MARTES 16 DE MAYO DE 2000
Ť Querer que nunca termina Ť
Ť Juan Rulfo Ť
México, D.F. a 14 de julio de 1947
Querida mujercita:
Cada que veo tu nombre en alguna parte, me sucede algo aquí, en el lugar por donde uno tiene la costumbre de pasar la comida, y al que algunos, casi todos, llaman gorgüello. El otro día lo vi, por la noche, en un edificio de apartamentos. Se prendía y se apagaba y era de una luz blanca muy fuerte. Clara -pum, se apagaba- Clara -pam, se prendía-. Seguramente el ''Santa" está descompuesto, pues el letrero completo debía decir ''Santa Clara", pero sólo relumbraba el Clara... Clara... Cada vez igual a la respiración de uno. Estando allí, me llené de recuerdos tuyos y me senté un rato sobre un pradito para mirar a gusto aquel nombre tan querido de esa criatura tan aborrecida y fea.
Así anda el mundo.
Las cosas de la lotería andan de otro modo.
Yo quería darte la sorpresa de que me había hecho rico y nada. Me quedé mudo ese día al ver cuánta es mi mala suerte para eso de las monis. Y aunque siempre he tenido mala suerte, no creía que fuera tanta. Te voy a ir contando despacio cómo estuvo.
Tú ya sabes cómo soy yo de despilfarrador, cómo ando por aquí y por allá comprando cuanto libro o papel encuentro. Y me pasa siempre lo mismo; cada día peor y todavía peor para gastar la lana en cosas inútiles. Bueno, pues ahí tienes que de un día para otro me llegó el remordimiento y dije que iba a ahorrar lo más que pudiera. Me puse a hacerlo, primero con muchos trabajos y después un poco mejor. Pasaba por las librerías y cerraba los ojos. (No sé por qué, pero siempre por donde yo ando, camino o vagabundeo, encuentro librerías). En lo que nunca me fijo es en las zapaterías, camiserías o donde quiera que vendan trapos de esos que la gente usa para vestirse.
Ahorré un poquito, no mucho. Y como siempre me sucede, ese dinero me estaba quemando las bolsas. Entonces fui y lo guardé en un banco que está cerca de la compañía. Allí lo dejé y pensé no acordarme más de él. Veía muchas cosas que quería comprar (libros), pero me hacía el disimulado y me aguantaba. Yo les decía a mis ojos que vieran para otro lado; que aquello, lo que fuera, estaba más interesante. Sin embargo, por las noches, mi conciencia veía libros y revistas llenas de fotografías y no me dejaba en paz.
Una noche en que estaba piense y piense se me ocurrió que si yo compraba unos diez billetes de la lotería podría atinarle de algún modo. Antes había comprado uno o dos cuando más, pero diez al mismo tiempo era distinto. Fue entonces cuando se me metió lo loco y saqué el dinero y lo cambié por billetes enteros del uno al cero. Gastar o no gastar, me decía mi tía Lola. Esto fue hace unos doce días.
No me dio coraje saber al día siguiente que no me había sacado nada. No, ni siquiera me dolió haber tirado así tantos aguantes. De un billete me devolvieron lo que me había costado, pero los otros nueve no tuvieron esa suerte. Así estuvo. Con todo, me sentí mejor, más tranquilo, y sé que con eso me quisieron decir que me pusiera a trabajar con más ganas.
Ese es el cuento. Pero en el fondo hay otra cosa. En el fondo de todo eso hay, yo creo, el querer resolver pronto la situación. El querer que las cosas se aclaren y no haya dificultad ninguna para sentir que uno puede hacer lo que necesita hacer, sin estar esperanzado a lo que pueda suceder o no el día de mañana.
Sin embargo, a veces, cuando uno se da cuenta de muchas cosas -de la riqueza de los ricos y de la miseria de los pobres- y comienza uno a pensar en que hay algo injusto, con todo, yo he llegado a considerar que en uno está el intentar ser de un modo o de otro. Pues yo jamás (hasta ahora) he deseado querer ser dueño de muchas cosas. Antes al contrario, un instinto oscuro me ha ido retirando cada vez más del interés por el dinero. Aunque quizá se deba a que nunca me ha hecho falta nada. No sé cómo, pero ese Dios tuyo y mío me ha protegido siempre, aunque, al igual que a ti, no creo merecerlo.
Pero ahora me ha llegado esa necesidad de un modo desesperado. No por mí mismo, sino por algo que es más valioso para mí que este cuerpo flaco que yo tengo; algo a quien ama mi alma y por lo cual quisiera quitar todas las piedras de este camino mío tan pedregoso.
