Manuel Vázquez Montalbán
El Gran Hermano eres tú
EL SOCIALISMO REAL NO consiguió durar lo suficiente como para aprovechar el desarrollo de la tecnología de la comunicación de cara a convertirse en El Gran Hermano. Al lado del control que hoy pueden tener las centrales de multimedia y la maquinaria de informar desarrollada, las prácticas del control de la identidad social del socialismo o del nazismo se inscriben en la prehistoria de la alienación. La pluralidad de estuches del mercado mediático oculta un mismo contenido y la finalidad de toda construcción de personalidad es parecerse al referente standard del Gran Consumidor. Pero no son suficientes elementos de integración en la sociedad correcta, aun podríamos albergar una cierta dosis de cultura de la resistencia y atribuir a los centros de poder mediático una malvada e interesada voluntad de teledirigirnos. Ahora se nos propone: ƑQuiere Vd. participar en el juego de ser El Gran Hermano?
Ni Orwell, ni Bradsbury, ni Borroughs, los profetas literarios del telecontrol de la conducta, verificados en cine gracias a Truffault y Ford Coppola, habían imaginado la socialización del voyeurismo que representa un programa televisivo como El Gran Hermano que recorre Europa con una inmensa capacidad de contagio. Consiste en encerrar a un grupo humano en una casa donde a lo largo de tres meses serán espiados constantemente por los ojos de un circuito de televisión y todo lo que hacen, salvo las necesidades fisiológicas evacuadoras, llegará a nuestras pantallas según una doble estrategia: lo ya hecho puede ser retransmitido cuando quiera la cadena programadora y también realiza conexiones en directo a lo largo del día sin avisar a los protagonistas. Hasta ahora, en Holanda o Alemania, los propios conejillos de indias se iban eliminando denunciando, mediante confesiones individuales a cámara abierta, qué compañero de experiencia no les complacía, pero en España los concursantes se negaron a denunciarse mutuamente en la primera ocasión y tuvo que ser el público quien decidiera la expulsión. Fue todo un síntoma. Expulsaron a la mujer más atractiva, con más experiencias amorosas plurales, que había enamorado a otro concursante más joven e inexperto y que aseguraba necesitar ganar los veinte millones de pesetas del premio para dar futuro a su hija con parálisis cerebral. El público no respetó la encendida historia de amor de la camarera y el soldado de Bosnia contemplada en directo, ni tuvo en cuenta el triste destino de la niña discapacitada. La mujer era demasiado rubia, aunque teñida y parecía una de esas hembras fatales del cine de postguerra, de qué postguerra no importa.
Todo el mundo ha condenado este programa acusado de televisión basura, pero todo el mundo lo ve, aunque sea de reojo. Tal vez el estamento más ofendido sea el de los sociólogos, indignados por el supuesto interés sociológico atribuido a la experiencia. Como coartada para seguir viendo el espectáculo de estos primates de una nueva especie bio-virtual, se ha escrito que asistimos a la experiencia de un grupo encerrado en un espacio, sin comunicación con el exterior y que cada individuo ha de tratar de sobrevivir a las eliminaciones para conseguir el premio final. Las cámaras devoran las conductas implacablemente y los enclaustrados no pueden controlar su propia imagen, en uno u otro momento se les escapa un gesto, una actitud, un vocabulario que el receptor rechaza porque se asemeja demasiado a los gestos, actitudes o vocabularios que cotidianamente debe reprimir porque no tienen valor de cambio o porque evidencian sus frustraciones y poquedades. Poco a poco, los primates van aprendiendo a interpretar el tal como son y a destruir la imagen de los otros concursantes prisioneros, a la espera de ir laminando el grupo y enfrentarse al momento final. Cuando salgan de esta cárcel mediática tendrán algo más de dinero, serán muy reconocibles por la calle y no sé como superarán que nos hayamos apoderado de sus besos, de sus coitos mejor o peor encubiertos, de sus llantos, de sus mezquidades, de sus delaciones, de su memoria, de sus deseos y con el tiempo dudo que tengan valor para intentar recuperar su imagen. Será nuestra. Consumida y arrojada en los contenedores más inútiles de la experiencia.