DOMINGO 7 DE MAYO DE 2000

* Hecho inédito en 76 años; miles de feligreses y la cúpula del clero en pleno


Magna misa y procesión desbordan el Centro Histórico

* Esta Iglesia no puede ser la Iglesia del silencio, expresa el cardenal Norberto Rivera Carrera

José Antonio Román y Alma E. Muñoz * En un hecho inédito en los últimos 76 años, miles de feligreses encabezados por ocho cardenales, la jerarquía eclesiástica en pleno, el nuncio apostólico y más de dos centenares de sacerdotes y seminaristas realizaron una magna misa en la Plaza de la Constitución, que se convirtió más tarde en una procesión multitudinaria por varias calles del Centro Histórico de la ciudad.

Durante la misa, el cardenal Jorge Medina Estévez, representante del Papa para el II Congreso Eucarístico Nacional, organizado por el Episcopado Mexicano, destacó la fidelidad que a través de la historia ha tenido la Iglesia católica en el país. Dijo que esta institución ha dado muestras fehacientes del amor, de participación y de respeto de unos por los otros, pero también ''ha sabido perdonar cuando ha recibido ofensas, a veces atroces, por motivos de su fe''.

Desde un altar colocado en el interior del atrio de la Catedral Metropolitana, de frente al asta bandera, el arzobispo primado de México, cardenal Norberto Rivera Carrera, señaló que el pueblo de México necesita su fe para poder construir una sociedad más justa y solidaria con los que menos tienen y esperan un futuro mejor. Esta Iglesia, por lo tanto, no puede ser la Iglesia del silencio.

''Nadie debe tenerle miedo a Jesucristo. El no juega competencias con nadie; no ha venido para suplantar a nadie, ni es un entrometido en los poderes de esta tierra. Su reino no es de este mundo, pero está inserto en él para dar la buena nueva. Está para salvar al hombre y a todos los hombres'', señaló Rivera ante miles de feligreses que participaron en la misa desde la plancha del Zócalo.

A 76 años de que se realizara, también en la ciudad de México, el primer Congreso Eucarístico Nacional, el jerarca católico puntualizó que la Iglesia ''no puede ser la Iglesia del silencio, sino la que debe gritar que Dios vive, que Cristo es el camino, la verdad y la vida. Esta Iglesia de la eucaristía que tiene una palabra para todos los mexicanos, palabra liberadora, de justicia, de perdón, de reconciliación, de luz y de progreso''.

En su mensaje, donde calificó el suceso como un ''acontecimiento nacional tan significativo para nuestra historia'', el arzobispo Rivera pidió a los católicos no dejar apagar la luz de la fe porque ''seguimos necesitándola para poder construir una sociedad más justa y solidaria con los que menos tienen y esperan un futuro mejor''.

Así, en un acontecimiento religioso, difícil de realizarse hasta antes de las reformas constitucionales impulsadas por el entonces presidente Carlos Salinas en diciembre de 1991, anoche fue posible que en el corazón del país se congregaran miles de feligreses, quienes recibieron no sólo el mensaje de los obispos mexicanos, sino también el de un representante directo del papa Juan Pablo II.

Incluso, el cardenal Rivera ųen su mensaje que fue televisado en vivo por las dos cadenas más grandes del paísų extendió los agradecimientos al gobierno federal y de la ciudad de México por su ''colaboración'' para hacer posible dicho acontecimiento, que no se realizaba desde 1924, a dos años de que las diferencias entre la Iglesia católica y el Estado desembocaran en la guerra cristera, que duró hasta 1929.

La homilía corrió a cargo del cardenal Medina Estévez, quien desde el principio de la celebración religiosa hasta el final de la misma procesión estuvo flanqueado por el cardenal Rivera y el nuncio apostólico, Leonardo Sandri. En su mensaje destacó que la eucaristía es el centro de la fe católica, pues es Jesucristo quien se transformó en esa santa comunión. ''La Iglesia es una y no puede dividirse, es una porque profesa una misma Asistentes a la celebraci—n del II Congreso Eucar’stico Nacional n Foto: Francisco Olvera fe, es una porque la fe indica un idéntico sentido de la vida, es una porque reconocemos a Jesucristo en el rostro del hermano, es una porque todos nosotros hemos recibido del Señor el llamado a la santidad, es una porque todo mundo vamos peregrinando como pueblo de Dios hacia la morada del padre de los cielos, que es la vida eterna''.

