MIERCOLES 24 DE MAYO DE 2000
Ť Llegó tarde a la cita que se había impuesto para debatir consigo mismo
Día fuera de tiempo, el de ayer para Fox
Ť El panista parecía empeñado en demostrar que su reloj político marcha a contracorriente
Julio Hernández López Ť Vicente Fox llegó anoche media hora tarde a la cita que se había impuesto para debatir consigo mismo. Las 21:30 marcaba el círculo multicolor que, en el extremo inferior derecho de la pantalla de Televisión Azteca, da la hora y, al mismo tiempo, girando, promueve la campaña Vive sin drogas, de la que fue primerísima estrella Francisco Stanley.
No fue el único momento en que el candidato panista quedó fuera de tiempo. Esa, la tardanza nocturna en llegar a las instalaciones de la televisora del Ajusco, fue en realidad la última del día, de un agitado día en el que Vicente Fox pareció haberse empeñado en demostrar a todos que su reloj político marcha con las manecillas enfiladas en dirección contraria a la natural.
Llamadas al aire
A las once de la mañana estaban reunidos los periodistas con Vicente Fox, en una insípida rueda de prensa. De pronto, el sistema de altavoces utilizado para reproducir la voz del candidato pareció descomponerse, ante lo cual se estableció una pausa mientras los técnicos arreglaban los desperfectos.
Cuando se reinstaló el servicio, los altavoces tuvieron un invitado de lujo: Francisco Labastida, a quien habían llamado los asistentes de Fox, de parte de éste, para que los reporteros presentes escucharan a todo volumen una plática entre los dos candidatos que, aun refiriéndose al tema del debate, debería haber sido de índole privada, a menos que hubiese explícito acuerdo en sentido contrario.
La emulación foxista de las tretas que le critica a Gobernación cuando esta secretaría las practica contra su latente aliado, Porfirio Muñoz Ledo, no quedó allí. Teniendo en una mano (y en un oído) el teléfono (y la voz) de Labastida, hubo otra hazaña de Vicente, pues llegó a tener en la otra (y en el otro) a Cuauhtémoc Cárdenas, llamado de igual manera tramposa para, frente a los medios de comunicación, poner en evidencia (no por medio de altavoces, sino repitiendo ante reporteros las presuntas respuestas o comentarios del michoacano) sus supuestas excusas, sus coartadas para no debatir contra El grandote de Guanajuato.
Hoy, hoy, hoy...
Las cinco de la tarde. La casa de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. Un toldo con mesa principal en el jardín. Tres candidatos. Un propósito: organizarse para debatir y anunciar a los medios lo que se hubiera acordado.
Los minutos pasaban. El reloj de las campañas políticas presidenciales avanzaba. Y de pronto, el reloj de arena de Fox pareció detenerse. Hoy, hoy, hoy, repetía como maquinaria trabada. Los candidatos del PRI y del PRD proponían el viernes como fecha para debatir, tomando en cuenta que no existían las condiciones adecuadas para hacerlo ayer mismo. Pero Fox estaba aferrado, con las manecillas del reloj atoradas: Hoy, hoy, hoy, decía, a intervalos, cada vez que se le invitaba a que aceptara la propuesta del viernes que hacía 66 por ciento de los candidatos allí reunidos, cifra que obviamente es una mayoría suficiente para tomar decisiones democráticas (más de 10 por ciento de la ventaja que el guanajuatense demanda para poder reconocer la victoria de algún adversario el 2 de julio).
Y hubo un tramo histórico, extraordinario, en el que la imagen del proceso democrático mexicano pareció quedar fija. Fue un momento de muchos momentos. Un momento larguísimo, en el que los tres hombres que con mayores posibilidades aspiran a gobernar México, estaban allí plantados, sentados uno al lado del otro, sin hacer otra cosa que tratar de demostrar, con su implantación física, su voluntad de debatir. Pero esa disposición a discutir había de expresarse, en este México de las paradojas, con el silencio, con el no hacer nada, con el mantenerse simplemente sentados. Y allí estuvieron. Minutos, largos minutos, en una escena insólita.
