Bernardo Bátiz Vázquez
Cambios en la forma de legislar
Culminó el último periodo de sesiones de la quincuagésima séptima legislatura, que fue histórica en muchos conceptos: su conformación, ya que por vez primera en décadas el PRI no tuvo mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, esto es, la mitad más uno de los legisladores; su instalación, tan sólo con la presencia de las diversas minorías de oposición, debido a la ausencia premeditada de los priístas que jugaron a que no hubiera quórum; la conformación proporcional de comités y comisiones, entre otros avances más.
En un acto sin precedentes, el presupuesto del Ejecutivo fue objeto de cambios importantes y se elaboró uno alternativo en el mismo Poder Legislativo; por primera ocasión, dirigentes opositores respondieron los informes presidenciales, y como nunca antes biblioteca, revistas de la Cámara y publicaciones de libros sirvieron con criterios plurales y no estuvieron sujetos a los designios, ya ahora anacrónicos, del presidente de la Gran Comisión, quien, dicho sea de paso, simplemente desapareció.
Se hicieron nuevas reglas: una Ley Orgánica completa, acuerdos parlamentarios para los debates y trabajos de comisiones y el Estatuto del personal de Cámara.
Sin embargo, viejos vicios resurgieron o no desaparecieron del todo y es necesario hacerlo notar para que el adelanto que se obtuvo hoy continúe en legislaturas futuras.
Me referiré tan sólo a dos temas que me interesan en especial. Uno es el trabajo de técnica legislativa, que deja aún mucho que desear, y el otro, la actitud personal de los señores diputados.
Respecto del primer tema, se volvió a caer en el vicio de legislar al vapor y a última hora se aprobaron apresuradamente muchos cuerpos legislativos que, buenos o malos en el fondo, según el punto de vista ideológico o político del observador, salieron rumbo a la otra Cámara o al Ejecutivo para su promulgación con defectos de redacción, imprecisión en la terminología y, a veces, en elementales reglas de la lógica.
Una de estas leyes, que provocó largas discusiones en comisiones y subcomisiones y al final dejó mucho que desear, fue la Ley de Concursos Mercantiles, en la cual capítulos enteros parecen una mala traducción del inglés.
Estas fallas técnicas obedecen a que los "cabilderos", los negociadores de las cúpulas de los partidos y de los grupos parlamentarios descuidan la forma porque con muchos trabajos llegan a "acuerdos" de fondo. Revisar lógica y redacción los haría volver al regateo que dan por terminado cuando dando y dando, cediendo y cediendo, llegan a un acuerdo, que no admite observaciones de legisladores que no participaron en el rejuego de la concertación.
Mejores técnicos, abogados, redactores, revisores, de carrera y bien preparados, necesitarán cada vez más los futuros legisladores, ello sin desconocer que ya hay muchos que reúnen estas condiciones y se preparan para mejorar.
El otro tema que me interesa es la actitud personal del diputado. Ciertamente el legislador prepotente, modelo de las caricaturas de los años cuarenta, con la pistola al cinto y rodeado de ayudantes también armados, ya es una especie en extinción, aun cuando quedan por ahí unos cuantos ejemplares. El diputado que sustituyó al tipo anterior, propio de la era de la tecnología, es el que viste impecablemente y al que siguen, no pistoleros, sino atildados ayudantes y guapas edecanes o secretarias llevando el celular, el portafolios, los diarios y la taza de café. Este estereotipo permeó en los grupos de oposición en algunas de sus áreas, pero aún falta que prevalezca el tipo de legislador republicano, representante de sus conciudadanos, sin mayores aparatos y más dispuesto a servir que a ser servido.