La Jornada martes 9 de mayo de 2000

José Blanco
Un país por inventar

El PRI puede perder la Presidencia debido a un conjunto de factores de peso completo: el más que natural desgaste en el ejercicio del poder durante más de siete décadas, la corrupción pública, la corrupción privada, la impunidad de los delincuentes públicos y privados, el avance de la pobreza y de la desigualdad socioeconómica, la estrategia electoral desencaminada de su candidato, que al parecer no logra aún ir más allá de su voto duro.

Hay, sin embargo, un factor decisivo no sólo no identificado sino negado por el PRI: su extravío ideológico, su alejamiento ciego y sordo de un análisis y de una interpretación racional de los sentimientos de las mayorías.

La adopción de los fundamentos de la catequesis neoliberal produjo ese extravío. La convicción de que más temprano que tarde la lógica del libre mercado acabaría corrigiendo y superando, entre otras cosas, los devastadores rezagos sociales del país, generaron ceguera y sordera. El ofuscamiento llegó a tal punto que el Presidente afirma, con una creencia blindada e inexpugnable, que el desastre social proviene íntegramente del populismo anterior a la era del neoliberalismo.

El senador del PRI Sami David expresa vivamente ese extravío: "México, evidentemente, no puede 'inventarse' cada seis años", opina. Es decir, el país ya está "inventado", falta sólo seguir avanzando en la línea básica instituida. Cuando un partido en el gobierno tiene tal convicción, forzosamente le es imposible plantearse como problema un efectivo cambio de rumbo, hacia una modernización real, vale decir, una modernización incluyente. Si no es incluyente, insistamos, no es, no puede ser, modernización. Hemos vivido, durante cuatro lustros, el proceso inverso: un desarrollo más excluyente que el largo tramo del populismo de la revolución mexicana, socavando así la unidad de la nación. Cuando la mitad de la población resulta redundante al proyecto en marcha, avanzamos irremisiblemente hacia una premodernidad integral original, con su orgullosa y ciega y sorda isla moderna y posmoderna.

El proceso de la revolución mexicana, con su Estado corporativo, su patrón de crecimiento industrial por sustitución de importaciones en la posguerra, su administración pública en función de la conservación del poder, su presidencialismo absolutista, sus corruptelas, su administración política de la justicia, se agotó, absolutamente, digamos, hace veinte años. Se marchitó sin dar satisfacción a las promesas y a las expectativas generadas por la propia revolución. Se extinguió, debe decirse, como producto tanto de sus propios éxitos, como de sus promesas incumplidas.

La sociedad mexicana, habituada al amparo del Estado, de pronto se vio en la orfandad. Era indispensable una reforma social, económica y política, que inaugurará una nueva era. Pero durante los ochenta, el gobierno exprimió las últimas energías políticas que le quedaban al viejo sistema político, sólo para administrar una economía en crisis que apenas acataba a cubrir el servicio de la deuda externa.

En los noventa el consenso de Washington nos trajo un modelo de estabilización que extendía y profundizaba la apertura externa a ritmos socialmente devastadores. Como lo probó el error de diciembre, el modelo de estabilización estaba muy lejos de la eficacia infalible. Un nuevo intento mantiene por ahora los fundamentals mientras, por otra parte, el país avanzó en las reglas básicas que norman los procesos democráticos. No es poco, pero nada más.

El patrón de crecimiento económico para el largo plazo no está definido ni consensuado. Las exportaciones no petroleras han crecido a tasas impresionantes, pero el nuestro no es un modelo exportador, porque el sector externo se ha desarrollado hasta ahora como una inmensa maquiladora: aportamos en lo fundamental mano de obra barata; el sector exportador es, en buena medida, un enclave. Menos aún está definido ese patrón de desarrollo como uno que sirva para lo único que puede servir, para incluir a todos y satisfacer la siempre postergada justicia social.

Democracia, desarrollo y justicia social, aún esperan la versión mexicana de organización de la sociedad capaz de darles alcance. Inventar un país incluyente, descubrir el rumbo que ahí nos lleve, es la obligación principal de cualquier partido polítio, incluido el PRI.