LUNES 15 DE MAYO DE 2000
La provocación
* Carlos Fazio *
Las personas son dueñas de las palabras y pueden hacer, y con frecuencia hacen, que signifiquen cosas muy distintas. En Chiapas, por ejemplo, la propaganda gubernamental insiste en que no hay guerra. Pero el presidente Ernesto Zedillo mantiene allí un ejército de 60 mil hombres sobre las armas y ha creado 600 puestos de ocupación territorial y de control y registro de población que abarcan toda la geografía chiapaneca. Además, ha creado una enorme red de civiles armados, los grupos paramilitares semiclandestinos, como parte de una violencia parainstitucional dirigida a generar terror y a aniquilar a las bases civiles de apoyo al zapatismo.
Para completar el cuadro, la semana pasada el gobierno envió a Chiapas otro grupo paramilitar --éste sí oficial--, la Policía Federal Preventiva, a intentar chocar con los zapatistas. Primero montó la provocación en Chenalhó, después sitió el municipio autónomo de Polhó y reforzó el hostigamiento contra los poblados zapatistas que están instalados en las faldas de la reserva de la biosfera de los Montes Azules. Ahora anda detrás de la chispa que incendie la pradera.
El gobierno está en pie de guerra y prepara un golpe quirúrgico. Puede ser que esté fintando. El uso sistemático, calculado y racional de la violencia por parte del gobierno ha sido un instrumento de ejercicio de poder. El régimen administra los tiempos; tiene sobrada experiencia. Lo que no se puede negar es la militarización de los espacios geográficos y el intento paralelo de militarizar la mente de la población chiapaneca, como parte de una estrategia de contrainsurgencia depredadora diseñada para desarticular la violencia colectiva que genera el descontento.
Desde 1995, el Manual de guerra irregular del Ejército Mexicano define una serie de operaciones tácticas ofensivas, psicológicas y de inteligencia destinadas a romper la relación de apoyo entre la población y el EZLN. "El pueblo es a la guerrilla como el agua al pez", cita a Mao el manual de Sedena. Desde entonces el Ejército comenzó a agitar el agua de la pecera y creó a los "grupos de autodefensa" (los paramilitares) para controlar a la población civil y desarticular el tejido social comunitario. La ofensiva castrense fue combinada con una socialización de la violencia y con el control de territorios con miras a la expansión. El plan se ha venido cumpliendo paso a paso. A nivel táctico se ha buscado destruir y desorganizar la estrategia político-militar del grupo insurgente. En el plano estratégico se quiso destruir la voluntad de combate de la guerrilla zapatista y aislarla.
Para los mandos de la contrainsurgencia sólo hay amigos y enemigos. Aunque en principio, la población civil forma parte del "enemigo interno".
Bajo esa percepción, los municipios autónomos zapatistas y las organizaciones de masas son "grupos de fachada". Forman parte del aparato subversivo no armado. De allí saldrán los nuevos actores del "desorden social"; son un surtidero de milicianos y potenciales comandos urbanos. Por lo tanto, constituyen un blanco al que hay que destruir.
Esa finalidad tiene, ahora, el intento gubernamental por desmantelar el concejo autónomo de Polhó así como el montaje publicitario para el desalojo de las comunidades zapatistas de los Montes Azules. Al mismo tiempo, se trata de arrinconar a los mandos del EZLN en lo más profundo de la selva Lacandona, mientras comandos de elite del Ejército siguen peinando la zona y achicando el cerco de aniquilamiento. La vieja técnica del nudo corredizo; la soga que se cierra sobre el cuello de la comandancia zapatista.
El gobierno encubre la guerra con distintas excusas. Hasta hace poco, la ocupación militar del territorio indígena se buscó justificar bajo la fachada de la reforestación de la selva o la construcción de caminos. Hoy manda a los federales a "apagar" incendios en los Montes Azules. No importa si no hay incendios; la propaganda los inventa o los soldados los pueden iniciar. Recordar Vietnam. En diciembre de 1997, la masacre de Acteal fue un golpe preparado para militarizar los Altos de Chiapas y cuadricular con retenes y cuarteles toda la región. Tres años después, la guerra silenciosa sigue su curso. La provocación de Chenalhó se inscribe en esa misma lógica militar.
La nueva ofensiva castrense prepara el golpe final. La pregunta que hace ya tiempo Lewis Carroll puso en boca de Alicia tiene varias respuestas en Chiapas. Una posible es que allí la suma de un ejército de ocupación más la guerra sucia y el fenómeno de la paramilitarización significan terrorismo de Estado. El mundo está lleno de ejemplos donde se combina el terrorismo de Estado con un régimen de democracia formal. La otra cara de la medalla de la guerra sucia es la impunidad; en México es de todos conocida. Sin embargo, para el gobierno, la escalada militar puede significar una simple oferta de campaña: el voto del miedo. O, como diría Humpty Dumpty, un deseo de hacer saber quién manda... y punto. *