VIERNES 19 DE MAYO DE 2000

 


* Leonardo García Tsao *

Dancer in the dark, probable ganadora

Cuando ha entrado en su recta final, el 53 festival de Cannes no ha desmentido los rumores iniciales sobre la baja calidad de su programación. La desesperación por ver algo importante es tal, que hay bastantes críticos deslumbrados por el oropel de Dancer in the Dark, el inflado musical del danés Lars Von Trier. Incluso, muchos la anuncian ya como la segura ganadora de la Palma de Oro, cosa que no sería de extrañar en un jurado presidido por un fantoche como Luc Besson.

Nuevamente, el festival ha servido para evidenciar el malestar general del cine, pues salvo las excepciones mencionadas en estos artículos, la mayoría de las películas denotan un no saber qué contar, con estéticas también fatigadas. Por lo pronto, a la producción mundial le urge el regreso de los productores exigentes, con intuición y rigor para saber cortar lo que les sobra a las películas, pues son muy contados los casos en que la duración excesiva sea justificada.

Eso no le vendría mal, por ejemplo, al director israelí Amos Gitai quien en su cinta Kippur, hace una vívida recreación de la experiencia de unos soldados en la retaguardia de la llamada guerra del Yom Kippur en 1973. Con logrados planos-secuencias, Gitai representa a la guerra como una sensación constante de peligro, frustración y desamparo, sin hacer ningún apunte político. Sin embargo, la película se beneficiaría de una mayor economía narrativa, sobre todo en su primera parte.

Ya ni en los viejos valores se puede confiar. El cineasta John Waters de antigua fama subversiva ha expresado en Cecil B. Demented su compartida indignación sobre el estado actual del cine popular. A través de las actividades del personaje epónimo, cabecilla de un grupo de cineastas terroristas que secuestra a una estrella hollywoodense (Melanie Griffith) para filmar una película radical, Waters lanza su manifiesto contra los principales defectos del cine hollywoodense y sus masivos espectadores. Lástima que no es el mismo Waters de hace treinta años. Ahora su ingenio se desgasta en los primeros diez minutos, y la supuesta sátira se va diluyendo entre chistes de obvia vulgaridad y acciones de violencia chambona. A pesar de su postura correcta, nada salva al director de formar parte del problema.

La verdadera violencia se ha visto en Cannes afuera de las salas. La cobertura ha brincado de la página de espectáculos a la nota roja, pues este año se han reportado más actos criminales de los habituales. Según parece, el festival ha atraído a números superiores de delincuentes, sobre todo pandillas juveniles importadas de Marsella. Además de robos a los visitantes, ahora la policía francesa ha tenido que enfrentar también a multitudes enardecidas. Durante la proyección de Dancer in the Dark, varios asistentes con boletos en mano se quedaron sin ver la película, porque se dio prioridad a invitados especiales y miembros de la prensa. Y esa no es la única ocasión en que las fuerzas de seguridad han intervenido para evitar motines. También ha ocurrido a la entrada de varias fiestas, porque hasta los gorrones se han vuelto agresivos.

Por suerte, no hubo hechos de sangre en la fiesta mexicana, celebrada ayer con motivo de la exhibición de Amores perros y Así es la vida. Por tradición, es una invitación muy codiciada por aquello de la popularidad del tequila y el guacamole. Así, un vivales trató de entrar haciendo que sus acompañantes femeninas le mostraran sus respectivos pechos a quienes cuidaban la puerta. La estrategia no funcionó.