Samuel Schmidt
Arizona, un evento racista más
Hace unos años, un locutor en el norte de California ofreció regalar una hamburguesa McDonald por cada mexicano atropellado. Uno, en El Paso, Texas, solicitaba se instalara una gran pantalla en la frontera, porque Ciudad Juárez está muy feo, pero además pedía que se frenara el flujo de mexicanos que invadían Estados Unidos como si fueran cucarachas. En San Diego un grupo salió a iluminar la frontera y otro salió a cazar mexicanos y, como si fuera un evento menor, en California un grupo golpeó mexicanos encapuchándolos.
Las respuestas fueron interesantes: los jueces declararon inocentes a los golpeadores, cesaron al locutor californiano, porque era una ciudad con alto porcentaje de mexicanos, y en El Paso, donde 70 por ciento de la población es hispana, la estación se negó a actuar bajo el pretexto de que eso servía para aumentar los ratings. El locutor cambió de postura para comparar a los mexicanos con avispas. Subimos de nivel, aunque no dejamos de ser insectos.
Nadie actuó contra los cazadores e iluminadores de la frontera en San Diego y hasta podríamos decir que fueron tolerados por la Patrulla Fronteriza (PF). El gobierno mexicano brilló por su ausencia política.
Cuando la Propuesta 187 fue derrotada en las cortes de California, el mismo grupo porfió promoviendo dos iniciativas: la Propuesta 209, que era una modificación de la 187 y que fue aceptada, y decidieron extenderse hacia Arizona, terreno al parecer fértil para el discurso racista; luego entonces, parecería no haber razón para sorprendernos de que los rancheros estén cazando indocumentados.
Muchos expertos se sorprenden por el clima antimigratorio y sus tintes antimexicanos, al parecer ilógicos en tiempos de paz y con una fuerte bonanza económica; más sorprendente es que ha sido propiciado desde las alturas del sistema político de Estados Unidos.
En los últimos diez años, el Congreso estadunidense ha aprobado leyes que limitan la migración, facilitan la deportación y han puesto en entredicho el principio de unidad familiar; ha convertido la frontera en una zona de guerra de baja intensidad, en especial porque equiparó la migración con el narcotráfico, lo que justificó desplazar tropas a la zona fronteriza y la Patrulla Fronteriza ha asumido una política de bloqueo que lanza a los inmigrantes hacia zonas de difícil acceso, como son los desiertos, el mar y, por supuesto, los ranchos. Se creó una ruta de la muerte que está golpeando severamente a los trabajadores indocumentados.
Esta acción gubernamental se ha sustentado en dos principios centrales: se criminalizó el trabajo, porque alguien que reincide en su entrada indocumentada es enviado a la cárcel con penas de cinco años. Hoy las cárceles de Estados Unidos se están llenando de mexicanos cuyo delito es buscar trabajo, a la vez que se refuerza la postura de que los mexicanos son criminales y que hay que reforzar la frontera para evitar que invadan ese país. La ruta de la muerte es un riesgo que asume quien viola la ley y, según las cifras más bajas que maneja el gobierno mexicano, está produciendo 300 muertos anualmente, aunque hay quien considera que esta cifra es mucho mayor.
Pero más grave todavía es que frente a la desaparición del comunismo, el migrante indocumentado se está convirtiendo en la amenaza, de allí que todo lo que se haga para vencerlo se convierte en una postura nacionalista y patriótica. Algunas posturas oficiales de Estados Unidos sugieren que la violencia de los rancheros se justifica porque están defendiendo la propiedad privada, lo que muestra que siguen viviendo con la idea del viejo oeste, donde la propiedad se arrancaba por la fuerza. No es contradictorio para ellos que la grandeza de Estados Unidos se basó en el despojo, lo que cuenta es el fin y no los medios. Los que violan la ley son los que atentan contra la propiedad privada, no los que la defienden.
Los analistas que afirman que la migración indocumentada ha sostenido el acelerado crecimiento estadunidense y una baja inflación, deben recordar que aunque tengan la razón, ésta no es una discusión de lógica económica, como no lo es tampoco el que las ciudades fronterizas estadunidenses se sostienen con la actividad económica proveniente de México y, en cambio, se enfrenten a un acoso sistemático de la migra. Frente a la contribución económica mexicana, a cambio tenemos la actitud de salir a asesinar personas como si fueran bestias salvajes. Es similar cazar mexicanos como lo es apachurrar una cucaracha, lo cual es pensamiento racista clásico, por mucho que pretenda presentarse como sustentado jurídica o patriotamente.
El gobierno mexicano ha tenido una actitud silenciosa, pasiva, torpe y hasta tolerante. Encontramos desde una respuesta tardía e ineficaz para apoyar a los anti-187, un cónsul que apoya la construcción de muros fronterizos y deportaciones masivas, hasta la actitud timorata frente a los asesinatos de mexicanos, que le hace ver al gobierno de Estados Unidos que el abuso de mexicanos en ese país no es una prioridad para México en la agenda binacional.
Más efectivos, por no ser dignos, han sido los presidentes centroamericanos, y éstos, se supone, tienen una postura más débil que la mexicana, aunque posiblemente valoren de otra manera a sus ciudadanos.