MARTES 9 DE MAYO DE 2000
Ť Autor de El caso de Caligari y el ostión chino
Hugo Hiriart: creo en la idea del teatro pobre y sencillo
Ť El aprendizaje grande viene de cómo se hacen las cosas, dice
César Güemes Ť Monólogo en un acto. Personaje único: El Dramaturgo, varón en la cincuentena. Vestido de andar por casa aunque con cierta elegancia. El escenario se conforma de un sillón, confortable pero austero; una mesa con cenicero y cigarros que El Dramaturgo empleará según se acote. En un extremo del escenario, una puerta de unicel. El tema central, la obra El caso de Caligari y el ostión chino, escrita por Hugo Hiriart, dirigida por Antonio Castro y con la participación actoral de Clarissa Malheiros, Jorge Zárate y Rodrigo Murray, que se estrenará el 12 de mayo, a las 20:30 horas, en el Teatro Casa de la Paz (Cozumel 33, colonia Roma). Del oscuro total pasamos a la luz suave que se irá intensificando. El Dramaturgo, de pie, habla dirigiéndose siempre a la cuarta pared, con el énfasis de quien expone una teoría científica.
El Dramaturgo: ''Existe la idea de que si a uno le gusta algo es porque le agradaba desde niño, pero no es mi caso: nunca me gustó demasiado el teatro, ni siquiera me llamaba la atención. Cuando estuve en la escuela no leí mucho teatro ni me preocupaba por él. Además no estudié nada de teatro. Ni actuación, ni dirección, ni teoría dramática".
(Pausa para dar tiempo a la sorpresa del público ante tal afirmación proveniente de un hombre de teatro.)
El Dramaturgo (que retrocede dos pasos y adopta un tono menos agresivo): ''Cuando terminé una cierta novela no me sentí capaz de iniciar otra. Tenía entonces un trabajo en Presidencia de la República, como analista, en Palacio Nacional".
(Nueva pausa, más corta que la anterior, mientras se despierta la expectación.)
El Dramaturgo (con sonrisa cómplice): ''Sí, en Presidencia. Y como me sentía solo, resolví escribir una obra de teatro y montarla. Se lo dije a mi hermana Bertha, actriz, que había estudiado con José Luis Ibáñez. Ella reunió a tres amigas y escribí una pieza para ellas cuatro. Una obra que no requería casi nada de decorado o de vestuario, lo más sencillo que se me ocurrió".
(El personaje mira a su alrededor, demostrando con la sencillez de la escenografía sus afirmaciones. Avanza los dos pasos que retrocedió y continúa en tono revelador.)
El Dramaturgo: ''Así que descubrí el teatro haciéndolo. El trabajo en sí me gustó mucho. Entonces decidí seguir por ese camino". (Toma asiento, coloca un cigarro en una boquilla, lo prende y continúa, relajado): "El arte es uno de esos trabajos que se aprende haciéndolos más que de ninguna otra manera. Me parece que una persona que se dedique a cualquier actividad artística lo primero que debe hacer es hacerla. Así como suena. Y reflexionar y estudiar su asunto sobre la marcha. No funciona estudiar antes y con esos conocimientos intentar la construcción. Ese es un error. El aprendizaje grande viene de la manera en que se hacen las cosas. Por eso desconfío de la generación del Ateneo".
(Pausa para que quienes entre el público aún crean en la generación mencionada alcancen a mostrar algún indignado interés).
El Dramaturgo: ''Digo que desconfío de la generación del Ateneo, de Reyes, Henríquez Ureña y ellos, porque sostenían que era necesario leerlo todo, pero todo, antes de comenzar. Esa visión es equivocada, hay que hacer cosas. Si no sale, pues se realizan otras. Es por eso que se trabaja mucho".
(Al parecer la explicación no basta. Es preciso que el actor se levante, se acerque al borde del escenario y ahí, mientras fuma, diga lo siguiente como se dice una verdad a vistas.)
