MARTES 23 DE MAYO DE 2000
Ť La rebelión de Chiapas Ť
Ť Neil Harvey Ť
Con la irrupción del movimiento zapatista en Chiapas, el 1 de enero de 1994, se colocó en el centro de la atención nacional e internacional la indignante situación que padece la población indígena del sureste de México. Ante tal problemática, Neil Harvey investigó y escribió La rebelión de Chiapas. La lucha por la tierra y la democracia, libro publicado por Era y del que ofrecemos, con autorización de la editorial, un adelanto a nuestros lectores.
Epílogo
Terminé de escribir el texto original de este libro en diciembre de 1997. En este breve epílogo quisiera reflexionar no sólo sobre lo ocurrido entre enero de 1998 y agosto de 1999, sino también sobre algunos de los análisis que se han publicado en el mismo periodo. Por razones de espacio, me limito a discutir dos temas que están presentes a lo largo de este libro y que, a mi juicio, seguirán siendo puntos clave para comprender el futuro desarrollo de los conflictos sociales y políticos en Chiapas. Me refiero a lo novedoso de la rebelión zapatista y a la relación entre la autonomía, la ciudadanía y la democracia.
El zapatismo: entre lo viejo y lo nuevo
Quisiera empezar con una reflexión un tanto autocrítica sobre la manera en que este libro abordó el surgimiento de nuevas formas de organización campesina e indígena. En el primer capítulo me pregunté si el zapatismo representaba una ruptura con los discursos y prácticas de la vieja izquierda leninista o populista en México. Una de las características que hemos notado es la búsqueda de formas novedosas de hacer política, muchas veces como resultado del rechazo a la centralización del liderazgo o el caudillismo en los movimientos populares. De hecho, el propio subcomandante Marcos explicó que el hecho de que los zapatistas usen pasamontañas tiene que ver con ese deseo de superar el problema del caudillismo. En este libro hemos visto cómo, en varias ocasiones, las bases de diversas organizaciones campesinas e indígenas se han rebelado en contra de sus dirigentes, a quienes les han acusado de actuar sin tomar en cuenta sus necesidades ni sus formas de participación. Sin embargo, es igualmente evidente que el caudillismo se volvió a imponer como práctica dominante en varias de esas organizaciones. Quizá sea necesario volver a plantear la pregunta inicial de la siguiente manera: Ƒen qué medida se articulan las prácticas políticas existentes con nuevas ideas, propuestas y formas de organización? Es decir, tan imposible es repetir los viejos esquemas de acción política, como lo es romper totalmente con las herencias del pasado. El zapatismo, según señalamos en el octavo capítulo, abrió espacios políticos para que pudieran participar más actores con diversos proyectos en los ámbitos de la sociedad local, nacional e internacional. La novedad de su discurso democrático e incluyente le permitió al EZLN ocupar un lugar importante en la transformación de la vida política en México. No obstante sus aportaciones a este proceso, el zapatismo también carga con su propia historia de organización político-militar. Es decir, la historia de la guerrilla en Chiapas y en México no se puede soslayar, como si ya hubiera sido superada o rebasada por la dimensión cívica y democrática del zapatismo. Las dos historias están igualmente presentes, aunque es esta última la que ha permitido la relativa aceptación del EZLN entre amplios sectores de la población.
No es necesario buscar una causalidad estructural o cultural para explicar las huellas del caudillismo en los movimientos campesinos e indígenas, e incluso en el propio EZLN. Las organizaciones populares no están condenadas a repetir viejas formas. Pienso que lo que hace falta comprender es la continua diferenciación de las prácticas políticas en el interior de los movimientos sociales. Hay que superar los enfoques basados en dicotomías entre lo viejo y lo nuevo, y reconocer que los procesos de organización política nunca terminan, jamás llegan a un punto definitivo en el cual se pueden considerar acabados. Cualquier intento de congelar estos procesos tiene que negar otras posibilidades, cubriendo las huellas de sus actos de exclusión, pero sin poder negarlos. Es decir, lo que hace posible el zapatismo en un momento dado es precisamente lo que lo hace imposible. La gran novedad del EZLN es que haya reconocido este dilema, esta imposibilidad de ser, de existir, de terminar su caminar, y de haberlo convertido en su punto más fuerte. La imposibilidad de completarse como proyecto forzosamente deja abierta la dirección de dicho proyecto a las intervenciones de los que participan y, aún más importante, de los que participarán en el futuro.
Algunos autores han puesto la historia de Marcos en el centro de sus análisis de la rebelión zapatista. Ya en el primer capítulo nos referimos al libro de Carlos Tello. En el mismo sentido han escrito los periodistas Bertrand de La Grange y Maité Rico (1998). Para ellos, Marcos es un ''impostor genial", quien seduce y engaña a intelectuales de izquierda que buscan en vano la continuación de la lucha anticapitalista, ahora encabezada por todos los grupos marginados del mundo, como son los indígenas de Chiapas. En su libro, De La Grange y Rico siguen la pista abierta por la PGR y Tello en 1995. La identificación de Marcos como Rafael Sebastián Guillén Vicente es el punto de arranque para una historia de la actividad político-guerrillera de los integrantes de las Fuerzas de Liberación Nacional y de su penetración en Las Cañadas de Chiapas. Aunque el análisis repite mucho de lo que ya había presentado Tello, De La Grange y Rico agregan más detalles en su afán por retratar a Guillén Vicente. Terminan presentando a Marcos como un personaje inteligente pero sumamente irresponsable y egoísta que llevó a los indígenas a una aventura suicida. Al igual que Tello, De La Grange y Rico tienden a enfatizar y desprestigiar el papel de los líderes del EZLN, pero no explican la conformación de la amplia base social de apoyo del movimiento armado.
