LUNES 22 DE MAYO DE 2000
* La revista creada en 1925, una "referencia capital" para muchos expertos
Juan Villoro: es un gran taller de perfeccionamiento literario
* Es fundamental para la caricatura, opina Feggo; Helguera disiente: es un espacio bastante lejano
Miryam Audiffred * Días antes de la circulación del primer número de la revista The New Yorker, el editor Harold Ross declaró a los medios de comunicación que el semanario trataría de brindar una "reflexión en palabras e imágenes" de la vida metropolitana. Nuestro enfoque, dijo, "será alegre, ingenioso y satírico e irá más allá de una simple burla. No caeremos en el sensacionalismo ni el escándalo sólo buscaremos que cada una de nuestras páginas sea tan entretenida e informativa cómo se requiera".
Y los editores lo han logrado. A pesar de que han pasado 75 años desde que el fundador de la revista expresó esas palabras, los lectores estadunidenses siguen encontrando entre sus páginas motivos necesarios para terminar con calma el acostumbrado café matutino o para concluir en paz un largo día de trabajo.
Los interesados en el ámbito cultural han hallado entre sus páginas un pasado y un presente literario. En México, por ejemplo, hay hombres de letras como Adolfo Castañón que consideran que el semanario es una "referencia capital".
"Cualquiera que se interese por estar en el mundo de las letras y de las artes debe acudir a la publicación estadunidense inevitablemente", señala este poeta que se acercó a ese universo neoyorkino en los años sesenta por "contagio" de Jaime García Terrés.
Y es que han sido muchos los escritores que a lo largo de la historia de la revista han confiado su talento, sus textos y su imaginación a los editores. Scott Fitzgerald, por ejemplo, publicó en este medio su primera obra de ficción ųA Short Autobiographyų en 1929; año en el que, por cierto, también William Butler Yeats confió a la revista The New Yorker la difusión de su poema Death.
La "inusual" relación de los escritores con los hombres de edición es lo que, en opinión del escritor Juan Villoro, ha hecho de este medio algo que va más allá de una revista. The New Yorker, comenta el autor de La noche navegable y Tiempo transcurrido, se ha vuelto escuela o, si se prefiere, un gran taller de perfeccionamiento literario. "Ha creado un estilo de edición para los textos de los escritores que no podemos compartir en América Latina porque no estamos acostumbrados a que los editores cumplan un papel activo.
"Creo que, por lo tanto, el semanario también debe ser visto como el modelo de lo que puede conseguirse cuando los ojos y los oídos de los editores se unen a las voces de los buenos escritores".
Pero el proceso de edición de esta revista neoyorkina ha sido siempre una brisa refrescante capaz de capturar la confianza de hombres y mujeres de letras como Vladimir Nabokov ųquien siempre se dejó influir por los comentarios de los editores y en 1966 publicó en esas páginas su libro Speak Memoryų, Wystan Hugh Auden ųcuyo poema Song se publicó en 1939ų o Sylvia Plath, de quien se ofrecieron los versos Mussel Hunter et Rock Harbor, en 1958.
Creada en principio para difundir ensayos, poesías y obras de ficción, la revista The New Yorker también atrapó, en 1965, el interés de Truman Capote, de quien presentó la obra A sangre fría; que fue dada a conocer en varias entregas y mucho antes de ser publicada por alguna casa editorial.
Un año más tarde fue el irónico cineasta Woody Allen quien cayó en las redes de la revista y mostró en sus páginas su primera pieza de ficción The Gossage-Verdebedian Papers para unirse, así, a un importante espacio literario que permitió a la novelista africana Nadine Gordimer recordar los años de grave racismo; al estadunidense Tennessee Williams mostrar su afición por el criquet o al escritor de origen ruso Vladimir Nabokov hablar de viajes espaciales mucho antes de que el término "astronauta" formara parte del vocabulario cotidiano.
La realidad en caricatura
Desde que la revista comenzó a ser distribuida en las calles y tiendas de Nueva York ųaquel 21 de febrero de 1925ų uno de sus mayores atractivos fueron las caricaturas que a color o en blanco y negro ocuparon varias de sus páginas. Para nadie es un secreto que miles y miles de cartonistas han tratado de unirse al equipo que desde hace 75 años se encarga de mantener con vida el humor y la ironía y que, debido al paso del tiempo, ha tenido que ser modificado en múltiples ocasiones; no sin antes dejar en la memoria colectiva los cartones realizados por personajes como Charles Addams, Saúl Steinberg, Roz Chast, James Stevenson, Al Ross, Frank Modell, Lee Lorenz, Arnie Levin y Liza Donnelly.
El humorismo mexicano ha llegado al semanario estadunidense mediante las portadas que Abel Quezada realizó en los primeros años de la década de los ochenta y en las que dejó muy claro que para él hacer caricaturas era como escribir un relato o una fábula. Más recientemente fue la pintora Andrea Arroyo quien mostró el talento mexicano a través de la realización de dos portadas: la del 26 de octubre de 1992 y la del 28 de abril de 1993.
Pero acceder a estas páginas no es nada fácil. Feggo, por ejemplo, es uno de los dibujantes mexicanos que ha tratado de colaborar ųsin lograrloų en este espacio que actualmente cuenta con cerca de 30 caricaturistas de base y paga mil 200 dólares por cartón y 4 mil por portada.
Colaborador del periódico The New York Times, considera que el semanario es un foro fundamental para la caricatura en América, sobre todo ahora que ųaseguraų la revista se ha abierto a temas más controversiales y menos editoriales.
Por el contrario, Antonio Helguera comenta que The New Yorker sólo representa un "espacio bastante lejano".
"Me parece que en México sus cartones no son un punto de referencia importante. De hecho no encuentro ninguna influencia en nuestro trabajo porque nosotros estamos acostumbrados a la caricatura política y ésta es, para ellos, algo secundario".