PERU: FARSA CONSUMADA
Ayer se efectuó, en Perú, una mascarada de elección, con el presidente Alberto Fujimori como único aspirante. De acuerdo con los resultados iniciales, habría obtenido un triunfo tan absoluto como irrelevante, toda vez que representó la única opción de voto.
Con su único opositor, Alejandro Toledo, fuera de los comicios, el gobernante aseguró la formalidad de su segunda relección.
Ello no necesariamente significa que Fujimori tenga ante sí perspectivas realistas de mantenerse al frente del Ejecutivo por un tercer periodo sin llevar a su país por el camino de la confrontación y la ingobernabilidad.
Ayer mismo, en diversas ciudades peruanas, sus opositores salieron a las calles, a pesar de la prohibición vigente, para repudiar la farsa democrática, y no hay razón para suponer que la sociedad peruana se resigne, en los próximos días, a la prolongación del fujimorato que se le pretende imponer por medio del fraude electoral, la intimidación y la persecución política.
Pero, aun suponiendo que el régimen consiguiera neutralizar las expresiones internas de rechazo --para lo cual no se percibe otra vía que la represión desembozada--, tendría que enfrentar, adicionalmente, la reprobación de la comunidad internacional, la cual parece manifestarse, en esta ocasión, de manera más activa que en los anteriores alardes de autoritarismo y antidemocracia de Fujimori.
De hecho, las misiones internacionales de observación se negaron a presenciar la segunda vuelta electoral de ayer porque resultaba evidente que los comicios eran una mera escenografía desprovista de contienda real. La OEA, la Unión Europea y el gobierno estadunidense, entre otros, han señalado que el gobierno de Lima y su oficina de elecciones no pudieron o no quisieron crear las condiciones para un ejercicio democrático, ya no se diga transparente y equitativo, sino mínimamente verosímil.
La relevancia del diagnóstico internacional en el escenario político peruano pone de manifiesto una de las consecuencias más graves del empeño fujimorista por preservar el poder a toda costa: de esa manera, el grupo gobernante sentó las bases para convertir a Washington, a Bruselas, y a otras instancias extranjeras, en actores y jueces de un proceso que habría debido dirimirse únicamente entre los peruanos.
Ahora es demasiado tarde, y las frases de Fujimori, alusivas a la injerencia externa, suenan huecas. El mismo se encargó de abrirle la puerta y de volverla necesaria.
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