La Jornada martes 9 de mayo de 2000

Rolando Cordera Campos
Incertidumbres

Las sociedades inseguras sobre su futuro no pueden desplegar destrezas para lidiar con el presente. Esta es la ironía histórica que acosa y persigue a América Latina, en esta hora de su cambio económico y social más estrujante.

Cómo volver la inseguridad motor de ambiciones colectivas que deriven en un nuevo patrón de certidumbres respecto del porvenir, fue algo que no se plantearon en ningún momento los reformistas del Consenso de Washington. Todo fue, o pareció haber sido, una fuga hacia adelante.

Para algunos, el cambio mundial fue de tal magnitud que no valía la pena plantearse la pregunta de cómo encararlo, no se diga usufructuarlo, desde una perspectiva nacional. Para otros, como ha sucedido en Chile desde el regreso de la democracia, los amarres y candados políticos y económicos eran tan férreos que cualquier intento por introducirle al modelo opciones sustantivas, aun dentro del paradigma dominante, era visto como lleno de riesgos, cuando no como una aventura sin sostén político o intelectual.

Así evolucionaron las cosas desde el gran trauma de la crisis de la deuda externa, hasta las primeras victorias sobre la inflación y la inestabilidad destructiva. Luego vinieron los remolinos del tequila, el dragón o la samba, para no hablar del oso ruso, y el mundo empezó a acompañar al continente en esta incertidumbre cotidiana que poco tiene que ver con la que los expertos dicen que es propia de la democracia.

Son conocidas algunas de sus manifestaciones. En una encuesta hecha en 14 países latinoamericanos, 61 por ciento de quienes respondieron pensaba que sus padres habían vivido mejor que lo que ellos lo hacían; menos de la mitad pensaba que sus hijos terminarían viviendo mejor que ellos, y en México esta porción era de apenas 30 por ciento.

No se puede esperar que de situaciones como éstas venga un apoyo consistente a la continuación de las políticas y estrategias que pretenden poner en sintonía a la región con el mundo que cambia y se globaliza. Más bien, lo que se puede esperar son grandes zonas de indiferencia política y autodefensa social, que poco tienen que ver con la evolución de las instituciones democráticas y la consolidación de la nueva economía abierta y de mercado que se busca. Y ésta es, a todo lo largo del continente, una perspectiva que ha dejado de ser marginal o propia de los enemigos malos del cambio global.

Según Dani Rodrik, son tres las grandes vertientes que subyacen a este clima de inseguridad e incertidumbre corrosivas. En primer término, el "trauma" de los años ochenta, con su secuela de lento crecimiento o de plano estancamiento del que pocos han salido plenamente. En segundo término, la gran volatilidad de los noventa, que sin haber desplegado todas las amenazas que anunció la gran crisis asiática, hizo mella profunda en mercados y mentalidades financieras y de gobierno en todo el globo. Por último, hay que anotar un hecho que puede ser decisivo en el futuro: el que las instituciones sociales y políticas no han respondido adecuadamente al clamor por una mayor seguridad económica.

Es sabido que los gobiernos optaron por retirarse en vez de asumir las responsabilidades que implica gobernar el riesgo en las sociedades guiadas por el mercado. Pero, advierte Rodrik, el caso es que los sistemas políticos en su conjunto no han podido crear mecanismos viables para dar voz a la sociedad y sus grupos más afectados. Los congresos están fragmentados y son poco representativos y los partidos débiles.

Fue así, abunda el autor, como el debate político se redujo y monopolizó en torno a una estrecha visión sobre el desarrollo y las restricciones impuestas por una integración global sin matices ni opciones. Ha sido así, también, como se ha impedido la emergencia de "una visión alternativa o al menos complementaria de una reforma económica orientada por las preocupaciones locales y las aspiraciones nacionales". (Rodrik Dani, "Why is there so much economic insecurity in Latin America?", BID, Nueva Orleáns, marzo de 2000, p. 4.)

Al final de su importante ensayo, Rodrik señala: "quizás, lo que más requiere América Latina es una visión de cómo se puede mantener la cohesión social de cara a grandes desigualdades e ingresos volátiles, ambos agravados por la creciente dependencia de las fuerzas del mercado... Si América Latina va a ser capaz de labrarse un camino diferente (como lo hicieron Europa o Estados Unidos después de la Gran Depresión), tendrá que desarrollar una visión que muestre cómo la tensión entre las fuerzas de mercado y las ansias de seguridad económica puede ser aliviada".

La buena noticia, nos dice Rodrik, es que esa cuestión está al menos planteándose. La mala, es que nadie, menos que nadie los economistas, tienen buenas respuestas que ofrecer.

Tal vez, una medida de desarrollo político sea el grado en que gobiernos y partidos, junto con los medios informativos, asumen el asunto como central y lo abordan con la humildad del caso. En época de examen de admisión, entre simplismos e iracundias, habría que decir que por estos lares lo más probable es el rechazo.

In memoriam