* Niños de 9 años y hasta adultos, orgullosos de perder ante el campeón
Sin problemas, Kasparov eliminó a 25 oponentes
* Desde el principio, Jorge Hernández puso a pensar a Garry y fue el último derrotado
'Jorge Sepúlveda Marín * Tal y como se esperaba, el ruso campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov, venció en 2:47 horas a 25 oponentes mexicanos desde niños de nueve años, hasta al reportero Arturo Rentería, pasando por al menos 10 jóvenes entre los 15 y 20 años de edad.
Desde la cuarta jugada de las simultáneas, Jorge Hernández, de 17 años de edad, hizo pensar al monarca mundial, ya que fue con el primero que se entretuvo más de los dos segundos que empleaba ante los demás para hacer sus movimientos. Luego de acabar con los restantes 24, finalmente lo acorraló hasta dejar casi desierto el terreno cuadriculado y ganarle.
Desde las 18:00 horas, los 25 jugadores, 20 de los cuales fueron campeones de las olimpiadas juveniles e infantiles o se eliminaron contra otros 20 mil jugadores, y el resto de alguna forma ganaron el lugar, estaban listos, cercanos a las piezas color chocolate, ya que las blancas eran responsabilidad de Kasparov. Los primeros movimientos fueron rápidos, pensados con anticipación y ejecutados instantáneamente.
Al azerbayano le colocaron cerca una barra de chocolate y otras seis golosinas que nunca tocó en toda la noche. Sonriente durante la presentación, una vez que entró en vigor la prohibición de flashes, se quedó serio casi dos horas y media, hasta que uno de los más duros rivales, Angel Contreras, bromeó con las piezas y Kasparov le siguió el juego, acompañado de una sonrisa.
El primero en caer ante el implacable ataque del campeón fue uno de los más pequeños, de apenas 10 años de edad, quien terminó con cara de orgullo, pese a su derrota. Dos jugadas más tarde, como a las 19:35 horas, dio cuenta de la única participante de sexo femenino, quien no se amedrentó en ningún momento.
Quienes quedaban fuera permanecieron sentados en su sitio. Recogían sus trebejos y observaban cómo iban siendo aniquilados sus demás compañeros. Parecía que el tiempo de perder había llegado y casi cada cinco minutos, o menos, otro y otro guardaban sus cosas.
Kasparov recargaba el codo izquierdo sobre los tableros de juego, observaba desde varios ángulos las piezas del rival. Miraba a ratos, el techo o a lo lejos y como si copiara la siguiente jugada, echaba la cabeza hacia atrás y asestaba el siguiente golpe. La verdad, es que en algunas partidas parecía que barría con escoba al oponente.
Otras ocasiones, se le quedaba viendo de reojo a su adversario, sin que se diera cuenta, y luego de tocar una pieza, como palpando su resistencia, la paseaba lentamente por el camino decidido y la colocaba en una situación, casi siempre, incómoda para el que estaba sentado del otro lado de la mesa. Unas 200, acaso 250 personas seguían jugada a jugada, tablero a tablero, cada movimiento. Se asombraban, se convencían, o de plano criticaban al que debía defenderse por no saber cómo hacerlo.
Expertos, conocedores, maestros, a todos ellos, ayer como espectadores, esta vez no les tocó jugar, pero sí sufrir. Al final, cuando había perdido también David Podolsky y Kasparov se paseó un rato repitiendo una y otra vez su firma en libros, programas, acreditaciones y hojas en blanco, se le encaró a Hernández, y sin compasión, lo acabó. El aplauso estremeció el sitio.
Pero eso sí, todos seguramente estuvieron felices y se repetían que, la verdad, era un orgullo perder frente a Kasparov. Sí, ganó, pero nadie jamás se atrevió a cuestionarle eso. Ser un gran ganador.