Teniendo como fondo la catedral metropolitana, el enviado del Vaticano ųde nacionalidad chilenaų pidió a los católicos ser fieles a la enseñanza de Cristo y no olvidar su promesa de una vida eterna. ''Nos afligimos cuando hay hermanos nuestros que llevan una vida miserable por la pobreza, por la enfermedad, por los vicios, por el pecado, pero esta vida abundante que Jesucristo nos promete es la vida alegre que se proyectará, sin duda, en nuestra relación con los demás y será el principio de una inmensa alegría. Por eso Jesús nos invita a recibir su cuerpo a través de la eucaristía''.

En el altar se encontraba un Cristo crucificado. De las estructuras que sostenían la lona que protegió a los cardenales y obispos de algunas gotas de lluvia colgaba también una imagen de la Virgen de Guadalupe y además el escudo del Congreso Eucarístico, formado por un crucifijo, la efigie del Espíritu Santo y la silueta de la guadalupana.

Dos horas duró la misa, se distribuyeron casi 35 mil hostias y en las oraciones se pidió por el avance de la Iglesia en este tercer milenio, por el éxito del Congreso Eucarístico y por el fortalecimiento de la fe de los católicos presentes en el evento y quienes lo siguieron a través de la televisión.

Enseguida, bajaron los jerarcas del altar para encabezar la procesión del Santísimo Sacramento por los alrededores de la plancha del Zócalo, la calle 5 de Mayo, el Eje Central Lázaro Cárdenas y Madero, para terminar en la parroquia de San Felipe de Jesús. La multitud concentrada en la explanada se distribuyó a lo largo de las aceras para formar vallas humanas y entonar cánticos religiosos, al paso del vehículo que remolcaba la custodia monumental, labrada en oro, con un peso de 387 kilos y una altura de más de dos metros. Detrás de ella, sobre el mismo transporte, viajaban los cardenales Medina Estévez y Rivera Carrera, así como el nuncio Sandri.

La bendición del ornamento se efectuó frente a la entrada principal del Palacio de Bellas Artes, donde el legado papal pidió por ''una conversión profunda, la reconciliación entre los hombres, la concordia entre las naciones, la paz del mundo, la docilidad al Espíritu Santo, la fidelidad de la Palabra Divina y la unidad en torno a Cristo''.

El Santísimo Sacramento fue dejado por los tres jerarcas católicos en el templo de San Felipe, en donde diariamente se realizan oraciones nocturnas para su custodia.

* Guaruras píos y empleados de Televisa, incapaces de contener a la multitud


Exitoso tránsito del Santísimo, en horario triple A

Jaime Avilés * Entre gritos aislados de "šViva Cristo rey!" y coros que proclamaban "šSe ve, se siente, Jesús está presente!", una pieza de oro macizo de 327 kilos, que representa el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, fue ovacionada anoche por miles de personas que desfilaron detrás de ella, desde el Zócalo hasta avenida Juárez, en una peregrinación encabezada por casi todos los obispos y arzobispos del país. El acto sirvió, al mismo tiempo, como presentación pública del nuevo nuncio papal, Leonardo Sandri.

Unas 50 mil personas se reunieron desde la tarde en el Zócalo para participar en la misa conmemorativa del segundo Congreso Eucarístico Nacional, que fue presidida por el arzobispo chileno de Valparaíso, Jorge Medina Estévez, quien en compañía del cardenal Norberto Rivera Carrera, jefe del Club de Roma, ligado al PRI, y de todo el episcopado mexicano, ofició en el atrio de la Catedral Metropolitana, bajo un toldo italiano estilo Ramírez Vázquez, semejante al aerodinámico sombrero de la Novicia Rebelde.

La liturgia comenzó en punto de las 18:00 horas y se prolongó hasta las 20:30, debido en parte a que la homilía de monseñor Medina Estévez se extendió cuarenta minutos, y la comunión de los fieles, distribuida por un centenar de diáconos y presbíteros que bajaron a la plancha del Zócalo, principió a las 19:35 y fue interrumpida a las 20:15. Poco antes de ese momento, muy cerca del asta bandera, una mujer descalza y campesina, con un bebé de brazos y dos niños colgados de sus faldas, llamó la atención de un diácono y solicitó el sacramento de la hostia.

