SABADO 20 DE MAYO DE 2000

Ť La era del merengue Ť

Ť Ernesto Márquez Ť

La noche del lunes, cuando me senté ante el televisor para ver y escuchar la presentación del libro La fiesta del chivo, del escritor Mario Vargas Llosa, reflexionaba sobre algunos aspectos del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina, eje de la trama de esa obra, los cuales no menciona el escritor de origen peruano y nacionalizado español. Por ejemplo, el gran apego que tenía por el merengue, la música que identifica a República Dominicana.

Es curioso, pero entre todos sus desmanes y actos de barbarie, el dictador se dio tiempo de ubicar y dimensionar al género musical nativo, del cual se jactaba de ser un gran bailador.

Trujillo es quien impone el merengue en los grandes salones de fiesta y en toda la geografía nacional a partir de los treinta, tanto en su modalidad típica (llamada perico ripiao), como en la de gran orquesta.

Cuenta la leyenda que Rafael Miranda, su estratega político en la campaña presidencial y conocedor de la idiosincrasia del campesino y del dominicano medio, fue quien le sugirió desde un principio que asociara su imagen al gusto musical del pueblo humilde. Trujillo cogió la idea de buena gana, y en su campaña proselitista se hizo acompañar de un cuarteto típico que interpretaba temas alusivos a su candidatura.

Cuando asume el poder (16 de agosto de 1930), el merengue Se acabó la bulla, de Isidoro Flores, describe el cambio político y manifiesta la esperanza que suscita el nuevo líder: ''Horacio salió/ y ahora entra Trujillo/. Tenemos esperanza/ en nuestro caudillo./ Se acabó la bulla, se acabó./ Se acabán los guapos, se acabó./ Ni colú ni bolo, se acabó/ Eso de partidos, se acabó".

merengue-jpg Y la bulla "se acabó", para dar paso a una tremenda y desconocida maquinaria de propaganda ideológica cimentada en el culto a la persona de El jefe y a los valores encarnados por él.

Cuando asume el poder, Trujillo destaca entre sus prioridades el ''restablecimiento de estilos de vida, tradiciones y costumbres nativas en desuso u olvidadas'', programa que tiene como núcleo vivificante al merengue.

El jefe no sólo baila y entona ese género, sino que apadrina la creación de grandes orquestas, a las que dota de instrumentos, así como de salarios seguros y decorosos.

Artículo nacional

En su afán de promover el género de Quisqueya, inaugura elegantes salones de bailes y clubes sociales, e invita a practicar ''el baile nacional" a todos los miembros de su gabinete, ministros y embajadores extranjeros. El nivel de exposición orquestal al estilo jazz band gusta a los nóveles bailadores de merengue. Con el paseo, como dominante del baile, las parejas modelan su elegante apariencia a la vista de la refinada asistencia, como lo hacían en muchas de las danzas europeas, comunes antes de la ''era''.

Luis Alberti, director de orquesta, pianista y compositor excelso, a quien el crítico musical dominicano Juan Francisco García definió como ''el más genuino rapsoda del merengue'', se convierte en el músico predilecto de Trujillo, quien le encarga formar una orquesta a su altura. Alberti accede y selecciona a los mejores atrilistas del país para darle vida a la orquesta Presidente Trujillo, que más tarde el propio mandatario bautizaría como orquesta Generalísimo.

Alberti era un músico intuitivo e innovador, cuyo mérito era haber conseguido un nuevo sonido para el merengue. Digamos que él ''urbanizó'' el género de Quisqueya, relegando a un segundo plano el acordeón y la guitarra del perico ripiao, sustituyéndolos por saxofón, clarinete y trompetas, pero conservando los elementos rítmicos de la tambora y la güira, e incluyendo el piano como ''relleno'' armónico.

Con la anuencia del tirano, Luis Alberti y la orquesta Generalísimo amenizaban las noches bailables en el Patio Español del elegante Hotel Jaragua, el principal centro nocturno de la ciudad en donde el merengue alcanzó su clímax, además de las fiestas de recintos extranjeros a quienes deseaba agradar el dictador.

Sátrapa, asesino y un gran hijoeputa, Trujillo mostró sin embargo cierta sensibilidad y conocimiento del mercado musical para internacionalizar el merengue. Sorprendiendo a muchos, entró en contacto con el director de orquesta Lepold Stokowsky, quien había sido contratado por el sello Columbia para que grabara la música de cada país que visitara en la tourne, que con su sinfónica realizaba por el Caribe. Enterado de tal misión, Trujillo le invitó a Palacio de Gobierno para que escuchara a su orquesta y negociaran la posibilidad de llevarla al estudio de grabación que el afamado músico había instalado en el barco que los transportaba.

Creación a marchas forzadas

Mareados y con muy poco tiempo, los músicos de Alberti grabaron más de 20 canciones de autores dominicanos. Pocos meses después llegarían los primeros 18 discos de 78 revoluciones por minuto, que contenían 12 merengues, cinco boleros y un jaleo.

La repercusión que tuvieron estos discos puso al descubierto la trascendencia social que tenía el ritmo en 1940. Algunos de esos merengues, como el Compadre Pedro Juan, se convirtieron en clásicos del género.

Sabedor de la fuerza popular del merengue, Trujillo exigía que se escribieran letras "nacionalistas" o alusivas a una "realidad social". Así se compusieron merengues como La miseria, que alentaba al dominicano a confiar en los planes políticos del régimen y no abandonar el país en busca de una mejora económica: "Se lo dije a mi sobrino aquí/ no se vaya más de su país/ que la cosa no está buene allá/ la miseria está acabando acá".

Fuera de la evidente manipulación de la música popular por la dictadura -constatable en la Antología musical de la era de Trujillo (1930-1960), publicada en cinco volúmenes por la Secretaría de Educación y Bellas Artes de República Dominicana con la dirección de Luis Rivera, en que sobresalen unos 300 merengues alusivos a su persona, como el de San Cristóbal, dedicado a la ciudad donde nació el dictador-, la tal producción merenguera sirvió para consolidar el género en una época de gran afición por la música extranjera.

Debido a la gran promoción del régimen trujillista no hubo otro ritmo que opacara o riñera con el merengue. Así, la música que mandó por mucho tiempo en dominicana fue el merengue, bloqueando toda posibilidad de desarrollo o protagonismo de otras músicas, como el rock, que se impuso fácilmente en otras regiones.