La contrarreforma y las reformas universitarias (I)

 

* Guillermo Almeyra *

LA ENSEÑANZA PUBLICA ESTA bajo ataque en todos los países del mundo. Se está intentando reducir el derecho a la educación y una obligación del Estado a un mero servicio (prestado por empresas privadas de todo tipo) que deslinde a éste de la formación social, ética, profesional y política de sus élites, y convertir a los centros de enseñanza en fábricas de técnicos al servicio del capital para evitar que sigan siendo centros de investigación y de pensamiento, promotores de ideas y de la crítica social.

A ese ataque se añade el intento (allí donde hay una base católica, como en Italia o en México) del Vaticano por recuperar privilegios y posiciones en el campo de la enseñanza (por supuesto, con el dinero del Estado, o sea de todos, católicos o no) a costa del laicismo y también de las congregaciones con sentido social.

El intento de expulsar de las universidades a los sectores más pobres se ve, por ejemplo, en la política salarial de miseria para ayudantes y profesores, en el intento de cobrar por la enseñanza cuotas cada vez mayores o incluso, como en París Saint-Denis, en el llamado por el rector a la intervención policial para desalojar del campus a los estudiantes extranjeros indocumentados, cosa que el Consejo Académico por fortuna condenó.

Ante esta gigantesca contrarreforma universitaria mundial alentada e impulsada por el capital financiero, vale la pena recordar lo que fue la reforma universitaria de 1918. Sobre todo cuando por todas partes se intentan congresos universitarios manipulados por las autoridades para legitimar sus medidas reaccionarias y cuando hay quienes, con una reacción lógica pero primitiva, optan por dejar a aquéllas el campo de batalla llamando a boicotear tales congresos amañados, y dejando, por lo tanto, de ofrecer una propuesta propia de reforma de la estructura político-administrativa de las universidades y de los contenidos y orientaciones de la enseñanza.

En 1918, en Córdoba, Argentina, se impuso el gobierno tripartito de los centros de enseñanza universitaria (alumnos, egresados y profesores, con participación de los trabajadores) y la elección de las autoridades por la comunidad toda, así como la autonomía de la universidad respecto del Estado que, cumpliendo con su deber, aportaba subvenciones y fondos para garantizar el derecho a la enseñanza, pero no podía intervenir en ningún aspecto de la vida universitaria.

El ejemplo cundió por toda América Latina como reguero de pólvora, sobre todo porque los estudiantes de la reforma impusieron además un cambio de profesores y de programas de estudio para responder a una preocupación social y latinoamericanista, y poner a la universidad al servicio de la investigación de los problemas nacionales y continentales y de las clases trabajadoras.

Tal lucha llevó a constituir federaciones de estudiantes universitarios formadas por centros de alumnos en cada facultad y por federaciones locales. Estas agrupaciones duran desde entonces en Argentina o Uruguay y otros países, y derrocaron gobiernos o dictaduras como la de Machado en Cuba y la de Pérez Jiménez en Venezuela, o combatieron a otras como en Bolivia o Brasil, pasando a veces por largos periodos de clandestinidad.

Siempre fueron pluralistas y democráticas y en los centros estudiantiles militaban todas las tendencias, gremiales o políticas, mientras la organización servía para las reivindicaciones propias de los estudiantes, para el control de la calidad de la enseñanza de cada profesor y para educar a las nuevas generaciones a la luz de la memoria de las luchas pasadas, dando así continuidad a un movimiento estudiantil que, de otro modo, se ve obligado a estallar esporádicamente sin dirección y a reaprender todo casi desde cero.

La base de una reforma universitaria auténtica debe ser pues, antes que nada, un movimiento estudiantil y de los maestros maduro, pluralista y organizado, capaz de mantener la autonomía y de imponer la elección general de las autoridades, así como de adecuar los programas (por los profesores y egresados, con opinión de los alumnos) a las necesidades del país y al nivel más elevado, en comparación con otras universidades, de los conocimientos científicos.

Sin una federación madura y permanente y con acción cultural y gremial, con una escuela plural y democrática, no se podrá imponer tampoco la modernización material de las universidades con laboratorios y equipos de cómputo, bibliotecas al día tanto impresas como virtuales, y medios técnicos para la educación a distancia. *

 

galmeyra@jornada.