DOMINGO 14 DE MAYO DE 2000
* Angeles González Gamio *
Loreto y los vecinos
El templo de Nuestra Señora de Loreto, con su imponente cúpula, que sobresale de entre las muchas que adornan el paisaje del Centro Histórico, preside la majestuosa plaza que lleva su nombre. Rodeada de edificios barrocos, entre los que destaca la iglesia de Santa Teresa la Nueva, armonizan muy bien con la arquitectura decimonónica del templo de Loreto, edificado a principios del siglo XIX sobre los restos de la iglesia del siglo XVII. Fue obra de los afamados arquitectos Ignacio Castera y Agustín Paz; costeado por el conde Antonio de Bassoco, desde sus inicios padeció un hundimiento hacia el lado poniente, mismo que conserva de manera ostensible hasta la fecha y con el que aparentemente ya aprendió a vivir y no se va a colapsar, como lleva a pensar la primera vez que se le ve.
Ya hemos comentado que en el centro de la jardinada plaza se encuentra una fuente que estuvo en el Paseo de Bucareli, que algunos opinan que es obra de Manuel Tolsá y otros afirman que es de Lorenzo de la Hidalga, ambos excelentes arquitectos, pero lo que importa es que es bellísima y ahora, con su chorro cantarino funcionando, imparte frescura y alegría. Atrás del templo de Loreto se encuentra el mercado Abelardo Rodríguez, ocupando parte de lo que fuera el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, que fundaron los jesuitas a fines del siglo XVI. La magna construcción, de la que ya hemos hablado, decorada con murales de Pablo O'Higgins, Antonio Pujol, Ramón Alva Guadarrama y el escultor japonés Isamu Noguchi, entre otros, incluye un bello teatro y una biblioteca. Estos lugares dan servicio espiritual, los unos, y material, los otros, a la populosa comunidad de los alrededores.
Increíblemente en todo el Centro Histórico (perímetro "A") no había un solo parque deportivo. Antes de que instalaran el antiestético y agresivo postesote para sostener la bandera en el centro del Zócalo, ésta ondeaba en uno de dimensiones humanas, colocado sobre una plataforma inclinada que al anochecer se convertía en pista para que los niños del rumbo se deslizaran en patines y patinetas y los mayores dieran vueltas con las bicicletas por la gran plancha de nuestra plaza principal. Ahora, gracias a la iniciativa del párroco de la iglesia de Loreto, Francisco Espinosa, y a la preocupación del delegado Jorge Legorreta por mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la demarcación, se recuperó un amplio lote baldío en la espalda del templo que era ocupado como bodega por vendedores ambulantes, instalando ahí un "área deportiva y recreativa".
En una superficie de 600 metros se instaló una cancha de futbol rápido con sus dos porterías y un área de juegos infantiles: resbaladillas, columpios, volantín, sube y baja y un carrito, todos ellos donados por la Coca Cola. Es gozoso ver ahora ese lugar pleno de niños y jóvenes, activos y felices, alejados de la televisión que, en general, es nefasta, y de las tentaciones de las drogas. Los vecinos entusiastas participaron en las labores de limpieza y se han comprometido a vigilarl y preservar el área, conscientes de que es en beneficio de sus hijos.
Otro tipo de población que se ha visto favorecida son los indígenas, que ya forman parte importante de la población capitalina. Muchos de los que han arribado en años recientes se han instalado en el Centro histórico, los pormenores de este asunto ameritan una crónica especial, por ahora sólo queremos mencionar que en el mercado Abelardo Rodríguez la delegación Cuauhtémoc, instaló una guardería para niños indígenas de 18 meses a 6 años. Diariamente un transporte de la dependencia pasa por ellos a sus domicilios, los traslada a la guardería, en donde se les instruye, entretiene y alimenta y se les brinda servicio médico. Las actividades están a cargo de madres de familia de origen indígena, quienes ayudan a reforzar la identidad de esos grupos; se cuenta también con la asesoría de educadores de la SEP. A los hermanos mayores se les apoya con ropa y útiles escolares. Es increíble conocer que en el corazón de la ciudad de México se habla zapoteco, mixteco, totonaca, purépecha, chinanteco, maya, otomí y, desde luego, náhuatl, la lengua originaria de la capital. En la calle de López número 23, una inmensa casona del siglo XIX alberga un numeroso grupo de familias triquis de Oaxaca, quienes cotidianamente cubren la fachada con sus coloridos textiles: blusas, enaguas y vestidos, así como prendas de lana y toda clase de adornos y juguetes para la venta, elaborados con sus hábiles y artísticas manos. Ellas mismas son un hermoso espectáculo portando sus atuendos, bellamente bordados.
Continuando con los aires provincianos, a la vuelta de esta casa, en el número 4 de la calle de Independencia, se encuentra el restaurante Tlaquepaque, que ofrece magnífica birria de carnero igualita a la de Jalisco. El pozole de maciza o surtido "no canta mal las rancheras". También hay tacos de todo tipo y unas tortas gigantescas y sabrosísimas, todo ello acompañado de aguas frescas entre las que destaca la de pingüica. De postre: jericalla o fresas con crema.
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