Un análisis que se basa más en el trabajo de campo que en la investigación periodística es el libro de Carmen Legorreta Díaz (1998). Esta autora documenta la manera en que los dirigentes del EZLN aprovecharon el descontento generalizado en las comunidades de Las Cañadas a mediados de los ochenta. Sin embargo, la autora sostiene que la opción de tomar las armas fue no solamente errónea, sino también innecesaria. Basándose en su experiencia como asesora de la ARIC Unión de Uniones, Legorreta concluye que la intromisión del EZLN en la selva produjo divisiones en el interior de las comunidades y descarriló el proceso de organización de las bases campesinas que empezó con la celebración del Congreso Indígena en 1974. Según su análisis, entre 1985 y 1988 casi todos los indígenas de Las Cañadas pertenecían al EZLN, aunque al mismo tiempo militaban abiertamente en otros tres proyectos: la ARIC, la Palabra de Dios y otro grupo ligado a la diócesis de San Cristóbal que impulsaba las reivindicaciones étnicas, llamado ''Slop" (raíz, en tzeltal). Sin embargo, resultó imposible mantener las contradicciones entre los ''cuatro caminos'', y, a partir de 1988, se definieron las posiciones de manera más marcada. Para Legorreta, la vía política encabezada por la ARIC era la opción más pragmática y realista para resolver los problemas económicos y sociales de las comunidades, mientras los otros caminos resultaron inviables por su visión idealizada de los pueblos indígenas (en el caso de Slop), por su incapacidad política (en el caso de la Palabra de Dios) y por su adhesión a las armas (en el caso del ELZN). Aunque el EZLN logró mantener una base de apoyo lo suficientemente grande para organizar la rebelión, la mayoría de los indígenas terminó declarando su oposición a la guerra. Para los que seguían militando en la ARIC, la lucha se tenía que dar en el marco legal e institucional, aunque no siempre fuera muy satisfactoria.
Aunque el análisis de Legorreta arroja más luz sobre el conflictivo proceso local que antecedió a la rebelión, tiende a sobrestimar las posibilidades reales de lo que ella llama la ''vía política" en el contexto de las reformas neoliberales y las limitaciones de la política salinista de la concertación. A lo mejor, la concertación hubiera tenido más éxito en Las Cañadas si hubiera ofrecido soluciones tangibles. Aún más importante fue la débil respuesta del gobierno federal a las acciones del gobernador Patrocinio González Garrido, quien desvió fondos del Pronasol, para beneficiar a sus propias bases de apoyo en las organizaciones más oficialistas. En tales condiciones, la ''vía política" fue cerrada no por los zapatistas, sino por el propio gobierno en sus diversos niveles.
Aunque sí es necesario que el EZLN asuma responsabilidad por todas sus acciones desde antes y después de 1994, el movimiento que llamamos ''zapatismo" es demasiado complejo y diferenciado para que esté marcado por la historia de una sola corriente política. Si fuera así, no hubiera sobrevivido los continuos embates de la contrainsurgencia a partir de 1994. Me parece más realista aceptar que el zapatismo ahora es un movimiento popular más amplio que el mismo EZLN. Cuando nos referimos a la rebelión de Chiapas, tendríamos que incluir todas las luchas populares que han encontrado en el zapatismo un punto de referencia para hacer avanzar una infinita gama de anhelos, esfuerzos y proyectos, algunos más conocidos que otros. Hace falta reconocer la dinámica social y humana de esta rebelión y dejar de centrarnos tanto en los discursos y proclamas de los dirigentes más visibles. Pienso que son estas otras historias las que están imprimiendo cada vez más su sello al movimiento zapatista. Por lo tanto, resulta erróneo pensar que el zapatismo no tiene futuro, cuando en los hechos se están creando las bases de los municipios autónomos, cuando se está logrando una nueva presencia de los pueblos indígenas en la vida nacional y cuando se está consolidando una nueva red internacional de lucha contra la marginación y la pobreza. Además, como han señalado Adolfo Gilly (1997) y Carlos Montemayor (1997), debido a las profundas raíces históricas y el carácter social de la rebelión para aniquilar al EZLN el Ejército federal tendría que reprimir a miles de indígenas que participan como bases de apoyo y que dan protección y sustento al movimiento en su conjunto. Las bases de apoyo ya han demostrado una gran capacidad de movilización política, lo que le da continuidad y consistencia al movimiento zapatista.
En resumen, el zapatismo se transforma y se entiende de diferentes maneras. No es reductible a las acciones o el discurso de un líder o un grupo. Tampoco es reductible a una identidad milenaria que no existe. El punto más novedoso del zapatismo es precisamente el haber reconocido que es un proyecto abierto e irreductible. En los términos de Derrida, ningún discurso, ni el más totalizante y autoritario, puede abarcar todas las experiencias y expresarlas en un lenguaje común. Si eso fuera posible, acabaríamos con la discusión, el debate, los desacuerdos, la diferencia y la política. Afortunadamente, de nuestras experiencias siempre le sobra al discurso algo más, lo que Derrida llama el ''secreto" (Derrida, 1996:157-58. Es este secreto, este ''algo más", lo que hace posible la política, hace posible la transformación del zapatismo por parte de los nuevos municipios autonómos, las bases de apoyo, las organizaciones de mujeres, el movimiento nacional indígena y las redes de solidaridad nacional e internacional.