Luis Hernández Navarro
Chiapas: tiempo de guerra
Un viento nuevo sopla en Chiapas; es el viento de la guerra que viene. No es la insurrección indígena de enero de 1994. Tampoco la guerra vergonzante de los paramilitares. Ni siquiera la guerra silenciosa disfrazada de paz oficial del Ejército Mexicano, que durante los últimos años ha avanzado por carreteras y caminos de extravío. No, lo que hoy se vive en el sureste mexicano no es un poco más de lo mismo. No es sólo un estrechamiento mayor del cerco hacia los rebeldes. Es algo dramáticamente distinto: es el anuncio de la cercanía de acciones militares ofensivas en contra de las comunidades zapatistas.
Durante años el poder preparó su revancha. Apostó al cansancio y al desgaste de la opinión pública para tomarse venganza. Aprovechando los tiempos electorales, escaló la presencia militar en la región hasta convertirla en algo cualitativamente diferente a lo que era hace un año. El calendario político nacional le ofrecía, entre el 2 de julio y el primero de diciembre, un magnífico interregno para ajustar cuentas con los rebeldes.
Pero, ahora, el poder se ha puesto nervioso. El reloj se ha adelantado. El triste panel de Francisco Labastida ha hecho que se prendan los focos rojos en las alturas. En Chiapas, la fuerza del candidato opositor a la gubernatura, Pablo Salazar, crece día a día. En las zonas de influencia zapatista el nivel de credencialización ha aumentado. El IFE reporta que se instalarán 122 casillas adicionales en la zona de conflicto. Para revertir la caída del candidato oficial se requiere ahogar el estado de opinión a favor del cambio. Hace falta golpear el tablero del juego. Es el momento para revivir el voto del miedo, y qué mejor que el escándalo de una guerra para hacerlo.
Los pretextos para embellecer y justificar una ofensiva militar se han sembrado en la opinión pública durante los últimos dos meses. Se llaman nazismo, narcotráfico y ecología. La maquinaria de guerra se ha echado a caminar. A la tradicional presencia del Ejército, que ha levantado fortalezas en plena selva, y de la Policía de Seguridad Pública, se ha añadido una inusitada actividad de los grupos paramilitares y la aparición estelar de la Policía Federal Preventiva (PFP).
En un siniestro Congreso Internacional Nazi, realizado en Chile hace poco menos de un mes, apareció una organización nazi-zapatista que había navegado antes, sin pena ni gloria, en los mares del ciberespacio. Algunos medios se encargaron de pescar el engendro y magnificarlo, como si fuera algo más que una realidad virtual. Adolfo Hitler y Marcos quedaron así hermanados para cuando sea necesario justificar su asesinato.
Mientras que el cultivo de mariguana florece en las comunidades priístas de la selva y su consumo se fomenta entre los campesinos, se pretende involucrar por enésima ocasión a los zapatistas en la producción de drogas, a través de las declaraciones de un narco brasileño que afirma haber tenido contacto con integrantes del EZLN.
El centro de la arremetida gubernamental tiene un color doblemente verde: el del Ejército y de la defensa del medio ambiente. Curiosamente, el subsecretario de Asuntos Forestales de la Semarnap es Jorge del Valle, uno de los negociadores oficiales en las pláticas de San Andrés. En nombre de la defensa de los árboles, de la selva y del combate a los incendios forestales se pretende desalojar de Montes Azules a 32 comunidades y trasladar a la región a la PFP que, como se sabe, rindió tan buenos frutos en la intervención policiaca de la UNAM. Poco importa que los verdaderos incendios forestales fuera de control de la temporada acontezcan lejos de la selva, en la Frailesca, Villaflores, Albino Corzo y La Concordia, o que muchas de las comunidades a las que se pretende echar lleven años viviendo en esas tierras. Lo esencial, para ellos, es tener una excusa que justifique la escalada militar.
Los candidatos presidenciales de oposición tienen delante de sí una afrenta y una responsabilidad. En Chiapas está en juego el futuro de la democracia mexicana. Todos ellos saldrían gravemente afectados con el reinicio de las hostilidades.
Nada bueno puede esperarse de Francisco Labastida. Como secretario de Gobernación se opuso a una solución pacífica del conflicto. Sus asesores de entonces, que siempre impulsaron una salida violenta, son sus consejeros de hoy. Ninguna esperanza, tampoco, puede tenerse en Rincón Gallardo y su partido. Al PDS fue a refugiarse Eraclio Zepeda con las manos llenas de sangre, y allí participan algunas de las fuerzas más antizapatistas del país.
Para el poder ha llegado el momento de fomentar el voto del miedo. Es tiempo de guerra en Chiapas. Los candidatos de oposición tienen mucho que decir o hacer para frenarla.