El fax de Fox
En un intento por restablecer su salud cronológica, el candidato del PAN se puso a sí mismo una hora límite para que fueran comprobables las ofertas de difusión mediática que, aseguraba, habría para el debate si se realizaba ayer mismo.
Televisión Azteca se había entregado sin reservas a la estrategia del amigo de sí mismo, asegurándole el tiempo necesario para difundir el tal debate. Por fax, para que no hubiera dudas, un directivo de la televisora glorificadora de Stanley y el Mayito reiteró su disponibilidad sin condiciones. Televisa, decía el ex gobernador de Guanajuato, enviaría un fax similar. Y se dedicó a esperar tal documento como si de él dependiera el futuro patrio. Cuando al fin llegó, bastantes minutos después del plazo que él mismo se había puesto, y en términos distintos de los que él aseguraba, siguió aferrado a su guerra personal contra el avance del tiempo.
Terquedad infantil
Y es que, en determinado momento, pareciese, en aquel jardín de la casa cardenista, que los adultos (un adulto) volvía(n) a la temprana edad de los capri- chos nalgueables.
El anfitrión, obligado entre otras cosas por las reglas de urbanidad, trató de sosegar las explosiones de carácter del invitado emberrinchado. Pocas veces ha lucido Cárdenas tan propio y elegante como a la hora de soportar los malos ratos de un visitante a quien se le pasaron las copas de la política. Allí estaba Cuauhtémoc chispeante, irónico, y a veces enérgico, como ese momento en el que advirtió al panista que no estaban allí para hacer sus caprichos. De traje oscuro Fox, Labastida y Joaquín Vargas (el directivo de los radiodifusores del país, al que el panista quiso hacer a un lado, sin lograrlo), mientras Cárdenas iba en colores claros.
Labastida, con suavidad, había dejado el control de la situación a Cárdenas. Intervino algunas veces, pero era evidente que Cuauhtémoc estaba al mando del timón.
Cuando Fox se empecinó al extremo en su evidente táctica de ser el último en levantarse de la mesa, para luego poder decir que él había estado hasta el final dispuesto a negociar, Cárdenas y Labastida decidieron retirarse, aunque el michoacano corrigió de inmediato cualesquier riesgos de faltas al Manual de Carreño y decidió mantenerse, como buen anfitrión, a un lado del panista ensillado, hasta que éste finalmente determinó retirarse de la casa de la campaña principal del sol azteca.
Tarde, a la cita con la historia
A las nueve de la noche, los conductores del programa de noticias del canal 7, de Televisión Azteca, ya estaban listos para recibir al hombre que había decidido, un par de horas atrás, en la calle Aristóteles, de Polanco, que iría a ese canal de la familia Salinas para debatir consigo mismo, pues Cárdenas y Labastida ya le habían dicho que no asistirían.
Pero el polemista solitario ni siquiera llegó a tiempo a ese compromiso que tanto había defendido. Treinta minutos tarde. Y no pudo inscribir en el Guiness el récord del hombre que haya debatido con el menor número de adversarios pues, para su desgracia, no pudo pelear consigo mismo, ya que se le recibió para que fuese entrevistado por Sergio Sarmiento, quien primero le ofreció tiempo amplio para sus respuestas y luego, ya llegando a las diez de la noche, le apresuró a pronunciar un mensaje final, pues el tiempo disponible había terminado.
Eso sí, caballeroso, el hombre de la tierra del Cervantino dejó plena constancia frente a Sarmiento de su plena solidaridad con Lily Téllez, cuyo nombre había sido mencionado como uno de los propuestos para moderar el debate entre candidatos. Fox defendió a Téllez, la dama que ha sido usada por Televisión Azteca para tratar de salvar a sus estrellas caídas, Stanley y El Mayito, del fango histórico y judicial.
Lily Téllez, como es sabido, ha usado una camioneta propiedad del gobierno de Sonora, y de judiciales federales, para cumplir con la función periodística que enalteció Vicente Fox Quesada antes de darse cuenta que su reloj político se había detenido, acaso para siempre, a las diez de la noche, frente a Sergio Sarmiento, en Televisión Azteca, la empresa de los Salinas.