* Teresa del Conde *
Las noches de López Quiroga
(Segunda y última)
L a Galería López Quiroga alberga la muestra de ''nocturnos'' y uno de sus aciertos consiste en congregar a artistas de cuatro generaciones incluyendo a creadores muy jóvenes, como Aníbal Delgado, quien presentó una de las pinturas abstracto-líricas que más me atrajo por su textura, distribución de elementos y movimiento. El principio (1999) es una pintura de dimensiones relativamente discretas (70 x 50), si se compara con otras que concurren en la muestra, como la de Javier Arévalo, Hembras de la noche (139.5 x 162), que no sé por que razón, pese a ser figurativa, me remitió a Carlos Mérida y al mismo tiempo, en su extremo izquierdo, al Juan Soriano de la época de los retratos de Lupe Marín.
Gilda Castillo presentó Travesía (1999), pieza bicroma, quizá excesivamente equilibrada; de Alberto Castro Leñero hay un cuadro alusivo a las nightmares titulado El sueño, de 1992. Si el propio Alberto eligió la pieza que iba a representarlo, debe alabársele su buen sentido de elección, la forma sólida de plomo que flota en el fondo oscuro (es un decir, no hay material extrapictórico en el cuadro) es multiestable, lo que quiere decir que puede ser vista alternativamente de dos maneras: como un bloque cuadrangular que va a descender o como el tope de una figura poligonal que actúa como un imán. Este tipo de configuraciones, a veces vinculadas a las imágenes interplanetarias, aparecen con frecuencia en los sueños de muchas personas.
De algún modo, El sueño puede vincularse con una escultura, Invierno (1999), de acero pintado de blanco, impecable en hechura y muy atinada en concepto de Jesús Mayagoitia: vista en escorzo parece un sarcófago y es asimétrica; vista en su cara apaesada es simétrica y corresponde a una doble rampa.
La pintura de Irma Palacios, Tiempos nocturnos (1999) tiene tales efectos de relieve y si se le ve de reojo, se antoja tocarla para convencerse de que es plana; el cuadro ajedrezado (puesto que son módulos que son casi cuadrados), de Francisco Castro Leñero, parecería influido por la divina proporción en cuanto al planteamiento de sus zonas claras y oscuras que poponen una ''sorpresa", pues en dos de ellos hay alusión al paisaje.
El efecto de El lente de la noche (1999), de José Castró Leñero, es eminentemente gráfico aunque se trata de un óleo con encausto y lo mismo acontece, a mi juicio, con el cuadro de su hermano Miguel, Territorio de la noche (1999), no obstante que el planteamiento es completamente distinto. Me gustó más Código (1999), de Jan Hendrix en serigrafía que sus cerámicas de talavera en forma de tibores, museografiadas cerca de las pluscuamperfectas piezas de Gustavo Pérez.
En esta ocasión dos muy buenos artistas, Roberto Turnbull y Alfonso Mena Pacheco, no estuvieron muy afortunados; el primero por su parca oscuridad y el segundo porque su cuadro es too busy, demasiado recargado de elementos. En cambio, me pareció un acierto el temple y óleo s.t. (1999), de Germán Venegas, aunque no necesariamente guarde nexo directo con lo nocturno, cosa que sí sucede con las Seis estrellas, muy infantiles, en segmentos de 60 x 60 de Ilse Gradwhol, que en esta ocasión no pensó mucho, por ejemplo, en una de sus autoras favoritas: Iris Murdoch.
Hay algunas obras figurativas aparte de las que ya mencioné: la de Rodolfo Morales, Nocturno (1999) me sorprendió gratamente porque se sale de su técnica consabida sin abandonar sus predilecciones iconográficas. La técnica de José Luis Romo en Las delicias de la noche (1999) sigue de alguna manera vinculada al aprendizaje con Guther Gerzso, pero se trata de una naturaleza muerta con vela encendida complaciente en exceso. Los dos óleos de Gabriel Macotela, uno orquestado en verdes, otro en azules, son sumamente gratos y el de Mario Palacios, en cierto modo, haciendo alusión a los fuegos de artificio tiene buen efecto decorativo. Fénix, de Kioto Ota, en resina y polvo de acero es una pieza intimista, de perfecta ejecución, que morfológicamente yo vinculo a las esculturas de Gustavo Pérez, mientras que el óleo de Benjamín Manzo, La noche de los mayas, me pareció demasiado dulce en su planteamiento sobre todo porque recordé que ese título corresponde a una áspera composición de Silvestre Revueltas.
La distribución de espacios de la Galería López Quiroga permite la inclusión de varios rubros sin que se desdigan unos a otros. Hay un buen conjunto de fotografías en exhibición, así como una vitrina de atractiva joyería de diseño, cuya autora es Pamela Zambrano. No he pretendido, ni con mucho mencionar todas las piezas que participan en la muestra, tampoco nombrar la totalidad de los autores aunque puse atención en cada una de las obras, incluso en la zincografía del poeta Alberto Blanco, que me recordó los collages de Agustín Lazo.