A veces, chachinita, se me va formando dentro de mí un sentimiento de derrota, al ver cuán lejos estoy de lo que quiero y de las fallas de mi voluntad. Pero me acuerdo de ti y eso me ayuda, y de un estado de ánimo de lo más negro paso a sentirme muy contento al ver que hay alguien mucho mejor que yo que lo merece todo y que tal vez piensa que yo estoy haciendo bien las cosas y, por eso nomás, vuelvo a ver en cualquier parte pura bondad y una sana esperanza.
Prometí que ya no iba a comenzar con mis quejidos, pero tú eres mi única amiga y estoy solo, y no estás más que tú allí al otro lado, enfrente de mi corazón, y eres la única gentecita a quien él puede enseñarle sus pecados sin que se avergüence.
Y volviendo a otra cosa, quiero platicarte lo que ya sabías y es que no he encontrado casa todavía. Tal vez, algún día de estos, baje la cabeza y recurra al tío David para que me rente la que él tiene. Mi tía Rosa, de la que quizás no te he llegado a hablar, me dio ese consejo. Me dijo que si yo quería traer a mi familia (mi familia eres tú solita) debía de ser un poco práctico y me debía dejar de tantos idealismos. Me dijo también que él tenía mucho dinero y que no le haría ningún daño rentarme en la mitad de lo que renta el departamento (si no quería yo aceptar que me lo dejara sin pagarle nada) y que a mí, por el contrario, me beneficiaría mucho.
Eso yo lo sé, pues me he dado cuenta de que aquí la mayoría de la gente trabaja casi exclusivamente para pagar la renta de la casa donde vive. Así que sería de mucha ayuda conseguir ese endiablado departamento. Y, por lo pronto, no me moveré de aquí, a pesar de las cucarachas, hasta no ir a dar a la casa donde iría a vivir en definitiva. Además, existe la ventaja de que, de llegar a arreglar eso, casi se podría considerar como si uno viviera en algo propio y no tener que andar cambiando de casa por una o por muchas circunstancias.
Ahora lo que voy a hacer es ir a visitar a don David más seguido, hasta que me diga hijo otra vez, pues cuando estamos medio distanciados él y yo ni siquiera me habla (no sabe hablar). Y cuando lo tengo contento entonces me dice hijo, que es como les dicen todos los tíos a los sobrinos cuando los ven chiquitos. Y la razón por la cual no voy a verlo casi nunca ya la sabes tú, y es que no me gusta hacer visitas. Por otra parte, cuantas veces he ido, allí estaba Cantinflas con él y sólo se les va en hablar de toros y de caballos y de motocicletas y de otras muchas cosas que yo no oigo porque me pongo a leer el periódico.
Bueno, voy a estudiar la mejor forma de arreglar este asunto y te avisaré enseguida del resultado.
Oye, chachinita, Ƒno crees que este periódico-carta va resultando muy enfadoso?
Y sin embargo, quisiera platicarte tantas cosas que no acabaría nunca. Quisiera contarte cada sube y baja de mis pensamientos acerca de ti y acerca de todo lo que hago y trato de hacer. Quisiera escribirte largas cartas de cuanto me pasa. Ya sea de cuando estoy triste o de cuando estoy contento. Pero no se puede; necesitaría estar cerca de ti, y mirándome en tus ojos para hacerlo. Y de ese modo nunca me haría falta el tiempo.
Me da gusto saber que, ahora sí, todos están buenos en tu casa.
En cuanto a la fotografía de este sujeto, no la has recibido porque no estoy de acuerdo todavía con ella en que así soy. El retratero tal vez se equivocó y me dio la fotografía de otro tipo. Lo que hay en esto es que no está bien; es decir, que no me gusta para que tenga el honor de estar junto a la tuya. Iré de nuevo a que me retraten, y si ya está que vuelvo a salir como monigote de circo entonces ni modo: te mandaré todas juntas para que tú escojas cuál quieres. La cosa es que retocan mucho las fotos y acaba uno por salir muy distinto de cómo uno cree que es.
De cualquier modo, esta semana tendrás la fotografía salga como saliere. Espérate un ratito nada más.
Cariñito:
No creo que me quieras más que yo a ti. No puede ser. No, no puede ser, amorosa muchachita. Dulce y tierna y adorada Clara. Yo lloro, sabes, lloro a veces por tu amor. Y beso pedacito a pedazo cada parte de tu cara y nunca acabo de quererte. Nunca acabaré de quererte, mayecita.
Juan, el tuyo