentro del arsenal electoral que los medios ponen al servicio de sus clientes políticos. Muy a menudo se conciben los debates como si éstos fueran episodios militares definitivos de los cuales se sale con los brazos en alto o con los pies por delante, en vez de asumirlos como la expresión natural del juego democrático permanente. En general, sigue confundiéndose la dialéctica de las ideas con el intercambio de las descalificaciones que marca el curso general de las campañas electorales. Por eso se adoptan formatos rígidos, amurallados, en vez de abrir las compuertas a una discusión más libre, como espera la ciudadanía.

Pero esta vez la realidad puso a prueba esas certezas. Seis candidatos pueden y deben discutir de cara a la ciudadanía porque tienen algo que decirle. Y ése es el hecho más importante para consolidar nuestra incipiente democracia. Esperemos que se den nuevos debates incluyentes, menos rígidos y dedicados a los temas específicos que apenas se rozaron en este debate. *