MARTES 2 DE MAYO DE 2000
Ť Jerarcas católicos, testigos de la vibración indígena
Conmueve a San Cristóbal de las Casas el adiós al tatic
Ť Deja Samuel Ruiz la diócesis que dirigió durante 40 años
Hermann Bellinghausen, enviado, San Cristóbal de las Casas, Chis., 1o. de mayo Ť Todos los pisos y techos, del terregal de una choza a las cúpulas que timbran al son de Roma, se conmovieron de un tirón este mediodía al dejar finalmente Samuel Ruiz García esta diócesis tan discutida. La presencia indígena fue contundente. No podía ser de otra manera, siendo que en estas tierras la mayoría son mayas.
El propio obispo entrante, Felipe Arizmendi, así lo reconoció en su mensaje. Es más, en el texto que se repartió como folleto durante la misa, hoy en la catedral de San Cristóbal, donde decía que los indígenas "constituyen 75 por ciento de la diócesis", Arizmendi se tomó la libertad de leer "80 por ciento", sabiendo que aun así se quedaba corto.
La máxima jerarquía católica del país pudo presenciar desde el altar la manifestación de fe del "pueblo de Dios", que constituye la extraordinaria base social de la Iglesia en estas tierras.
Los tres cardenales mexicanos, el nuevo embajador del Vaticano y dos hileras de obispos llegados de toda la República, que con su participación celebratoria dieron idea de la importancia que para la Iglesia tiene este obispado, experimentaron en directo la vibración de los indígenas chiapanecos.
También lo atestiguaron la casi totalidad de los sacerdotes que trabajan en el estado, el gobierno priísta del municipio sancristobalense, cerca de un centenar de periodistas de prensa, radio y televisión y unos 200 invitados especiales.
El mensaje de los indígenas era claro. En las buenas y en las malas, sin ellos (sin su estructura de diáconos y catequistas, sin sus pueblos), el Vaticano aquí no tendría iglesia.
Así concluía lo que Samuel Ruiz llamó "la noche oscura de nuestra transición", en referencia al accidentado y crítico proceso de sucesión episcopal, en condiciones de guerra latente, y luego de diversas escaramuzas diplomáticas a las que, excepcionalmente, no fue ajeno el gobierno mexicano.
La remoción inesperada del coadjutor, y probable titular definitivo, Raúl Vera, se convirtió en un asunto de seguridad nacional para el Estado, y en una delicada papa caliente para la Iglesia romana.
Juntos, pero no revueltos
Desde temprana hora se vio que habría de todo. En las laderas del templo de Guadalupe se reunieron los grupos parroquiales de la diócesis. Procedían de los Altos tzotziles y tzeltales, de la zona norte chol, de las cañadas tzeltales y tojolabales, y de la frontera mam, cakchiquel y mestiza.
Allí recibieron a Felipe Arizmendi, procedente de Tapachula, su anterior sede obispal. Los cristianos carismáticos, un grupo católico que tiene adeptos en los Altos, ocuparon el primer lugar de la procesión, como lo hacen en las marchas los contingentes agandalladores. Fue un momento delicado para la mayoría y los organizadores.
Más delicada pudo ser la aparición del cura disidente Luis Beltrán Mijangos, quien por años ha sido el cura sin parroquia de los auténticos coletos, manteniendo una relación cismática con la diócesis, oponiéndose a la doctrina de "opción preferencial por los pobres", a los obispos Vera y Ruiz García y a las bases indígenas. De hecho, Vera terminó excomulgándolo.
Esta mañana, Beltrán se apostó en la carretera de Comitán, por donde llegaría Arizmendi, para ponerse al frente de la comitiva. Equipado con equipo de radio para seguir los pasos del sucesor del tatic, hizo recordar un caso similar hace muchos años, cuando el obispo Posadas (que con el tiempo llegaría a cardenal y moriría de feo modo en Guadalajara) ocupó el lugar de Sergio Méndez Arceo en Cuernavaca. Un cura de Morelos, disidente de don Sergio, luego de ser su colaborador, le salió al paso a Posadas, desafiante, y se puso a sus órdenes. Se llamaba Onésimo Cepeda, y ahora es obispo de Ecatepec y miembro del poderoso Club de Roma, que tanto se opuso a don Samuel y al finalmente desplazado Raúl Vera.
Más tarde, y después de un altercado en las puertas de la catedral de San Cristóbal, Beltrán Mijangos ingresó al templo, si bien no fue admitido en el altar.
No fue la única presencia inusitada en la catedral. Por primera vez en muchos años, acudieron a la misa los más prominentes coletos "auténticos", es decir, la burguesía local, enemiga declarada de Samuel Ruiz.
Encabezados por el presidente municipal Mariano Díaz Ochoa y su familia, los "auténticos" que apedreaban y amenazaban al obispo saliente volvieron a ocupar las primeras filas de la catedral, si bien tuvieron que tolerar la aplastante marea de indios que abarrotaba el templo y que ha demostrado tener otra idea y otra práctica de la religión.
