La Jornada lunes 12 de junio de 2000

Elba Esther Gordillo
Respeto y tolerancia

El siglo XX comenzó para México con una revolución social que tuvo como su demanda central la libertad de sufragio, no sólo como el medio para elegir a sus gobernantes, sino como el instrumento para impedir que los protagonismos volvieran a reciclar toda una etapa de la historia en que el caudillismo y la intolerancia ocuparon el lugar privilegiado.

Si la dictadura de Díaz fue tan duradera e impenetrable por largo tiempo, se debió a que los actores políticos tenían muy claro que en un país sin instituciones, donde los poderes regionales se imponían a cualquier otro, la única manera de constituir un espacio de lo nacional sin afectarlos y, por el contrario, serles útil, estaba en un poder altamente centralizado. Había un acuerdo en los altos círculos del poder mediante el cual ni el gobierno central amenazaba a los poderes regionales ni aquéllos le impedían desplegarse plenamente.

Un siglo después, México es sin duda otro, no sólo porque sus condiciones internas se han transformado radicalmente, sino porque el contexto mundial en el que se desenvuelve es también muy distinto. En una economía mundial en la que los capitales se mueven sin ninguna restricción y el mercado asigna las prioridades, las instituciones políticas deben ser revisadas para que estén en sincronía con las nuevas circunstancias y contribuyan a la solución de los grandes problemas nacionales y no los agraven.

Es un hecho que el sufragio en México es ya libre: un mapa del territorio nacional en donde se indique qué partido gobierna y se analice la alternancia que muchos de ellos ya reflejan, soporta esta afirmación. Los conflictos poselectorales han dejado de ser el resultado de las elecciones, y la ciudadanización de los órganos electorales, junto con el cada vez más equitativo acceso a los fondos y a los medios de comunicación, contribuyen a que la normalidad democrática se consolide.

Sin embargo, no podemos perder de vista que la democracia no se agota ni se explica suficientemente en la limpieza electoral. Si bien ése es su origen, no concluye ahí. La democracia sólo adquiere su verdadera dimensión cuando la convertimos en una forma de entender y de entendernos, en una actitud ante la vida, en la manera para actuar ante las decisiones grandes y pequeñas que nos son requeridas; cuando se convierte en concepto mayor: respeto y tolerancia.

Entre los retos que tenemos por delante, y que quedan muy claros a la luz de la reñida competencia electoral que vivimos, está sin duda el pasar de la democracia electoral, en donde estamos, a otra etapa superior en que el respeto y la tolerancia se conviertan en la vía para que toda disputa, por el sentir, preferir, interpretar o pensar, que es lo que justamente nos caracteriza como pueblo, se conviertan en fuente de creatividad y no de agresión y regresión.

ƑSerá justo que el pleno despliegue de la democracia electoral por el que luchamos, se convierta en factor de incertidumbre y de riesgo? No, y la vía para que ello no suceda es simple y llanamente la de acatar la ley. Las elecciones son libres; la voluntad ciudadana será respetada. Sólo queda aceptar su mandato y respetar la ley.

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