MIERCOLES 31 DE MAYO DE 2000
Ť La perspectiva de Nietzsche Ť
Ť Maurizio Ferraris Ť
Contra el positivismo, que se detiene en los fenómenos: ''tan sólo existen los hechos", diría yo: no, no hay precisamente hechos, sino sólo las interpretaciones. Nosotros no podemos constatar ningún hecho ''en sí"; quizás es un absurdo querer algo semejante. ''Todo es subjetivo", dirán ustedes; pero ésta es ya una interpretación, el ''sujeto" no es nada dado, es sólo algo agregado con la imaginación, algo pegado después. -ƑEs, finalmente, necesario poner una vez más la interpretación detrás de la interpretación? Esto es invención, hipótesis. En la medida en que la palabra ''conocimiento" tenga sentido, el mundo es cognoscible; pero dicho mundo es interpretable de diferentes modos, no tiene tras de sí uno, sino innumerables sentidos. ''Perspectivismo". Son nuestras necesidades las que interpretan el mundo: nuestros instintos, sus pros y contras. Todo instinto es una especie de sed de dominio, cada uno tiene su perspectiva, que quisiera imponer como norma a todos los demás instintos.
Nietzsche, Fragmentos
póstumos
Por lo general, cuando se quiere impugnar esta aserción, se hace notar la circularidad del argumento: Ƒse trata de un hecho o de una interpretación? Si es un hecho, desmiente la tesis; si es una interpretación, no obliga a nadie. En realidad, Nietzsche quiere decir (porque no hay duda de que quería decir algo) que es un hecho que no existen hechos, sino sólo interpretaciones, y más precisamente que están equivocados quienes consideran que existen los hechos, mientras que él tiene razón al afirmar que los hechos son interpretaciones. Pero, aun si se prescinde de este aspecto, la sentencia parece enfática, ya que está excluido que se pueda obtener infinitas interpretaciones, y ya es mucho si se puede dar tres o cuatro: hasta del arabesco más intrincado, del cuadro más alegórico, o del versículo bíblico más críptico. Parece más verosímil sostener que, en el transcurso de los siglos, muchos intérpretes han variado pocas interpretaciones y otras parecen evidentemente aberrantes o insensatas, aunque no se pueda excluir que -si se logra demostrar- precisamente entre éstas deba buscarse la acertada.
Ejemplar, parece el caso de las pseudoetimologías; parece muy razonable pensar que ''taxi" provenga de ''tasa" (porque se paga) y si el buen sentido tradicional tuviera que ser el único consultor, se concluiría que es precisamente así, o que quizás es así; en realidad, viene de Thurn und Taxis, la familia principesca titular de los servicios postales en el imperio austriaco (análogamente, en piamontés se racionaliza el tortuoso ''sandwich" con el litúrgico sanguis, que parece tener un nexo con el color del salami); y, una vez adquirido este dato (ulteriormente no interpretable y mucho más inverosímil que la pseudoetimología), ya no tiene ningún sentido interpretar, a menos que se quiera hacer un juego de sociedad.
De lo anterior se puede concluir que hablar de ''infinidad de interpretaciones" es una simple exageración y una frase hecha, como cuando se dice ''setenta veces siete" o ''la mitad de mil" para indicar ''muchos"; y no se ve cómo sea posible construir una doctrina cualquiera sobre lo que es, inclusive, menos que un proverbio (sería -al modo del humorista Achille Campanile- como preguntarle cuál fue el año del caldo, a quien dice ''en el año del caldo"). En estos términos se puede legítimamente aceptar también la indicación, según la cual no existen hechos sino sólo interpretaciones; se trata de un proverbio, que puede guiar la práctica, y que precisamente en estos términos merece ser acogido en un discurso filosófico, grosso modo como: ''una golondrina no hace primavera" en la Etica a Nicómaco; pero no constituye de ningún modo un descubrimiento o una revelación, ni un argumento que pueda ser invocado positivamente como soporte científico o escéptico.
Este estado de las cosas se desprende además de un argumento interno; es característico que, de la sentencia de Nietzsche, expuesta, por otra parte, dentro de un discurso zetético (o sea de investigación, y no, como en ocasiones se ha entendido, de autoridad dogmática), no se pueda ofrecer innumerables interpretaciones, sino sólo dos. Esto no parece una nimiedad, porque, aun cuando se decidiera que no existen hechos, sino sólo interpretaciones, se tendría que suponer una extraña asimetría entre percepción y lenguaje, por la cual de los hechos perceptivos se debería poder dar infinitas interpretaciones, mientras que de los hechos lógicos habría muchas menos. Es obvio que, de un teorema, no se puede ofrecer infinitas interpretaciones, so pena de comprometer su sentido, ya que lo que puede ser interpretado de innumerables modos (por ejemplo abracadabra, admitiendo que tuviera un estatuto lógico y que en verdad pudiera ser interpretado de innumerables modos), no merece serlo en modo alguno (precisamente porque la interpretación se realiza en vista de un sentido).
