JUEVES 8 DE JUNIO DE 2000

 


* Jean Meyer *

ƑCuál fantasma?

En 1848 los amigos Engels y Marx escribieron su famosa frase sobre el fantasma que rondaba por Europa, el fantasma del comunismo. Un siglo y medio después, a diez años de la caída de la Unión Soviética, nuestro querido Eric Hobsbawn dice: "Como muchos comunistas, no acepté nunca las cosas terribles que ocurrieron bajo ese régimen (...) pero no es una razón suficiente para abandonar la causa. ƑSi lo siento? No creo. Sé muy bien que la causa que abracé ha demostrado que no funcionaba".

Quedan pocos comunistas convencidos como él; el fantasma ha dejado de rondar y sin embargo existe un comunismo muy real que han enterrado demasiado pronto, me parece. Después de todo Hobsbawn no debería ponerse triste. Veamos. En China hay un partido único que proclama su fe en los inmortales principios del marxismo-leninismo, como en Vietnam y Corea del Norte. Al otro lado del mundo, Estados Unidos, que apoya comercialmente a China comunista, sigue boicoteando, sin ton ni son, a Fidel Castro "el comunista".

En suma mil 500 millones de hombres viven en sociedades comunistas; formalmente sólo dejaron de hacerlo los 350 millones de la ex URSS y de sus satélites europeos.

Incluso en esos países que cambiaron la bandera roja por las insignias patrias, Ƒqué ha pasado? No hubo cacería de brujas ni depuración ni descomunización. Qué bueno. En muchas partes los dirigentes políticos comunistas siguieron en su lugar: Rusia, Asia central, Cáucaso, Europa oriental. Un conglomerado ideológico de nacionalismo y religión nacional sustituyó al comunismo y punto. Las estructuras de "fuerza" (policía, ejército), el Ejecutivo en las provincias y a la cabeza del Estado no cambiaron. Tampoco las burocracias: millones de personas trabajaban en las filas del Partido-Estado comunista. Es cierto que la inmensa mayoría no se preocupaba de política; hacía mucho tiempo que había muerto la fe (existía solamente fuera del "campo socialista") y que el militantismo se había convertido en carrerismo. En la URSS, Nikita K. fue probablemente el último creyente. Lo demás era rollo, estructuras de poder, métodos políticos. Cambió el rollo. Nada más. Los burócratas encargados de la propagación del ateísmo, los comisarios políticos están ahora encargados de las (buenas) relaciones con la Iglesia ortodoxa y sus capellanes militares. Son los mismos hombres.

En Europa central y oriental hay un poco de todo, pero vale la pena reflexionar sobre el caso polaco. Polonia es la patria del Papa --el hombre que derrotó el comunismo, se nos dice--, de Solidaridad, de Lech Walesa, de la transición democrática inteligentemente pac- tada. Tiene hoy en día un presidente ex comunista y un partido ex comunista convertido a la socialdemocracia que logran 40 por ciento de los votos, frente a una derecha dividida. Nadie, en esa zona, cree en las ideas comunistas. Por una ironía de la historia, acá, como en Rusia, la privatización ha dado la propiedad, la riqueza, el poder a la última generación de administradores comunistas: hoy en día todos excelentes capitalistas de la primera generación, la de los robber barons.

Al principio citaba al querido profesor porque vive en Europa occidental, la única región en la cual el "fantasma" ha conservado algún prestigio. Francia tiene un Partido Comunista orgulloso de no haber cambiado de nombre (un caso único), de no haberse arrepentido nunca ni confesado (a diferencia del italiano); ese pequeño partido comparte el poder, otra ironía de la historia, con la socialdemocracia que siempre abominó. El Partido Comunista Francés tiene a su favor un viejo discurso nacionalista y casi católico. Estoy seguro que en México, país tan distante y tan cercano de Francia, el "fantasma" puede seducir a muchos con su discurso justiciero, sentimental y milenarista.