JUEVES 8 DE JUNIO DE 2000
Alternancia
* Adolfo Sánchez Rebolledo *
Mientras Labastida cierra filas tensando las fuerzas del viejo aparato electoral, los amigos de Fox están cada vez más nerviosos, porque temen que en el último tramo se les escape la victoria que ya se habían echado a la bolsa. El episodio de aquel martes previo al debate de los tres dejó ver otro rostro, una faceta inadvertida tras la imagen preconstruida de Fox: la confianza sonriente y mediática del candidato verdiazul es también una máscara bajo la cual se ocultan los arrebatos coléricos e intransigentes del hombre providencial que quiere gobernar a México. Tal vez por eso, Juan Sánchez Navarro le pidió tranquilizarse: "No necesitas más exaltar los ánimos; te están provocando y eso es lo grave".
Fox pasó de la cansina reiteración de la invitación pública a que otros candidatos declinaran, a la declaración de guerra contra quienes aún se resisten a compartir su peculiar visión de la transición democrática. Y no es para menos, si se toma en cuenta que toda la estrategia para "sacar al PRI de Los Pinos", elaborada por los genios electorales del foxismo, se resume en la idea básica, pero elemental, de que nada importa más que la alternancia. Poco interesa, según esto, quién y cómo se logre el ansiado cambio, pues lo decisivo es que ocurra cuanto antes.
Desde la peculiar perspectiva del llamado "voto útil" da igual si, para hacer viable la alternancia, los demás partidos abdican de sus planteamientos, ideales o intereses, pues nada se compara, políticamente hablando, con la caída del régimen que el foxismo espera con impaciencia. En un esfuerzo simplificador, la alternancia adquiere en ese discurso de fin de época resonancias fundacionales que muy poco tienen que ver con la normalidad democrática. México es Polonia, con su partido único y su Iglesia del silencio reivindicada. En esa oscuridad sin historia, que es el régimen actual, Fox se alza como adalid y profeta de un cambio sin horizonte para una nación homogénea y uniforme regida por la fuerza de la costumbre patriarcal y la moral religiosa.
A fuerza de insistir en la alternancia el término comienza a deslavarse, mostrando otras significaciones más ajustadas al momento mexicano. El mismo Cárdenas dijo hace unos días que "la alternancia entre el tricolor y Acción Nacional es inútil para el país", argumento que debiera llevarse hasta su término lógico diciendo que la alternancia exige un sistema de partidos plural y creíble y, más allá, un compromiso democrático suscrito por todas las fuerzas para garantizar la gobernabilidad. Pero eso es exactamente lo que falta y no se ve en el panorama ningún esfuerzo serio por hacerlo factible antes del 2 de julio.
Mientras tanto, los ánimos se crispan. Los partidarios de la "alternancia" como máxima expresión de la democracia lanzan furiosas campañas para intimidar a quienes critican al "presidente Fox". Raúl Trejo y Antonio Franco han recibido innumerables amenazas bajo el ropaje de respuestas a comentarios suyos publicados en la prensa y, al conocerse estos casos, sabemos de otros muchos en que periodistas se han visto sometidos al rigor de los grupos de reacción creados por el foxismo para no permitir que alguien se atreva con ello.
No es razonable pensar que todos los partidarios de Fox coinciden con tales prácticas, pero es preocupante que bajo las banderas del cambio democrático reaparezcan con nuevos bríos el semifascismo del MURO, de triste recuerdo, y la intolerancia proverbial de la vieja pero revitalizada derecha mexicana. El nerviosismo les da alas, pero el voto útil puede llevarlos al gobierno. *