Por otra parte, si interpretamos la sentencia en el sentido no relativista, es fácil notar que la interpretación no constituye la subjetividad, sino, y al menos en igual medida, la objetividad del objeto. Precisamente por esto no es ''deconstructivo", sino kantiano, el aserto según el cual la experiencia no está dada, sino que está ligada a un retículo preexistente. Decir que la ciencia es humanización (Nietzsche 1881-1882; 112) y que toda percepción es relativa, sin existir una percepción exacta, no significa aún, de ningún modo, haber ''liquidado" la verdad. Más verosímilmente, se tiene uno que enfrentar; en este caso, con una especie de proverbio y con una regla de prudencia.
No existen percepciones absolutas, pero esto no significa que las percepciones relativas sean falsas; es más, éstas son verdaderas precisamente en cuanto son relativas. Por ejemplo, Ƒtendría sentido decir que veo un muro en su totalidad? Es obvio que lo veo sólo por un lado, o bien por el otro, y difícilmente en toda su extensión. Sin embargo, también es claro que esto sucede precisamente porque se trata de un muro real (y no de una proyección plana), de tal manera que relatividad y realidad coinciden. ƑAcaso alguien ha visto un muro en su totalidad? Una cosa del género nunca ha existido, no menos que el muro en sí o que ciertas ideas generales (Ƒalguna vez se les ha ocurrido pensar en una pluma en general, o sea sin una forma y un color particulares?). Es evidente que el relativismo es, con exactitud, la condición de la objetividad, en cuanto es resultado de nuestra constitutiva finitud (por ejemplo, del hecho de no tener un ojo también en la nuca). El que, de nuevo, la doctrina de la infinidad de las interpretaciones sea sólo una norma de prudencia contra la precipitación dogmática, se puede notar si se considera que tal doctrina parte de una noción puramente crítica de lo infinito, semejante a cuando se quiere subrayar cuán contingentes son nuestras aflicciones cotidianas frente a la inmensidad de lo creado. Esto, obviamente, no resuelve ni disuelve los pesares o los problemas en cuestión; de todas maneras, precisamente porque somos finitos, puede existir la objetividad.
Desde el perfil de una teoría del conocimiento, el que se deba postular el noúmeno no comporta, de ningún modo, la aniquilación del fenómeno (por otra parte, sería interesante saber mediante qué procedimiento; si existiera alguno, ya se habría inventado y aplicado). Cuando Kant excluye que un ser como nosotros pueda tener una intuición intelectual, no está en absoluto ''relativizando" el conocimiento, ni concluyendo que podríamos muy bien actuar de otra manera. Sólo conocemos los fenómenos, las cosas, tales como se nos presentan y en consecuencia los fenómenos son absolutamente reales, aunque no se pueda excluir que las cosas en sí sean diferentes de como las conocemos. Generalmente los idealistas han creído poder confutar este llamado a finitud, con el argumento según el cual indicar un límite significa ya rebasarlo, pero esto demuestra una típica confusión entre lógica y estética; yo puedo muy bien saber que no viviré doscientos años sin por esto asegurarme la posibilidad de vivir trescientos. El fundamento metafísico del perspectivismo en Leibniz era, por otro lado, todo menos una concepción relativista: una misma ciudad puede ser observada desde diferentes puntos de vista, y parece tener que ver con muchos universos; pero es claro que se tiene que ver con un solo mundo, garantizado por una mónada suprema, de manera que sería vano pretender que todo es relativo.
Nietzsche -quien por cuanto sabemos, no conocía directamente a Leibniz- había leído y apostillado con cuidado la Teoría de la filosofía natural (1759), de Boscovich. Este había desarrollado una doctrina según la cual la materia no es algo que posea extensión y el mundo es pura apariencia, pero no para afirmar un relativismo universal, sino para fundar una teoría física: si bien todo es fuerza representativa y el universo está compuesto por mónadas que son pura potencia, esto no significa que nada exista, sino que todo existe, ya que precisamente estas fuerzas constituyen la realidad (así, el hecho de que en el fondo de la materia haya unos quarks impalpables no nos impide el poder morir en un accidente aéreo).