DOMINGO 21 DE MAYO DE 2000

Ť Todas las artes, conjugadas en su quehacer


Marceau hace de lo inexistente una realidad de silencios

Ť En la nívea cara del mimo se suceden mil rostros

Angel Vargas Ť No hay imposibles para Marcel Marceau. Basta que sus manos y gestos entren en acción para que el prodigio se silencie.

Delgada y ágil, su anatomía es una espada que blande el vacío. Blanca, su cara es una serie interminable de desdoblamientos. Mil rostros se suceden unos a otros en el suyo. Es el milagro del todos en el uno.

Una espera de cuatro años terminó la noche de este viernes, cuando el mimísimo de siempre irrumpió de entre las penumbras del teatro Metropólitan.

Su virtuosismo comenzó con la contraparte: el pecado. Y no con cualquier clase de pecado, sino con los siete capitales. Como si lo hubiera tentado el chamuco, el mimo francés adquiría personalidades y características diversas que lo hacían un ser diferente según fuera "la falta" que representaba.

marceau-marcel-puebla-jpg Para la cachondería se convirtió en un pintor con rostro de lobo hambriento y concupiscente mirada, cuyas manos se embelesaron con las turgentes formas de una modelo invisible; y para la glotonería, en un falso samaritano que se hacía de la boca chiquita cuando comía frente a los otros, pero que en privado no dudaba en darse tremendas atascadas.

El humor irónico que se desplegó de ese esbelto cuerpo casi octogenario y de níveas vestimentas en esa parte del espectáculo, llevó al público no sólo a la carcajada sin recato, sino también a situarse frente a una especie de espejo que si bien exageraba los comportamientos, no por ello dejaba de ser verídico.

Y si no, que tire la primera piedra quien no haya caído en el pecadote capitalísimo del encabronamiento al conducir un automóvil, como le sucedió al mimo en el escenario. Extraordinario y delicioso fue verlo no sólo manejando un coche que no existía, sino sufrir incluso un colisión con un automovilista fantasma y, encima, pelear con él.

Hacer de lo inexistente una realidad de silencios es el gran arte de Marcel Marceau. Su quehacer reúne la magia del cine mudo con la estética sublime y poderosa del teatro y de la danza. Es música de músculos y arquitectura del mutismo. Literatura de palabras-gestos que se cauterizan en el aire y luego en la memoria. Es el arte de la pantomima. Escultura en movimiento, pintura de lo ilimitado.

Para cerrar la primera parte del espectáculo -intitulado Cincuenta Años de Genialidad-, el mimo se transformó en la Hidra del cuento, no porque tuviera mil cabezas, sino porque reprodujo diversas expresiones en el rostro con su clásica actuación de El fabricante de máscaras. La gimnasia facial en todo su esplendor.

marceau-marcel-puebla-4-jpg Un receso de 15 minutos precedió la aparición de Bip, ese personaje creado por el artista galo hace 52 años, de insustituible chaqueta gris, playera rayada y sombrero de copa coronado por un rojo clavel.

Y Bip fue domador; Ƒde qué fieras?, no se sabe, pero lo cierto es que ellas lo domaron a él. Fue músico callejero, que como violinista resultó regular platillista; y, finalmente, apareció como un frustrado Casanova, que no vio su suerte con ninguna dama.

Marcel Marceau preparó una sorpresa para el público mexicano, con la cual concluyó la función: un mimodrama biográfico contado a través de Bip. El lugar de las risas fue ocupado por la reflexión y la poesía.

Con movimientos poderosos y de elegancia alada se refirió a su infancia feliz, a cómo conoció el amor en la juventud, pero también las injusticias que lo obligaron a enrolarse en la resistencia francesa y, más tarde, al ejército nacional.

Aparecieron luego los hechos cruentos de la segunda gran guerra, también la crueldad y muerte de conflictos posteriores. Con el cuerpo desguanzado, exhausto, semejó un muñeco al capricho de la historia; pero una sonrisa plena en el rostro dibujó callada la esperanza.

Marcel Marceau es como una de esas olas que se ven en el mar sólo de cuando en cuando. Gran hacedor de lo imposible.