Carlos Martínez García
Perseguidos sui generis
La campaña de la jerarquía católica, y sus aliados ideológicos, contra el Estado laico perseguidor de la libertad religiosa, se va a intensificar en estos días. Ayer dieron inicio los trabajos de la 69 asamblea plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del Segundo Congreso Eucarístico Nacional. En el marco de este último se realizarán, el próximo sábado, una misa en el Zócalo y una procesión que irá de la Catedral Metropolitana a la Plaza de las Bellas Artes. Misa y caminata serán el marco en el que los altos prelados van a externar su gozo por romper el enclaustramiento al que, supuestamente, los confinó el cruel laicismo.
El Primer Congreso Eucarístico Nacional tuvo lugar en 1924, dos años antes de que estallara la llamada Guerra Cristera. En la convocatoria y propagandización del que se realiza en estos días, los impulsadores han remarcado que en su celebración tendrá un lugar especial la evocación de los mártires sacrificados por el régimen cuasi bolchevique de Plutarco Elías Calles. En el mismo tono reivindicatorio y canonizador se han expresado los obispos mexicanos, en su reciente documento pastoral Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos: "Con la persecución religiosa, la Iglesia vio nacer al martirio a muchos de sus miembros, quienes muriendo por su fe en Cristo Rey y en la Virgen de Guadalupe y por amor a la Iglesia y a la Patria, ofrendaron su vida por el derecho a la libertad religiosa" (p. 27). Ante tales afirmaciones martirológicas caben algunos interrogantes. ƑEn realidad estuvo en peligro la libertad religiosa en México durante la segunda mitad de los treinta? ƑFueron los cristeros unos apacibles y contemplativos creyentes que sufrieron la implacable persecución de las hordas callistas?
En un interesante trabajo, que espero pierda su carácter de inédito pronto, Edgar González Ruiz --estudioso del conservadurismo mexicano y sus expresiones contemporáneas-- demuestra a partir de fuentes cristeras, cómo las publicaciones de la Editorial Tradición, que los paladines de la libertad religiosa se comportaron igual que un ejército cuyo objetivo es aniquilar al enemigo. En la búsqueda de tal logro cometieron atrocidades que van de fusilamientos sumarios a lapidaciones, linchamientos y ahorcamientos de sus adversarios. Mientras casi nadie pone en duda que las tropas federales perpetraron toda clase de excesos violentos contra quienes creían que la religión católica estaba en peligro y la defendieron, poco a poco gana terreno la contrucción histórica de que los cristeros fueron una especie de cristianos primitivos que se refugiaron en las catacumbas para escapar del Nerón Calles. Las cosas fueron de otro modo. Entre 1926 y 1929 se libró en nuestro país una guerra cruenta, en la que uno y otro bando cometieron acciones bárbaras. Los cristeros tuvieron permiso para matar, contaron con la bendición del clero para exterminar a sus odiados enemigos.
González Ruiz cita profusamente a los apologetas cristeros, uno de ellos, Lauro López Beltrán (La persecución religiosa en México, Editorial Tradición, 1987), enumera, con regocijo nada cristiano, aunque sí muy cristero, las bajas en el bando gubernamental y concluye: "Lo maravilloso es que los cristeros no contaban con el equipo de armas ni la abundancia de vitualla, comidas o víveres, como los callistas. Y sin embargo se enfrentaron a los ejércitos de Calles y estos perdieron 60 mil soldados. En cambio, los cristeros sólo 30 mil". ƑSi en el otro bando hubo el doble de bajas, dónde queda la teoría de la persecución?
Ante testimonios de martirios tan singulares, es que tiene lugar mi observación de que los perseguidos cristeros son sui generis en la historia de quienes han padecido por causa de su fe. Si a los enaltecidos guerreros por los obispos mexicanos los comparamos con los cristianos primitivos o los cristianos anabautistas del siglo XVI, el contraste es claro y apunta en direcciones contrarias. El Imperio romano buscó exterminar a los cristianos porque las expresiones sociales de la nueva fe desestabilizaban el orden de cosas que el poder consideraba inmutable. Por su parte la corriente anabautista pacifista, predominante después de la tragedia de Münster (1535), se opuso al principio de según la religión del rey así es la del pueblo. Lo hizo sin levantar la espada contra sus agresores y asesinos. Por su parte los cristeros mexicanos se armaron y santificaron los sangrientos saldos que el enarbolamiento de sus armas dejó. Su símil no está en las oscuras catacumbas donde se refugiaban los primeros cristianos perseguidos por Roma, sino en los sanguinarios ejércitos medievales de las cruzadas.
El Episcopado mexicano tiene todo el derecho a realizar su procesión sabatina, la ley le da esa garantía. A lo que no tiene derecho es a torcer la historia exaltando mártires que no lo fueron.