* Eduardo Galeano *
Para la cátedra de publicidad
Corría el año 1964, y el dragón del comunismo internacional abría sus siete fauces para comerse a Chile. Aullidos de pánico, imágenes de una película de terror: iglesias quemadas, campos de concentración, los tanques rusos rodeaban el Palacio de la Moneda, se alzaba un muro de Berlín en pleno centro de Santiago, los barbudos arrancaban a los niños de sus casas para llevárselos a Cuba.
Vencida por el miedo, la izquierda perdió esas elecciones. Pocos días después, un periodista preguntó a Salvador Allende, el derrotado candidato a la presidencia, qué era lo que más le había dolido. Y Allende contó lo que había ocurrido ahí nomás, en la casa vecina a la suya, en el barrio de Providencia. La empleada, que trabajaba de la mañana a la noche fregando, barriendo, cocinando, lavando y planchando, había metido en una bolsa de plástico toda la ropa que tenía y la había enterrado en el jardín de sus patrones, para que no se la sacaran los enemigos de la propiedad privada.