VIERNES 26 DE MAYO DE 2000

 


* José Cueli *

Lo que ha sido, es y será...

La bella y artística Florencia conoció en 1346 el hambre y la desolación. Las cosechas eran poco abundantes en esos años, las guerras habían ocasionado un empobrecimiento general, los comerciantes cerraban sus tiendas y no pagaban las deudas. Un gobierno democrático representado por la ''Señoría" tuvo que pagar a precio de oro el grano para que los florentinos pudieran comer.

En todas las épocas la historia nos brinda sus lecciones. En Florencia, los panaderos dieron en hacer un pan tan malo, elaborado con el trigo que les daban y ellos se robaban aunado a la insuficiencia de otros víveres, que repercutió severamente en la salud de los habitantes. Las cifras de mortalidad se elevaron en tal proporción que la ''Señoría", para contener el pánico de sus súbditos, dispuso que no se tocasen las tradicionales campanadas de las iglesias en los funerales y entierros, disponiéndose estos para la media noche, šInútil precaución! Cuando el hambre había mellado la salud de la mayoría de la población, se presentó la famosa peste negra que a mediados del siglo XIV mató a cerca de 25 millones de personas en Europa.

Bocaccio describe, en páginas de horror, los dramas cotidianos. Al primer síntoma todos huían de la casa y quedaba el enfermo agonizante esperando la muerte. En los cementerios se abrían grandes fosas en donde se arrojaban a diario los cadáveres que se cubrían con leves capas de tierra para dar paso, al día siguiente, a más cadáveres.

Lo curioso es que producto de esa gran conturbación se hicieron grandes capitales entre los comerciantes y acaparadores de cereales, los boticarios, los usuarios y los ''paneros" que tenían telas negras (utilizadas para confeccionar atuendos que supuestamente prevenían del contagio de la peste). Mientras la peste negra hacía sus estragos sobre la población, el Estado veía sus arcas exhaustas y los acaparadores, aturdidos, se sumergían en largas orgías.

Bocaccio, después de describir los espantosos cuadros producidos por la peste, comienza sus encantadores relatos de El Decamerón. Los nuevos ricos entran en apogeo. Mientras que de las guerras brotan la epidemias y la prostitución, entre otros males; la vieja aristocracia cae en desgracia, arruinada y muriéndose de hambre, ya antes de la aparición de la peste; en su lugar emerge una legión de comerciantes y aventureros que se han enriquecido, contrastando con el pueblo enflaquecido y hambriento que termina por estallar en indignación. Pedían aumento de salarios y reparto de trigo. La hacienda en pleno déficit y ahorcada por los banqueros internacionales a quienes debía, no podían dar al pueblo lo que demandaba. Luego, los desórdenes callejeros se trocaron en motines terminando en una revolución sangrienta.

Al otro lado de la tragedia se encuentran los relatos de Bocaccio, cien narraciones contadas en diez días por siete mujeres y tres jóvenes, en los cuales se da rienda suelta al placer y al erotismo. La muerte y el egoísmo humano silenciaban la vida en Florencia; en la campiña la muerte se disfrazaba y se maquillaba de tintes eróticos. Colorido erótico dibujando sensuales máscaras epidérmicas en agudo contraste con las negras panas con que se cubría el pueblo para repelar la mortífera peste, mientras en el campo las sombras de la muerte intentaban conjurarse con seductores placeres, simulacros eróticos de la muerte, la sexualidad a flor de piel, la belleza ocultando silenciosa la memoria de la muerte. Escisión de pulsiones, compulsión a la repetición freudiana tras la cual se oculta el instinto de muerte aunque se maquille con tintes eróticos.

Compulsión a la repetición que se hace patente en las historias que se reiteran sin cesar en el devenir de la humanidad. Los imperios se deshacen, las dinastías se hunden en el olvido, aparecen las revoluciones y brotan nuevos imperios. šLo que ha sido, es y será! Mutatis mutandi, Ƒy nosotros qué? šTal parece que ''no hay nada nuevo bajo el sol!''