ųƑEstás casada? ųpreguntó el religioso, mirándola con frialdad.

ųSólo por el civil, padrecito.

ųEntonces no ųsentenció el hombre, y siguió de frente.

La misa, con sus bellos cantos corales, sus dulces piezas de órgano contrapunteadas por timbales sinfónicos y sublimadas por las voces de las campanas de bronce, había dado tiempo a que los reporteros de Televisa, más papistas que el nuncio, afirmaran que había en el Zócalo "más de 200 mil almas". Para comprobar que ello era falso, este reportero echó a caminar con ánimo estadígrafo y demográfico, y descubrió que la aglomeración de los fieles no iba más allá del asta bandera.

Como pajaritos alineados en un alambre había, sin embargo, dos centenares de ancianas sentadas bajo los portales de los palacios del gobierno capitalino, y en la contraesquina del Palacio Nacional y la Suprema Corte había todo un muestrario de vendedores de alimentos: tamales de Oaxaca, tacos de canasta, camotes hervidos, jugo de naranja, caldo de camarón, tlayudas de nopalitos, "pan de huevo, mantequilla y nuez" y una demostración de que la vida misma suele ser cacofónica en sus descripciones pues, codo a codo, había una carretilla de pistaches y una tinaja de tepaches, así como churros, hot-dogs, hamburguesas, refrescos gaseosos y patitas de pollo.

 

Del protocolo en México

 

Suspendida, que no finalizada la comunión, una voz pausada y seglar, procedente de algún lugar debajo del púlpito, indicó a los presentes el orden que deberían seguir en la procesión inminente. Habló así: "Al frente irán los Caballeros de la Orden de Malta, después la plataforma del Santísimo, detrás los ceremonieros y los ayudantes de libro, mitra y báculo. Después la familia pontificia y por último el pueblo en general".

Dicho lo cual, un enjambre de guaruras con gafetes de Televisa empezaron a gritar a los presentes que rodeaban el jeep y la plataforma del Santísimo: "šPara atrás, hermanos, para atrás; háganse hasta la banqueta". Esto abrió un espacio mínimo que fue ocupado por monaguillos provistos de cirios enormes, detrás de los cuales, en sus ropas talares, aparecieron, sombríos, los Caballeros de Malta. Estos caminaron algunos pasos rumbo al Palacio Nacional, mientras el arzobispo Medina Estévez abordaba la plataforma y se arrodillaba, inmóvil, ante la mole de oro del Santísimo. Y cuando Rivera Carrera y Sandri, el nuncio, ocuparon sus puestos detrás del purpurado chileno, el cortejo comenzó a desplazarse entre tímidos pero fervorosos grititos de "šViva Cristo Rey!".

Y entonces ocurrió algo muy simpático. En lugar de situarse, ordenadamente, al final de la cola formada por tantas eminencias y dignidades, el pueblo, en general, procedió a arremolinarse y a correr en todas las direcciones del Zócalo, buscando un hueco para ver y aplaudir las cuatro sólidas y churriguerescas columnas del Santísimo, que en su interior guardaba la custodia, igualmente de oro, empedrada de granates y rubíes.

Cuando el Santísimo pasó ante la oscura oficina de Zedillo, la mitad del gentío se arremolinó para admirarlo, mientras la mitad restante se apostaba frente al palacio de Rosario Robles. Y cuando esta porción de la multitud satisfizo sus ambiciones contemplativas, la otra mitad corrió hacia el costado que da frente a los hoteles. De tal suerte, el protocolo sugerido por la monarquía más antigua del planeta acabó convertido en un delicioso carnaval de mirones insaciables.

Luego el cortejo dobló a la izquierda por 5 de Mayo, donde la estrechez contuvo el santo relajo, pero al llegar al Eje Central y virar en sentido contrario hacia avenida Juárez, un enjambre de guaruras píos rivalizaba en entusiasmo con los que coreaban de nuevo "šSe ve, se siente, Jesús está presente!". Por último, la plataforma del Santísimo se atoró cuando su chofer trataba de subirla a la plazuela de Bellas Artes, y en ese lugar repentino, sin micrófono y entre fuegos artificiales, monseñor Medina Estévez leyó, para sí mismo, la oración final, y entre el humo de los velones que ahumaban la escena, volvió a escucharse, desde lejos, el tam-tam de los aerobics prehispánicos.