MAR DE HISTORIAS
Siempre al norte
* Cristina Pacheco *
De todos mis tíos prefiero a Fermín. Es el más chico de los hermanos de mi papá y también el único que sigue viviendo aquí. Trabaja en la planta lechera, junto a la autopista. Sólo descansa los domingos. Cuando era novio de Carmen venía a visitarnos cada tres, cuatro semanas; desde que se pelearon lo hace todos los domingos, aunque sea tarde. Mi mamá le dice: "Se me figura que usté viene nomás por la camioneta". El se pone colorado y le responde: "Ay, Julieta..." Luego se va al corral.
Allí metió mi papá la camioneta desde que la trajo de Estados Unidos, no me acuerdo de dónde. La primera vez que él se fue para trabajar allá yo tenía cinco años y mi hermano Gabino tres. Cuando pasé a tercero y el Gaby entró a la escuela mi jefe llegó de sorpresa. Era sábado. Ibamos a jugar futbolito cuando mi hermano me dijo: "El señor que está en aquella camioneta nos está haciendo señas. Vamos a ver". Nos acercamos. Era mi padre. Aunque llevaba años lejos lo reconocí en seguida. Gabino se tardó más en darse cuenta de que era nuestro papá. "Trépense, muchachos; vámonos para la casa".
Antes de llegar, mi padre propuso que le diéramos una sorpresa a mi mamá: "Se bajan y le dicen que ahí la busca un señor". Obedecimos. Mi madre salió secándose las manos en el delantal y muy molesta de que hubiéramos hablado con un desconocido. Cuando vio a mi jefe por poquito y se desmaya, y más cuando él le explicó que la camioneta era nuestra. Con todo y que estaba bien sucia se veía preciosa.
Mi papá nos entregó nuestros regalos. "ƑMando llamar a mi suegra? Ya sabes cómo es de sentilona. Si se entera por otra persona de que estás aquí la agarrará conmigo. De por sí no me quiere nada...", le dijo mi mamá. El respondió que no, que luego, y nos ordenó que fuéramos a cuidarle su camioneta: "Pueden subirse, pero no vayan a tocarle nada". En mirarla y no permitir que los vecinos se le acercaran mucho se nos pasó el tiempo. Obscurecía cuando quisimos entrar en la casa. Encontramos la puerta cerrada pero alcanzamos a oír que mi mamá lloraba.
A la hora de la cena supimos por qué: mi papá iba a regresarse a Estados Unidos. "Nos vas a dejar solitos de nuevo", le reclamé. "No, qué va. Aquí tienen a su abuela y a mi hermano Fermín, que es como si fuera yo. Por cierto, Ƒcada cuándo vienen a visitarlos?" Le dijimos que mi abuelita casi nunca ųestaba sentida con mi mamá porque, según ella, no había impedido que mi papá se fueraų, pero que el tío Fermín pasaba a vernos los domingos en la tardecita. "Entonces Ƒcuándo ve a la novia?" Mi mamá lo puso al tanto: "Se disgustaron. Creo que ya ni se ven".
II
El domingo en la mañana le pedimos a mi papá que nos diera una vuelta en la camioneta. "Voy a llevarlos a casa de su abuela". Cuando ella lo vio se soltó llorando. Tuvimos que batallar mucho para convencerla de que se viniera a nuestra casa un rato. "No puedo. Fermín se quedó en la planta, a cubrir el turno de Ladislao, y si no me ve se mortificará". Mi padre solucionó el problema aconsejándole que le escribiera un recadito: "Fui a ver a mis nietos. Vete para la casa de Julio". Entonces ya pudimos subirnos a la camioneta.
Mi abuela se sentó junto a mi papá y mi hermano y yo viajamos en la parte de atrás. Todo el mundo nos veía. Cuando llegamos a la casa ya estaban allí nuestros vecinos. Unos llevaron barbacoa, otros refrescos y cervezas. Comimos en el corral. En otra parte no habríamos cabido tantos, y además allí podíamos seguir viendo la camioneta.
Cipriano, el compadre de mi papá, llegó muy tarde. "ƑEstán contentos de que su padre haya vuelto?" Le respondimos que sí y le contamos que en la mañana nos había llevado a pasear en la camioneta. El se puso serio y le recomendó a mi jefe esperarse hasta la noche para volver a sacarla: "Pueden verte los de la Federal". Mi papá se alebrestó: "ƑY qué? No me la robé. La compré con mi dinero. Ahí traigo los papeles".
Leobardo, el dueño de la fonda Los amigos, le recordó que, mientras no se legalizara la entrada de camionetas como la nuestra, podrían quitársela. Mi papá se enfureció y gritó que no era justo. Su compadre lo calmó: "La cosa tiene que arreglarse. No eres tú el único en esta situación. Pero por mientras deja aquí la camioneta. Bien tapada con una lona no se le amolará la pintura". Mi jefe se puso a mentar madres.
