La Jornada domingo 30 de abril de 2000

Néstor de Buen
La saca

Hace bastante años mis amigos laboralistas de España me contaron de las peripecias que pasaban, en tiempos anteriores, los aspirantes a catedráticos que presentaban exámenes de oposición. No sé si el tema era válido para toda la universidad española o sólo para la antigua Universidad Central de Madrid que le robó el nombre a su vecina de Alcalá de Henares para llamarse "La Complutense", que suena bastante mejor. Creo que se seguía en toda España.

En los exámenes había un primer momento en el que los diferentes aspirantes se tenían que dedicar a echar pestes de sus colegas en lo que, si la memoria no me falla, llamaban "la saca". Allí era invocar falsedades de los curricula, bajar el valor de las maestrías o doctorados o poner en lugar incómodo a libros o artículos invocados como títulos de honor en las listas preparadas por cada uno de sus contrarios.

El efecto de ese primera etapa, seguida después por demostraciones eficaces ante el jurado de conocimientos o desconocimientos propios, fue desastroso. Supongo que las mayores enemistades en los claustros de profesores habrán arrancado de esas "sacas" criminales. La universidad española las suprimió. Hoy los concursos de oposición por aquellos rumbos descansan en las capacidades y no en las incapacidades o defectos. Los exámenes de oposición son respetuosos y cada quien tiene que lucir sus gracias y no apoyarse en las supuestas desgracias de los otros.

Me acordaba el martes pasado de esa historia viendo el famoso debate. Llegué tarde a casa y aunque en el carro lo escuché un ratito, pasaba media hora cuando acompañé a Nona mi mujer a ver los apuros, olvidos y agresividades que se repartieron con alegría.

Mi primera conclusión fue que el debate había sido diseñado con las patitas. Porque no se vale en ningún examen que a los alumnos les digan el tema de antemano y que les permitan leer su acordeón. Eso no demuestra más que una cierta capacidad de lectura con el riesgo, como le ocurrió al joven Labastida, de que se equivocara por lo menos dos veces de papelito o se olvidara de él o que se sintiera gitano y en lugar de proponer soluciones económicas o sociales, aparte de autoinmolarse tontamente con las frases atribuidas a Fox, se dedicara a tratar de ponerlo en ridículo. Sin lograrlo, por supuesto.

El mejor orador de todos, sin duda Porfirio, a quien le asomaba el coraje por todos los poros -y no le faltaba razón-, en lugar de hacer uno de sus discursos brillantes y gratos, con sonrisas y miradas de intención, leyó y no leyó bien. Manolo Camacho, que es mejor orador sin leer, se notaba tenso y además le entró a los trancazos. Fox, más hecho a las broncas, lo pasó muy bien, contestó a Labastida con precisión magnífica y delegó en él la función de las injurias. Y eso a Paco Labastida no se le da bien. Rincón Gallardo salió del rincón de su aplastante minoría y demostró virtudes gallardas. Y Cárdenas hizo notar que ha aprendido. Serio sin ser solemne, con base en mínimas notas, fue preciso, propuso, se defendió con rigor y sin exageraciones y respondió con escasas agresividades. šBien por Cuauhtémoc!

ƑQuién ganó? Yo diría que todos perdimos. Porque lo positivo que sería un auténtico debate con exposición y crítica de cada uno a lo dicho por otro, sobre temas que se podrían sortear allí, sin acordeones, con un compromiso de pleno respeto personal y un moderador o moderadora preguntones con picardía, no se logró. Los recursos ante la pregunta difícil, la capacidad de crítica y réplica, el improvisar armando bien el tema que te tocó en suerte, será siempre mucho mejor que este conjunto incómodo de discursitos probablemente escritos por asesores.

Paco Labastida debe reconocer que no lo hizo nada bien y que debió hacerlo mucho mejor. Me dio la impresión de un equipo de futbol que funciona sin entrenador y los jugadores salen a lo que venga. Como en mis tiempos jóvenes.

No fue en absoluto su mejor día. No le queda jugar al foxismo. Ha nacido para otros estilos. Y Fox aprovechó el viaje para hacer con éxito lo contrario. Pero independientemente de mi evidente parcialidad, la actuación de Cárdenas me pareció excelente. Las viejas lecciones negativas no hay que olvidarlas y no las ha olvidado.

Para Gilberto Rincón Gallardo, un abrazo de felicitación. Aunque por ahí le guardo un cierto rencorcillo por algo que dijo en su comparecencia ante la UNT a propósito de que en nuestro proyecto de LFT para el PAN cancelamos los contratos colectivos de trabajo. Esa es una barbaridad. Lo único que se hizo fue ponerle un nombre decente. Espero explicárselo algún día.