El Dramaturgo: ''El teatro es muy difícil. Generalmente cuando va uno a ver una obra, acude resignado a que el espectáculo será pobre. Para que una obra funcione, o sea para que todos sus elementos se concerten, tienen que ocurrir varios acontecimientos que es muy raro presenciar juntos. Por eso a mí lo que me gusta es simplificar. Creo en la idea del teatro pobre y sencillo. El teatro no mejora por lo que uno se gaste en el montaje. Los rayos láser no sirven para esto. El mejor espectáculo en un escenario que se ha montado se hizo con pocos ensayos, con concha de apuntador, decorados parcos o a veces sin nada. Pienso en Shakespeare y en Lope: Ƒqué tenían? Nada o casi nada. Pienso en los griegos, pese a que sus piezas eran complicadas porque implicaban danzas y cantos, la tragedia es muy sencilla. Entonces, hay que simplificar".
(El actor camina por el escenario, lo recorre y explica, esta vez con un aire más sosegado.)
El atractivo de lo artificial
El Dramaturgo: ''Lo que tiene de hermoso el teatro es que es arcaico. Es un espectáculo directo que apunta a cosas muy primitivas. Y tiene ventaja sobre otro tipo de trabajos parecidos, en que no hay pantalla de por medio. (Hace el gesto que indica que entre él y el público no hay sino aire). Sólo en la dramaturgia y en la danza está uno viendo cómo se desarrollan los acontecimientos, y no mediante el artificio de pantalla alguna que reproduce algo ya hecho".
(Quieto de nuevo en el centro del escenario, insiste.)
El Dramaturgo: ''Sí, por eso cuando un actor o una actriz famosa montan una obra la gente va a verlos, porque quiere apreciarlos directamente, sin la pantalla. La 'vida real' da información que de otra manera se pierde. No hay que confundirse. Hagamos algo que se apoye en ese concepto arcaico. Es más, me parece que fue una gran pérdida cuando se dejó de escribir en verso, porque lo que resultaba muy interesante y atractivo era esa artificialidad de que los actores se hablaran con líneas medidas y rimadas. Lo artificial siempre es atractivo. Arriba de un escenario no hay nada natural. Si alguien quiere hacer algo natural, produce una película. El teatro está lleno de convenciones. Y también por esa misma razón prefiero las creaciones imaginativas a las realistas".
(Se dirige al extremo del escenario en donde está la puerta de unicel. En cuanto la toca, se cae.)
El Dramaturgo: ''Es muy sencillo: observemos una puerta en un escenario y veremos que siempre cierra mal y mueve todo lo que la rodea. Hacer una puerta que cierre bien, aunque es hermoso, cuesta mucho dinero. Claro, uno acepta las cosas porque está viendo una representación. Quiero decir que entre más fantasioso es un planteamiento, más hacia la artificialidad se va todo".
(Toma asiento nuevamente, enciende otro cigarro. Y continúa en tono conciliador.)
El Dramaturgo: ''La obra que propongo tiene dos lados para formar la pinza: la imagen de un ostión chino que proviene de una tarjeta postal que compré en Londres, y la admiración que le he tenido siempre al cine expresionista alemán, en especial al personaje de Caligari. En esta obra pude juntar ambos elementos que me atraen. Es que el cine ha realizado grandes aportes al arte universal. Por ejemplo toda la retórica del western, del cine negro, de la comedia musical. Y ha aportado también algunos personajes memorables, no muchos, pero que cuentan, como los científicos locos, que son cuatro, todos doctores: Frankenstein, Caligari, Mabuse y Moreau. El doctor Mabuse es quizá el más interesante, una especie de genio del mal sociológico que le sirvió a Fritz Lang para hacer consideraciones de la vida comunitaria".
(Apaga el cigarro. Se levanta. Va otra vez hasta el extremo del escenario. Continúa con toda sencillez y naturalidad.)
El Dramaturgo: ''Mi nueva obra, la que ahora propongo al público, es corta pero musculosa. Cada vez me gusta más hacer las cosas de manera que no tengan nada de grasa, que esté sólo la esencia".
(Enciende otro cigarro. Medita. Busca un desenlace y lo encuentra.)
El Dramaturgo: ''No sé si lo logré, a lo mejor se me pasó la mano".
(Oscuro final.)