Cabe destacar la participación de los sacerdotes que han optado por los indios y han sido amenazados y rechazados por el gobierno, los paramilitares y las clases propietarias.
La ceremonia fue conducida por Heriberto Cruz Vera, el controvertido párroco de Tila. Muy significativa fue la participación de Joel Padrón, párroco de Simojovel, y de Jerónimo Hernández, jesuita que trabaja en la selva. El primero ha estado a punto de ser asesinado por Paz y Justicia y los otros dos conocieron la cárcel y la tortura en represalia por defender a los indígenas.
Otro asistente fue Amado Avendaño, periodista que fue gobernador en rebeldía en 1994 y casi murió en el intento. Actualmente edita el periódico local La Foja y sigue siendo políticamente "incómodo" para el gobierno.
Lucía Méndez y el Club de Roma
Esta mañana, en la pista área de Jesús María, a diez kilómetros de esta ciudad, cruzaron los pasos de la actriz Lucía Méndez un montón de obispos, arzobispos y cardenales como llovidos del cielo.
Los obispos descendían de una aeronave comercial, y los cardenales y el nuncio romano de un jet ejecutivo. La también cantante, de anteojo oscuro para disimular, era despedida por un grupo de admiradores que desde lejos le hacían adiós con la mano. Leonardo Sandri, nuevo representante del Papa en México, sintiéndose aludido, saludó con gran sonrisa, el inocente.
Lucía Méndez se sintió obligada a saludar a los cardenales Adolfo Suárez Rivera, de Monterrey; Juan Sandoval Iñiguez, de Guadalajara, y Norberto Rivera Carrera, primado de todo esto. Parecía una película, la estrella y los purpurados en la pista, el viento agitándoles a ella la cabellera y a ellos las sotanas, y los motores encendidos de los aviones.
Abordado por los periodistas, Rivera Carrera se refirió "al papel evangelizador de todo obispo", como es el caso de Felipe Arizmendi. Sobre la opción preferencial por los pobres, origen de muchas críticas, reproches y diferencias con Ruiz García, el primado declaró: "Aquí y en cualquier parte, la Iglesia debe tener la opción por los pobres". De Arizmendi dijo que "tiene un gran cariño por los indígenas", y que conoce bien la situación de Chiapas, "delicada y compleja".
A las 12 en punto, el sacerdote Jerónimo Hernández, vistiendo ropas indígenas, hizo sonar una grave concha desde el altar de la catedral. Héctor González, obispo metropolitano de Oaxaca, quien como titular de la región Pacífico Sur cubrió hasta hoy esta diócesis "en transición", entregó a Felipe Arizmendi Esquivel, en el día de su sexagésimo cumpleaños, las "letras apostólicas" que lo acreditan como nuevo obispo. La firma autógrafa del papa Juan Pablo II en el pergamino fue besada por Arizmendi, los obispos que lo acompañaban y algunos sacerdotes y monjas. Entonces empezó la misa.
Un aplauso que duró más de un minuto y muchas lágrimas le dijeron adiós a Samuel Ruiz García de manera atronadora. Sólo se abstuvieron el alcalde Díaz Ochoa y algunos comerciantes coletos. La primera bienvenida a Arizmendi la dio un diácono en tzotzil, y la segunda una catequista en tzeltal y español: "Bienvenido aunque todavía no sabes cómo trabajamos nosotros", expresó la mujer.
Estos dos indígenas, junto con otros 8 mil catequistas y 334 diáconos permanentes, formarían parte del "Ejército Catequista de Liberación Nacional", según la ingeniosilla fórmula inventada por el historiador Enrique Krauze en vituperio del tatic Samuel y las comunidades de base de la diócesis de San Cristóbal.
Los represententes de la Iglesia ortodoxa latinoamericana y de la presbiteriana y de otras denominaciones reformistas, dijeron a Arizmendi: "Bienvenido a construir la paz en Chiapas", algo que, en esta catedral que ya sirvió de sede para los diálogos de paz entre los rebeldes indígenas y los gobierno, tiene mucho sentido. También entregaron al obispo flores "para los paramilitares y el Ejército".
Estaba todo eso en el aire. Un representante mestizo del sector laico invitó a Arizmendi a defender los derechos humanos, en condiciones de militarización y con "programas del gobierno que crean división y violencia en las comunidades".
El nuevo obispo debió referirse repetidamente al conflicto en su mensaje final. "Que el Ejército sea respetuoso de los derechos humanos, y que nadie se deje convencer por quienes alientan la formación de organizaciones paramilitares". Mencionó que sigue pendiente la legislación federal "en lo relativo a derechos y cultura indígenas".
Chiapas, abundó, "puso el tema sobre el tapete, pero son los indígenas de todo México los que importan". Se pronunció por la reconciliación "de todos cuantos están enfrentados: zapatistas y militares; indígenas y mestizos; finqueros y avecindados; ganaderos y campesinos; empresarios y empleados". Como quiera, es evidente que empieza una nueva época en estas tierras indígenas y su relación con la Iglesia católica.