La Jornada miércoles 24 de mayo de 2000

Arnoldo Kraus
ƑDebe decirse "todo" a los pacientes?

DENTRO DEL DISCURSO contemporáneo de la medicina, en el que por un lado se intenta privilegiar al paciente incrementando su independencia al hacerlo partícipe de las decisiones médicas, otras corrientes consideran que "el exceso de información" puede ser contraproducente para el enfermo. Me refiero, sobre todo, a padecimientos crónicos, en los que la progresión de la patología será "lenta", y el daño y las incapacidades acumulativos.

Utilizo el término "exceso de información" con toda intención. Internet, la autonomía de los enfermos, las compañías de seguros que tienden a destruir las relaciones entre médicos y pacientes, y el ejercicio, muchas veces mediocre, de esta profesión, han convertido a no pocos dolientes en ávidos estudiosos de la literatura médica. El resultado final suele no ser óptimo y puede funcionar en contra de los intereses de ambos. El escenario previo, pacientes que creen saber mucho de su mal, debe ser entendido, tanto por el profesionista que considera que "decir todo" puede ser contraproducente, como por quienes sugieren que no es ético esconder información. Agrego a la controversia anterior tres factores más: la medicina es una ciencia inexacta, no hay dos enfermos iguales y la incertidumbre es una constante, en ocasiones perversa, que acompaña la vida de cualquier galeno que acostumbra preguntarse. ƑCómo confrontar la inexactitud? ƑCómo saber quién es quién? ƑCómo descifrar los caprichos de la naturaleza?

Aquellos doctores que sostienen que los enfermos deben saber todo lo que desean conocer, anteponen los términos honestidad y moral. Ambos conceptos son cualidades universales, pero se considera que los doctores, más que nadie, no deberían apartarse de esa vía. La persona que busca ayuda presupone que quien escucha lo hará con transparencia y compartirá los datos acerca de la enfermedad. No existe confianza ni relación sana si se fragmenta la información. La realidad es que no es fácil percatarse qué enfermos tienen la capacidad de escuchar todo y quiénes no. Es intrincado delinear quiénes podrán beneficiarse sabiendo en cuánto tiempo perderán la vista, cuándo dejarán de caminar o cuándo requerirán sondas para el funcionamiento de los esfínteres. Es a la vez evidente que hay seres capaces de manejar malas noticias, mientras que otros no cuentan con los elementos para hacerlo. Además, Ƒpuede la medicina siempre aseverar cuál será el curso de la patología?

Cuando la situación es obvia, sobre todo cuando se sabe que la muerte sobrevendrá en un periodo relativamente corto, la respuesta es más fácil. Pero no toda pérdida momentánea de la visión corresponde al inicio de la esclerosis múltiple ni todo olvido equivaldrá a enfermedad de Alzheimer. Asimismo, Ƒcómo saber, con absoluta certeza, por ejemplo, que la depresión y el luto reciente del enfermo no son factores que confunden?

En el mismo rubro, aun para los galenos más abiertos, quedan siempre las cuestiones de "cuánta" es la verdad que debe compartirse y cuándo es el momento idóneo para hacerlo. Por eso, la vieja máxima: no hay enfermedades, hay enfermos, nunca será anacrónica.

Los doctores que consideran que es humano manipular la información lo hacen porque sugieren que "las malas noticias" perjudican a los enfermos: se destruye la esperanza, se incrementa la ansiedad y se merma el deseo de sanar.

Afirman, incluso, que se viola el principio hipocrático que dice: primero no dañar. Se alega que compartir "toda la verdad" puede ser cruel, pues amén de que en ocasiones la información es inexacta, saberla, no sirve, no construye e incluso acelera el deterioro del enfermo, ya que si a la patología original se agregan ansiedad y depresión, éstas agravarán los problemas. Se sabe también que muchos enfermos, a pesar que se les haya explicado adecuadamente su mal, no lo comprenden.

Esta corriente, la que pregona por manejar el peso de la verdad, sugiere que los médicos deben cultivar "el arte de mentir", esto es, ofrecer sólo la información pertinente que sirva para construir un escenario real de vida y enfermedad. Se aduce que una porción no despreciable de enfermos prefieren saber sólo lo mínimo necesario y que muchos ni siquiera desean conocer la verdad. Si bien es cierto que es una obligación decir la verdad, es también cierto que "demasiada" verdad, en el caso de la enfermedad, puede perjudicar al paciente. "El arte de mentir" es un gran reto para la sensibilidad y la inteligencia médica. La comprensión de ambas posturas, de sus caras buenas y malas, requiere de la sagacidad del galeno. A quién decir "todo" y a quién "lo mínimo indispensable" es sinonimia de recorrer el alma. Esa destreza podría denominarse el arte de acompañar y saber diferenciar.