DOMINGO 11 DE JUNIO DE 2000

La democracia y el miedo

 

* Rolando Cordera Campos *

SI HEMOS DE HACER CASO a las primeras explicaciones sobre las más recientes caídas en la bolsa y el valor del peso, tendremos que convenir en que nuestra democracia, tan normal para algunos, da miedo. La incertidumbre política, nos advierten los expertos económicos del sector privado, es y ha sido a lo largo de todo el año el principal factor de riesgo para la recuperación de la economía, pero no ha evitado que las previsiones para el final del 2000 sean cada vez más optimistas: la inflación a la baja, hasta llegar a ser de un dígito; el crecimiento al alza, hasta superar el 5 por ciento; el tipo de cambio bajo control, y las tasas de interés internas en promisorio deslizamiento. Y sin embargo, como lo vimos esta semana, los indicadores dan saltos indeseables y las previsiones crujen.

El espacio público que puede crear el pluralismo político tiene que desembocar en foros deliberativos y un ejercicio libre de los derechos de todos. Implica orden jurídico y esquemas varios de incentivos para que partido y ciudadanos asuman el código de la competencia y el consenso que da sustento y vuelve reproducible al conjunto del sistema. Este ha sido, hasta el exceso, el credo de la fase final de nuestra reforma, una vez que dejamos atrás el periodo de la democracia "otorgada" y controlada desde arriba y entramos de lleno al diseño compartido, bajo el fuego y el temor de 1994.

El saldo lleva a algunos a festejar y exigir reconocimiento. Vivimos ya en una democracia normal y lo demás es lo de menos. Todo puede afrontarse con el método que es propio de ese arreglo institucional y lo que importa es que el conflicto fluya y produzca síntesis provechosas. El buen gobierno se dará, dice el celebrante, por añadidura. Santo y bueno, pero cada día más alejado de lo que los actores principales hacen a la luz pública y hacen pensar al público.

Las reiteradas acusaciones de mal uso de recursos y poderes públicos, llevadas a la Comisión Permanente por representantes panistas, junto con las cotas de credibilidad propuestas por Vicente Fox y ahora hechas suyas por la directiva de su partido (el famoso 10% de ventaja), produjeron ya una lamentable respuesta en los dichos del candidato priísta de que de no ganar por amplia ventaja habría conflictos políticos y sociales poselectorales. Y al día siguiente la bolsa y el peso empezaron a despeñarse, para preocupación de los expertos y del propio Banco de México, para el que todo parecía ir sobre ruedas.

El que la democracia produzca incertidumbre es un lugar común. Es su virtud por excelencia y lo que hace del voto secreto un acto fundador y fundamental. Pero el que esa incertidumbre se traslade sin más al mercado y las percepciones de los agentes de la economía y las finanzas es muestra de que los cimientos de la política no están tan sólidos como se pensaba y quería. Que algo falta o sobra en el edificio de la política moderna.

El foro democrático no es sólo ni principalmente una catarsis. Tampoco es una especie de casino donde los jugadores prueban su suerte para ver qué tanto ganan en el día, aunque de todo eso hay en la política una vez que se deja atrás el autoritarismo. Lo importante, sin embargo, es lo que está detrás de esta apariencia de la democracia como feria o mercado.

Esto último tiene que ver con la voluntad política de partidos y ciudadanos de darle a la diversidad y complejidad que son propias de la sociedad moderna un sentido coherente y un orden sustentable, donde confrontación y diferencia puedan producir bienes públicos y tranquilidad para todos los que concurren a la vida política. Y muy poco de esto ha podido producir nuestra costosa democracia. Tal vez sea por ello que lo costoso sean las agencias encargadas de dar vida diaria al sistema político, de los partidos y las campañas al IFE y su burocracia, y lo exiguo sea lo que se dispone para la educación política de la ciudadanía y para la producción y la difusión crítica de las ideas sobre la política y el gobierno.

El sube y baja de las finanzas puede quedar atrás, como ha ocurrido antes, pero la sensación de que la democracia sigue basada en la desconfianza que el autoritarismo volvió cultura política aparece hoy inconmovible. El todo por el todo es la regla y no hay campo para la búsqueda del acuerdo que dé piso firme al conflicto por el poder.

De la democracia bárbara de que hablaba José Revueltas pasamos sin más a la democracia leve de la ocurrencia o la bravata que se mueve por Internet o no encuentra mejor refugio que la nostalgia por los usos y abusos de un sistema que ya se fue y no volverá. Lo peor que puede pasar ahora es que de esta democracia que produce temor en el momento menos pensado vayamos a una democracia del miedo, donde la ciudadanía renuncie a su libertad por una seguridad imaginaria y frágil. Del país de las maravillas al reino del eterno retorno. Más que miedo, tedio. *