En eso mi abuelita salió de la cocina. Aplacó a mi papá y aprovechó para tirarle una indirecta a mi mamá: "No te enojes, Heladio. Sabías cómo estaban las cosas, pero de todos modos compraste la camioneta: dinero tirado a la calle. Nada de esto hubiera sucedido si tu familia no hubiera dejado que te fueras al norte". Mi mamá no se aguantó: "Usté disculpará, doña Eulalia, pero su hijo ya está grande y no se le pueden prohibir las cosas como a un niño. Si fuera así, Ƒusté cree que lo dejaría irse de nuevo? Andale, Heladio, dile que dentro de una semana te vuelves a Estados Unidos".
La cosa iba para pleito cuando mi prima Amparo entró apresuradamente: "Ahí viene corriendo Fermín". Entró bien nervioso: "ƑQué sucedió? ƑPor qué se vino mi mamá para acá?" No tuvimos que responderle porque mi papá se adelantó para darle un abrazo. Mi mamá se fue a la cocina para traerle un plato de barbacoa. Fermín ni la probó: sólo tenía ojos para la camioneta.
Como a las once de la noche mi hermano y yo nos llevamos a dormir a mi abuelita. Para esas horas los vecinos ya se habían ido. Mis papás se quedaron platicando con Fermín. Me dormí pero al rato me despertó el motor de la camioneta. Me asomé por la ventana. Vi a mi mamá sentada frente al volante, como si fuera a manejar, mientras que mi papá y mi tío daban vueltas, tomándose una cerveza.
Cuando se la terminaron Fermín dijo que ya se iba, pero no quería despertar a esas horas a mi abuela. "Pues quédate a dormir aquí", le propuso mi mamá. Mi tío no aceptó. "Entonces Julita y yo te llevamos en la camioneta, estoy bien, puedo manejar", le dijo mi papá. Fermín respondió que prefería irse caminando a ver si se le bajaba la cerveza: "Porque al rato entro a la chamba".
Se abrazaron. Mi papá estaba bien emocionado cuando se despidió por última vez de su hermano: "Oye, chaval, ya no alcanzo a verte de nuevo porque tengo que irme el viernes. Acuérdate que te encargo a mi familia". Mi tío le contestó: "Sabes que cuentas conmigo. Vete tranquilo". Mi mamá no aguantó más y se puso a llorar. Mi jefe la abrazó: "Cálmate, chaparrita. Es cosa de unos meses para que yo regrese". "Y si no vuelves, Ƒqué será de tus hijos, qué será de mi vida? ƑA poco no sabes que soy una mujer?"
Mi papá volvió a abrazarla para que no siguiera diciendo cosas. Mi tío Fermín nomás daba vueltas y movía la cabeza. Entonces habló mi papá: "Si no vuelvo será porque ustedes se van para allá. Fermín, esta vez sí te voy a escribir. Cuando leas que te pongo en una carta agarra todo pal norte es que los estoy esperando con casa y con trabajo seguro para ti. ƑQué me dices?" En vez de responder, mi tío Fermín agarró camino.
III
Rápido se pasaron los meses. Mi padre no volvió ni ha vuelto. Dejó de escribirnos hace tiempo. Mi madre dice que lo hará cuando tenga alguna buena noticia que darnos, y todos tenemos nuestros pasaportes, por si acaso.
Mi tío Fermín sigue viniendo los domingo. A veces come en el corral mientras limpia el motor o encera la camioneta. Luego él y mi mamá se meten allí y se ponen a oír el radio y a platicar. Gabino y yo jugamos en la parte de atrás, esperando a que se haga de noche, porque a esas horas mi tío siempre nos pregunta si queremos que nos lleve a dar una vuelta. Le decimos que sí pero de todas formas él quiere saber si mi mamá está de acuerdo. Ella siempre responde lo mismo: "Agarra al norte, siempre al norte", y se ríe, pero con mucha tristeza.
Son paseos muy bonitos porque mi tío Fermín se mete por caminos alejados de la autopista ųsabe que por allí nunca andan los de la Federalų y nos invita a cantar. Lo malo de esos domingos es que terminan. Mi tío guarda la camioneta en su lugar. Mi hermano Gabino, mi mamá y yo lo acompañamos hasta la primera curva. Allí deberíamos despedirnos pero Fermín dice que es peligroso dejarnos regresar solos y vuelve con nosotros a la casa. Entonces sí nos despedimos en serio. Antes de desaparecer en el camino mi tío nos grita: "Vengo el domingo para llevarlos a dar la vuelta". Mi mamá le contesta: "Al norte, Fer, siempre al norte", y se pone a llorar quedito.