LUNES 15 DE MAYO DE 2000

A los maestros mexicanos

 

* Elba Esther Gordillo *

Cuando la sociedad se pregunta sobre las profesiones o los quehaceres más trascendentes, emerge como constante el sólido reconocimiento, el cariñoso recuerdo de las maestras y los maestros que acompañaron y guiaron nuestra infancia, adolescencia y juventud.

En sus voces y en sus relatos la historia cobraba dimensión de hazaña y el amor a la patria se sembraba en nuestros corazones. El descubrimiento de lo que había más allá de nuestra vista se abría camino en el salón de clases; la hazaña de la vida, las maravillas de la naturaleza nos eran explicadas vivamente por nuestros queridos maestros.

De entre quienes hemos tenido la oportunidad de acceder a las aulas, resultado de la siembra de escuelas, columna vertebral del proyecto social de la Revolución Mexicana, no hay quien no guarde una tierna evocación, un consejo a tiempo, una enseñanza de vida, una palabra de aliento, una orientación esclarecedora de un maestro o una maestra.

Pero también, quienes hemos tenido el privilegio de enseñar atesoramos con emoción las imágenes de niñas, niños y jóvenes emprendiendo la senda del conocimiento, aprendiendo a desarrollar sus capacidades, a confiar en sí mismos, a volar con sus propias alas.

Este reconocimiento social, vale decirlo, es prácticamente universal. En todos los espacios de la tierra la tarea del maestro es una de las más reconocidas, pocas veces valorada, porque constituye una de las funciones sociales primordiales para el desarrollo, el progreso y la igualdad de los pueblos y las naciones.

Este aprecio queda de manifiesto año tras año en la conmemoración del 15 de mayo. Sin embargo, un homenaje al maestro debe acompañarse del reconocimiento de las difíciles condiciones que siguen encarando los enseñantes en nuestro país en materias salarial, laboral y profesional, especialmente los maestros indígenas y rurales, que vencen cada día incontables obstáculos para llegar hasta los más apartados caseríos donde comparten con sus educandos aulas carentes de casi todo, pero en las que se encuentran frente a su amor por enseñar, el amor por aprender de los niños.

Esta asignatura pendiente se eslabona estrechamente con otra: la elevación de la calidad y la pertinencia de la educación que se imparte en nuestras escuelas. De ahí que este Día del Maestro sea fecha propicia para insistir en la urgencia de que gobierno y sociedad otorguen a la educación, en los hechos, la prioridad que alcanza en el discurso. Así garantizaremos que las aulas sean, cada vez más, espacios abiertos a la palabra y a la creación. Que asomen a los niños y jóvenes al conocimiento de la patria y del universo, y formen buenos ciudadanos de México y del mundo. Que las maestras y los maestros sigan enseñando fraternidad, respeto a los otros, ternura. Que en momentos difíciles alimenten la esperanza. Que enseñen a niños y jóvenes a crecer sin complejos y a vivir sin miedos. A discutir y razonar. A vivir plenamente. Para que de esas aulas sigan saliendo los creadores, los poetas, los científicos, los analistas y los conductores de pueblos.

A esas maestras y maestros que construyen en las aulas un proyecto democrático y justiciero, que enseñan algo tan simple y tan complejo: a soñar y a realizar sus sueños, nuestro cariño éste y todos los días. *

 

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