* Leonardo García Tsao *
Elogios a Amores perros
Hoy concluyen las exhibiciones oficiales de Amores perros, una de las dos participantes mexicanas en el 53Ɔ festival de Cannes, y aunque no fueron numerosas, sí fue vista por suficiente gente como para volverse uno de los títulos más elogiados en este primer fin de semana. Críticos tan diversos como el argentino Quintín, el inglés Jonathan Romney y el australiano David Stratton me señalaron que debe contarse entre lo mejor hasta el momento.
No es por chovinismo, pero es verdad. La opera prima de Alejandro González Iñárritu es esa rareza: una película redonda cuya voluntad narrativa está por encima de los demás elementos. Aunque el cineasta proviene del medio publicitario, no hay nada de artificial ni gratuito en su relato. Sostenido por un guión sólido y un reparto uniformemente verosímil, González Iñárritu se permite jugar con el tiempo, conjugar con acierto diversas subtramas en tres episodios relacionados y decir cosas relevantes sobre la sociedad mexicana, sin perder nunca el pulso. Uno de sus logros más evidentes es el sostener su tensión dramática a lo largo de dos horas y media.
Por cierto, la larga duración de las películas ha sido una de las constantes en este festival. La competencia presenta un predominio de títulos que andan también por las dos y media, un par que rondan las tres horas y hasta una, la japonesa Eureka, que casi llega a las cuatro. El café y las vitaminas van a estar muy solicitadas entre el jurado y la prensa.
El domingo, día de descanso para la mayoría de los mortales, fue de trabajo pesado para quien esto escribe, pues el concurso se dedicó a los falsos prestigios. La cuesta arriba inició con The Golden Bowl (El copón dorado), lo último de James Ivory, y sus habituales colaboradores, el productor Ismail Merchant y la guionista Ruth Prawer Jhabala. Adaptada de la novela de Henry James, que desde hace rato está de moda entre los cineastas presuntuosos, se trata de otro pretexto para la relamida recreación de época y la ostentación de decorados y vestuarios fastuosos, sin una intención dramática que las sostenga. No obstante el referirse ųpara no variar-- a amores prohibidos en la Inglaterra de principios de siglo (el XX, se entiende), no hay nada aquí remotamente asociado a una verdadera emoción humana. Hasta buenos actores como Jeremy Northam y Nick Nolte se ven disminuidos en esta momificada forma de hacer cine.
Un poco más interesante resultó Trolösa (Infiel), cuarto largometraje dirigido por la actriz Liv Ullmann y segundo suyo basado en un guión de Ingmar Bergman. La película describe con minuciosidad las consecuencias de un adulterio ųuna actriz inicia un amasiato con el mejor amigo de su marido--, concentrándose en los daños emocionales. El guión remite a la obra tardía del propio cineasta ųcintas como Escenas de un matrimonio y De la vida de las marionetas, que enfocaban el doloroso desgaste de la pareja humana. Sin embargo, por mucho que Ullmann intenta reproducir el estilo visual de su otrora marido, la película no trasciende el pastiche. Los temas son muy bergmanianos, pero se echa de menos su severa intensidad. Igual, la sensible actuación de Lena Endre, quien es la narradora virtual de la historia, deberá tomarse en cuenta a la hora de las deliberaciones finales.