DOMINGO 11 DE JUNIO DE 2000
Ť Acompañó al cubano un coro de miles de voces
Día de gloria en el Zócalo: Milanés ofrendó su canto
Ť Las evocaciones al socialismo se hicieron presentes
Angel Vargas Ť El ballet de voces se sincronizó con el canto de Pablo Milanés y, convertido en monumental coro, erizó la piel de concreto del Zócalo con un susurro colectivo y profundo: "Cuando te vi sabía que era cierto/ este temor de hallarme descubierto/ tú me desnudas con siete razones/ me abres el pecho siempre que me colmas de amores, de amores/ eternamente de amores..."
Había sido demasiado. De un canto casi en silencio, las personas que llenaron ayer más de la mitad de la plaza, estallaron y con gran ternura estremecieron y estremeciéronse con la interpretación de Yolanda. A partir de ése, el decimosexto tema del concierto, todos cantaron. La emoción ya no era un privilegio íntimo.
El cantautor cubano, satisfecho y emocionado, veía cómo paulatinamente su intención de "pasar una tarde maravillosa entre amigos" se estaba realizando; y, con ello, también el sueño de ofrendar su música y su poesía en el miocardio de la ciudad de México.
Desde su vitoreada aparición sobre el escenario, la entrega de Milanés horadó esa frialdad y dureza que impone la cotidianeidad. El dolor de las injusticias, de los desamores y de la indiferencia ante las crueldades que nos presenta el mundo se transmutaron en cálidas caricias y en signos de esperanza.
En su voz, el amor pierde cualquier complejidad y se manifiesta en palabras sencillas.
Y si con El amor de mi vida exorcizó ese maldito egoísmo que nos convierte en avaros de los sentimientos -"Te veo sonreír sin lamentarte de una herida/ cuando me vi partir pensé que no tendrías vida./ Qué gloria te tocó, qué angel te amó que has renacido,/ qué milagro se dio cuando el amor volvió a tu nido"-, con Vengo naciendo develó esa capacidad humana interminable de sentir.
Una bandera de Cuba se irguió de entre el público mientras el trovador entonaba "...la vida no vale nada/ cuando otros se están matando..." La voz social había llegado al concierto, de cuya organización se encargó el Instituto de Cultura de la Ciudad de México. Miles de manos se elevaron de entre el público -en su mayoría integrado por jóvenes- para dibujar en el aire la señal de la victoria.
Esa imagen se repitió en varias ocasiones. Y el lábaro cubano se vio acompañado, desde la mitad del concierto, por una bandera de la extinta Unión Soviética.
Las evocaciones al socialismo y a movimientos guerrilleros se esparcían por casi toda la plancha del Zócalo, en su mayoría sobre playeras con los rostros de Mao Tse Tung, el Che Guevara, Emiliano Zapata y el sup Marcos.
El presagio de lluvia fue vencido por un sol picante e incisivo. El calor que se dejó sentir durante la presentación del cantante, más una molestia, imprimió la atmósfera tropical propicia para escuchar la música cubana de Milanés.
En total fueron veintiuna las canciones que ofreció. Si bien el eje del programa fueron los temas de su más reciente disco, Días de gloria, cuando apareció algún clásico, como Amor, Yo no te pido y De qué callada manera (que, por cierto, no está dedicada a Marcel Marceau), el público se compenetró aún más y el momento se vivió emotivo, con intensidad. El ballet de voces lo aclamó todo el tiempo. Y cuando llegó el momento de irse, un coro en eco pedía más, más, más.