LUNES 5 DE JUNIO DE 2000

La credibilidad política

 

* Elba Esther Gordillo *

La muy reñida competencia electoral que vivimos de cara al 2 de julio ha obligado a los candidatos a desplegar acciones que hubieran sido impensables hace unos pocos años, a partir de la clara percepción de la importancia que han alcanzado los medios de comunicación en el campo de la política.

Muchas de esas acciones han sido criticadas, sobre todo por aquéllos que no quisieran que la política se debatiera en formatos que la trivializan y la presentan como uno más de los muchos productos que hay en el mercado y que compiten con otros aparentemente iguales, que sólo se diferencian por la marca, el envase o la imagen publicitaria de la que se hacen acompañar.

Quizá de ese complejo proceso que corresponde con el fenómeno del homo videns del que nos habla Sartori, y que ya vivimos, tengamos muchas cosas más que aprender y de las cuales carecíamos de referentes, concretamente el de la seriedad con la que los electores o consumidores de política, como se guste llamarlos, decidirán finalmente su voto.

Con todo y que la comunicación impone sus reglas, no hay ninguna evidencia acerca de que la presentación de un producto sea capaz de suplir su calidad o su pertinencia. Es posible que una buena propaganda o un envase llamativo nos haga voltear hacia algún producto, pero muy difícilmente será motivo suficiente para que lo elijamos, y menos cuando somos plenamente conscientes de que estaremos decidiendo por quien tendrá a su cargo la conducción del país y la posibilidad de poner en práctica muchas cosas de las que dependerá nuestro futuro y el de nuestros seres más preciados.

Aun en países y civilizaciones donde el homo videns tiene mucho más espacio y que incluso forma parte de su normalidad, al decidir por la política lo que prevalece es la racionalidad. La campaña moralina que se desplegó para dañar la imagen del presidente Clinton careció de importancia por la sencilla razón de que el electorado sabía que lo fundamental estaba en la certidumbre que él les ofrecía y que no competía con sus preferencias emotivas.

De ahí la importancia de la oferta de futuro que se ha desplegado y, más aún, de la credibilidad política de quien la presenta. Si algo caracteriza al pueblo mexicano es esa personalidad desconfiada que hemos denominado como "actitud ladina", gracias a la cual soportamos una historia plagada de ambiciones e intervenciones sin derrumbarnos.

Los mexicanos sabemos ya que no todo lo que se nos ha ofrecido es realizable, que muchas de las ofertas están en el espacio del voluntarismo, por decir lo menos, o del engaño para describirlas cabalmente, y menos seremos sorprendidos por quien con una falsa idea de sí mismo pretende hacer del mesianismo su argumento privilegiado. Sabemos también que si bien hay mucho que cambiar, que hay situaciones límite que nos exigen enormes tareas hacia el futuro, no todo lo hecho debe avergonzarnos. Si México es hoy otro, se debe al esfuerzo de todos y el cual no estamos dispuestos a poner en riesgo sólo para satisfacer el ego de quien se siente y pretende venderse como el parteaguas de la historia. En esa definición, efectivamente, los mexicanos ya ganamos. *

 

 

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